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Cuando los nombres vascos eran contrarios «a la unidad de la Patria»

Irati, Aimar, Iker, Nahia, Leire, Unai… son algunos de los nombres más comunes actualmente en Nafarroa. Sin embargo, durante décadas ha sido imposible inscribir en el registro estos y otros muchos nombres vascos, ya que hace 80 años fueron prohibidos por el Ministerio de Interior franquista por considerarlos contrarios «a la unidad de la Patria».

Imagen de un nomenclator onomástico vasco. (Iñaki VIGOR)

En el siglo XVI, a raíz de la conquista de Nafarroa por las tropas castellanas, los nombres vascos quedaron prohibidos en los registros oficiales españoles, prohibición que se mantuvo a lo largo de tres siglos.

A principios del siglo XX, coincidiendo con el despertar de la conciencia nacional vasca y con el éxito que tuvo el santoral publicado por Sabino Arana a finales del XIX, la Iglesia católica autorizó por primera vez que los nombres en euskara pudieran inscribirse en sus registros bautismales. Eso ocurrió en 1904, pero hubo que esperar hasta el año 1930 para que también fueran aceptados en los registros civiles.

Este derecho se mantuvo durante la II República, pero fue suprimido a raíz del golpe de Estado de 1936. Hace 80 años, el 18 de mayo de 1938, el Ministerio de Interior franquista decretó la prohibición de poner nombres que no fueran en lengua castellana. A partir de aquel mismo día quedaron proscritos los nombres «que no solamente están expresados en idioma distinto al oficial castellano, sino que entrañan una significación contraria a la unidad de la Patria».

«Tal ocurre en las Vascongadas, por ejemplo, con los nombres de Iñaki, Kepa, Koldobika y otros que denuncian indiscutible significación separatista», recogía la citada orden ministerial, y añadía lo siguiente: «La España de Franco no puede tolerar agresiones contra la unidad de su idioma, ni la intromisión de nombres que pugnan con su nueva constitución política».

Este intento de acabar con los nombres vascos incluyó su prohibición tanto escrita como oral, ya que incluso se establecieron multas a quienes llamasen a sus familiares, amigos o vecinos por su nombre en euskara.

Las fuerzas franquistas se impusieron definitivamente en 1939, y ese mismo año decidieron borrar los nombres vascos de los registros mediante otra orden que declaraba nulas todas las inscripciones que no estuviesen en castellano, dando un plazo de dos meses para acudir a los juzgados a realizar las correspondientes traducciones.

La traducción resultó sencilla en la mayoría de los casos, pero había otros, como Amaia, Aitor o nombres de montes, ríos o pueblos, en que resultaba imposible. Amaia llegó a ser traducida como ‘Fin’, Itziar pasó a ser ‘Estrella’, Eguzkiñe se convirtió en ‘Agustina’, Jasone en ‘Concepción’… Otros nombres, como Iraultza, Libertad, Lenin, Marx y similares, se suprimieron directamente.

La jerarquía de la Iglesia católica, que 34 años antes había sido pionera a la hora de abrir sus registros a los nombres vascos, cambió radicalmente de actitud y colaboró en esta represión onomástica. La influencia que ejerció en la población se refleja claramente a partir de 1939, cuando se generaliza la implantación de nombres evangélicos: Jesús, María, José, Juan, Pedro, Felipe, Santiago…

El interminable santoral cristiano fue a partir de entonces la fuente más utilizada a la hora de elegir el nombre de los recién nacidos y poder inscribirlos sin problemas en los registros civiles y religiosos. 

Pese a perder la guerra, el sentimiento vasco siguió profundamente arraigado en muchas zonas del País, y con el paso del tiempo comenzó a crecer el número de padres y madres que buscaban alternativas para burlar las leyes franquistas.

Algunos recurrieron a advocaciones referentes a la Virgen para poder registrar a sus hijas con nombres de basílicas y monasterios, como Begoña, Irache, Aranzazu o Iciar, siempre según la grafía impuesta por los franquistas. Otros muchos las inscribieron con nombres como María Teresa para poder llamarles Maite, nombre que se hizo muy común en las décadas de 1960-70.

Tras la muerte de Franco se permitió cierta flexibilidad, pero aun así hubo que seguir en la  «clandestinidad onomástica» hasta que se aceptaron nombres en euskara en los registros civiles.

La represión lingüística sufrida durante décadas tuvo incluso un efecto contrario, ya que muchas personas bautizadas con los nombres autorizados en la época, como Luis, Dolores, María, Jorge, Ignacio, Pedro y otros muchos, decidieron cambiarlos a Koldo, Nekane, Miren, Gorka, Iñaki o Peio en cuanto les fue posible.

Aquella prohibición de nombres no castellanos decretada el 18 de mayo de 1938 afectó sobre todo a Euskal Herria y Catalunya, países en los que ahora, 80 años después, los nombres vascos y catalanes son claramente mayoritarios.