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La cada vez más ultra y xenófoba AfD lidera la oposición en Alemania

La xenófoba Alternativa para Alemania (AfD) se ha consolidado como tercera fuerza política a nivel nacional pero aún no se ha cohesionado internamente. Recientes declaraciones sobre el Islam del nuevo superministro de Interior y Patria, Seehofer, y un debate entre autores alemanes sobre la inmigración acentúan el populismo de sus posiciones.


En la actual situación política, marcada por la formación de la tercera Gran Coalición de la canciller demócrata cristiana Angela Merkel (CDU), la AfD opta por interpretar su papel preferido: el del llanero solitario –más parecido a un Don Quijote a la alemana que a un vaquero tipo Clint Eastwood– contra el resto de los partidos con representación en el Bundestag. En el Parlamento alemán se ha quedado sin vicepresidencia porque los demás partidos evitaron que el candidato de la AfD, Albrecht Glaser, saliera elegido. El cierre en banda se debía a que Glaser no diferencia «entre musulmanes e islamistas» y a que quiere vetar el libre ejercicio de esta religión en Alemania. Y la AfD ha respaldado a su representante al no presentar otro candidato.

Ser víctima del «sistema» forma parte de la idiosincrasia de este partido, aunque no en el momento de su creación en 2013. Surgió como formación de índole burguesa y ante todo euroescéptica que rechazaba el «rescate» del euro por parte de Merkel. Desde entonces se ha radicalizado, expulsando a su generación fundadora. Recientemente ha anunciado que a partir de ahora colaborará abiertamente con el movimiento xenófobo y anti-islamista Pegida. La decisión corresponde a cierta lógica porque Pegida es un movimiento de base y hace de bisagra entre la AfD y una parte de su electorado. Este movimiento, por otro lado, necesita al partido como correa de transmisión para que sus exigencias sean llevadas de la calle a las instituciones, se conviertan en política e incluso en leyes.

Así, su islamofobia se ha abierto paso hasta la Cámara Baja, tal como demuestra el caso de Glaser. Además, ello obliga a posicionarse a los demás partidos. Recientemente, el nuevo superministro de Interior y Patria, Horst Seehofer (CSU, Unión Social Cristiana), declaró –sin necesidad alguna– desde las páginas del diario sensacionalista ‘‘Bild’’ que «el Islam no es parte de Alemania». En 2010, el entonces presidente de la República Federal, Christian Wulff (CDU), había formulado justamente lo contrario, buscando con ello un lugar para los cuatro millones de musulmanes que viven en el país. Casi la mitad posee la ciudadanía alemana. «Estos musulmanes pertenecen también a Alemania, igual que también su religión es parte de Alemania», ha replicado a su ministro la canciller Merkel.

El debate iniciado por Seehofer tendrá también eco dentro de la AfD, no solo porque pone de nuevo a Merkel en la diana como la responsable de la presunta «islamización» de Alemania, sino también porque la semana pasada su comité regional de Sajonia-Anhalt y su grupo parlamentario hicieron que su presidente André Poggenburg dejara la presidencia de ambos gremios por un reciente discurso en que había insultado a los dos millones de turcos (y kurdos) residentes en Alemania. En el fondo había también acusaciones por nepotismo porque Poggenburg quiso fichar a su compañera sentimental como colaboradora del grupo parlamentario y tampoco gustó su estilo de liderar el partido. Al final, el problema no era la xenofobia del líder regional, sino que la expresara tan abiertamente.

De las declaraciones de sus críticos se puede deducir que éstos quieren abrir un canal con la CDU para poder gobernar juntos en un futuro no tan lejano. El mayor obstáculo que hallan es el sector nacionalderechista, encabezado por Poggenburg y por Björn Höcke, de la vecina Sajonia. A su izquierda cuentan con el ala nacionalconservadora encabezada por los presidentes Jörg Meuthen y Alexander Gauland. El chovinismo y racismo de este último se distingue solo en algunos matices del de Poggenburg y Höcke.

También a nivel internacional, la AfD se ha esforzado en presentarse como «alternativa» a la política exterior de Berlín: sus parlamentarios respaldaron a Rusia visitando Crimea y recientemente estuvieron en Siria e Irak. El objetivo del viaje a Oriente Próximo era mostrar que en ambos países reina tal «normalidad» que los cientos de miles de refugiados sirios e iraquíes podían regresar a sus hogares y por ende no habría que acoger a más.

Fuera del ámbito político, y al margen de la Feria de Libro de Leipzig, reconocidos autores alemanes, sin vinculación a la AfD, defienden sus posiciones respecto a la inmigración. Dado que sus ideas se expanden también en la sociedad, este partido no deja de ganar relevancia.