Nunca fue un camino de rosas
La magnitud de la derrota, a menudo, suele ser exactamente proporcional a la magnitud de la expectativa creada, por lo que no es de extrañar que un halo de depresión empañe la vista del independentismo en las últimas horas. De tocar con la punta de los dedos la configuración de una nueva República, se ha pasado a sumergirse en una Generalitat intervenida que ahora mismo no merece ni el nombre de autonomía.
Solo esta expectativa creada impide desempañar la vista y darse cuenta de que el envite del 1-O es el mayor desafío que ha tenido que enfrentar el Estado español en las últimas décadas. Nunca el Rey estuvo más desnudo. Tenemos a Rubalcaba admitiendo el tamaño de la factura que va a tener que pagar el Estado por frenar a Catalunya y al “The Economist” situando a España a la cola de las democracias occidentales, precisamente por su respuesta al referéndum. Llegará un día en que haya calles con el nombre «1 de octubre» en cada pueblo de Catalunya.
Con todo, ni el más naif entre los naif –y los hay en grandes cantidades en estos lares–, pensaba que iba a ser un camino fácil. Es cierto que son muchos los que están descubriendo ahora la naturaleza descarnada de las entrañas de un Estado, pero que nadie se llame a engaño: todos son conscientes de que el camino hasta el 1-O fue cualquier cosa menos fácil.
En plena bronca entre la antigua Convergència y Esquerra, conviene recordar otros momentazos del Procés como la estresante carrera hasta el 9N –Mas descartó la consulta original y ERC se levantó de la mesa; fueron la CUP y la gente los que salvaron aquella votación–, o la lamentable gestión posterior: cuando el momento clamaba al cielo la convocatoria de unas elecciones plebiscitarias, Mas y Junqueras volvieron a enzarzarse para postergar los comicios hasta el 27S, casi un año después. Y qué decir del agónico escenario postelectoral de aquellas plebiscitarias, que concluyó con el pas al costat de Mas y la entronización de un entonces desconocido Carles Puigdemont. Y son solo algunos de los episodios cainitas, quizá los más significativos.
El proceso soberanista nunca fue un camino de rosas. Nunca lo fue en relación a la confrontación con el Estado, pero menos aún en lo que a la relación entre partidos independentistas se refiere. Lo increíble, en todo caso, es que pese a todos estos episodios de ridículo patrio, la base soberanista no solo se haya mantenido, sino que haya ido creciendo hasta enfilarse hasta los espectaculares 2.079.340 de votos del 21D. Todos ellos esperan una respuesta y, si anteriormente la obtuvieron, nada hace pensar que en esta ocasión, aunque vuelva a ser in extremis, no vaya a ocurrir del mismo modo.