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La paradójica consecuencia de vetar a un euroescéptico confeso

El veto del presidente de la República a un euroescéptico como ministro de Economía puede provocar el efecto opuesto al deseado. ¿Pero estamos ante una decisión propia o ha sido provocada? Analistas sostienen que Matteo Salvini, al alza en las encuestas sobre intención de voto, es el máximo beneficiado del caos en el que está sumido el país.


Italia se mueve como nadie en el desgobierno, pero la sensación de un caos incontrolado se está extendiendo en el país. El veto del presidente de la República, Sergio Mattarella, a la candidatura del euroescéptico Paolo Savona como ministro de Economía ha desatado la tormenta perfecta. Y al acecho están el M5S y la Lega, deseosos de pescar en río revuelto.

Nadie duda del prestigio de Mattarella, de su buena fe, pero sería irresponsable obviar los efectos colaterales de su decisión; Italia puede pasar de vetar a un euroescéptico a alzar al poder a un xenófobo. Y es que entre los analistas se está imponiendo la teoría que sostiene que Matteo Salvini, líder de la Lega, es el máximo beneficiado del caos político en el que está inmerso el país. ¿Y si el presidente de la República ha caído en una trampa?

Mattarella tenía pocas opciones, y ninguna buena. Tuvo que aceptar a un xenófobo (Salvini) como ministro de Interior, pero la provocación de imponer a un euroescéptico especialmente belicoso con Alemania pudo con él. No obstante, la elección de Carlo Cottarelli, tecnócrata de los pies a la cabeza y halcón del FMI, deja en bandeja la campaña a las formaciones antiestablishment.

La dicotomía argumentativa de cara a una más que probable cita electoral está servida: soberanía frente a injerencia extranjera, la libertad de los italianos frente a la imposición de la «Europa de las finanzas». Y los partidos antiestablishment se han ganado un lugar en la trinchera con los suyos. No así la izquierda, desaparecida en combate, sin un marco discursivo que responda al contexto actual.

Salvini y compañía se nutren de las injerencias de comisarios europeos, de declaraciones de líderes de países como Alemania o el Estado francés. Se han ganado la posición de defensores de la soberanía nacional y la democracia, y convencen al electorado con una simple pregunta: «¿Apoyas la democracia italiana y el interés nacional o la eurozona y las desleales potencias extranjeras?».

No ha sido Mattarella el primer jefe de Estado en vetar a un ministro ni será el último. Tampoco es el primero en ordenar la formación de un Gobierno tecnócrata; ahí la reciente experiencia del Ejecutivo de Mario Monti, que se hizo con las riendas del país en noviembre de 2011 tras la forzada dimisión del entonces primer ministro, Silvio Berlusconi. Pero nunca una decisión de un presidente de la República había generado tanta controversia.

Las formaciones italianas ya están preparando sus maquinarias de cara a la anticipada cita electoral que, como muy tarde, tendrá lugar a comienzos de 2019. En ese sentido, se ha especulado con una posible alianza M5S-Lega, pacto que les concedería una amplia mayoría en las cámaras, pero poco sobre lo que puede estar tramando Salvini junto a Berlusconi que, tras el levantamiento de la prohibición que le impedía presentarse a un cargo público, está de vuelta en el juego electoral.

Las encuestas de las últimas semanas sugieren que es la Lega la gran beneficiada del impasse político –le otorgan una subida de hasta diez puntos–, y el aliado natural de los de Salvini es la Forza Italia de Berlusconi y no el M5S de Di Maio. La coalición de derechas sumó alrededor del 37% de los votos en las últimas elecciones generales, quedándose a apenas un puñado de puntos de la mayoría para gobernar en solitario. En caso de victoria, la Lega no tendría problema alguno en llevar adelante su programa aintinmigración con un Ejecutivo compartido con Il Cavaliere, y al mismo tiempo se desharía del peso de políticas como la renta básica universal, propuesta por los grillini.

Lo que parece claro es que los resultados de los comicios venideros se leerán en clave plebiscitaria sobre la permanencia del país en la eurozona. Italia se ha deshecho de un euroescéptico confeso, pero los daños colaterales de esta decisión, imprevisibles a día de hoy, pueden resultar demoledores.