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Alegoría del fútbol proletario

El IFK Goteborg construyó en los años 80 un modelo que trascendió más allá de los futbolístico.


1982 es un año clave en la historia moderna de Suecia. Después de seis años de gobierno centrista, el 3 de octubre, el socialdemócrata Olof Palme era proclamado como primer ministro. Durante ese tiempo, fue el primer mandatario en viajar a Cuba tras la revolución, apoyó al Congreso Nacional Africano durante el apartheid, fue crítico tanto con EEUU como con la Unión Soviética y fue especialmente activo contra los últimos fusilamientos del Franquismo. Así, hucha en mano, pidió la no aplicación de la pena de muerte contra los militantes de ETA Jon Paredes “Txiki” y Ángel Otaegi, así como de los miembros del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico) José Luis Sánchez-Bravo, José Humberto Baena y Ramón García Sanz. Palme defendió el ideal de la justicia social, el refuerzo del Estado del bienestar y reditó su triunfo electoral de la mano de una serie de inversiones y estímulo económico que fueron conocidas como «tercera vía de la socialdemocracia».

Uno de los epicentros de la reactivación se situaba en Gotemburgo, la segunda ciudad del país. Meses antes del retorno de Palme al poder, su compañero Gunnar Larsson se convirtió en el nuevo presidente del IFK Goteborg, el equipo local. Una escuadra que había conocido la dimisión en bloque de su anterior directiva tras una serie de problemas económicos que contrastaba con el esplendor de un equipo prácticamente amateur, cuyos jugadores compaginaban el fútbol con otras actividades laborales. Y lograron convertirse en uno de los mejores equipos de Europa en los ochenta.

De la mano de un jovencísimo técnico Sven-Goran Eriksson, el IFK desarrolló un fútbol ofensivo bautizado como el «Swenglish», debido a combinar la fuerza y calidad escandinava con la presión inglesa. La epopeya fue completa, llegando a ganar la UEFA de 1982 ante el gigante Hamburgo. El éxito provocó que algunas de sus figuras dejasen el equipo. Sven-Goran Eriksson se marchó al Benfica, comenzando una prolífica carrera. El goleador Torbjorn Nilsson, que anteriormente había pasado por el PSV y que retornó a su país debido a una depresión, firmó con el Kaiserslautern. Dos años después, volvería al equipo sueco y ejercería también como cocinero en una fábrica de cerveza.

El modelo igualitario dio frutos a los Kamraterna –«Los camaradas»– del Goteborg, a la par que Palme sacaba a su país de la crisis, ganando la Liga local en 1983, 1984 y 1985. Un equipo con personalidad propia dirigido por Gunter Bengtsson, antiguo asistente de Eriksson, y que contaba en sus filas con el carismático Ruben Svensson. Un jugador que según cuenta el periodista vallecano Quique Peinado en su libro «Futbolistas de izquierdas», fue el único componente de la selección sueca que acompañó a las Madres de la Plaza de Mayo durante sus protestas en el Mundial’78. Una plantilla en la que también estaban el bombero Tommy Holgren o su hermano Tord, que era fontanero. El joven Johnny Ekstrom trabajaba en un almacén.

El IFK pagó la novatada en la Copa de Europa ante la Roma y un año después dieron muestras de su progreso al alcanzar los cuartos. En primera ronda le endosaron un global de 17-0 al Avenir Beggen luxemburgués, un resultado histórico. Su gran oportunidad llegó en la temporada 1985-1986, llegando a semifinales tras superar al Trakia Plovdiv, Fenerbahçe y Aberdeen.

Sin embargo, ese año, una terrible noticia impactó a varias generaciones de suecos: el 28 de febrero, Olof Palme, que regresaba a casa junto a su mujer Lisbet y sin escolta tras haber estado en el cine, recibía varios disparos por la espalda. El primer ministro moría prácticamente en el acto. Poco más de un mes después, el IFK, la alegoría futbolística del modelo social de Palme, recibía al todopoderoso Barcelona en la ida de semifinal de la Copa de Europa. La televisión sueca destacaba que muchos jugadores del IFK salían de trabajar a las 14.30 para ir a entrenar una hora después. Pese a las ilusiones del conjunto catalán, los escandinavos destrozaron al equipo de Terry Venables ganando por 3-0.

En la vuelta, el delantero del Barcelona Ángel Pichi Alonso convirtió un triplete que propició la prórroga y ya en los penaltis emergió la figura del meta guipuzcoano Javier González Urrutikoetxea, que detuvo el lanzamiento de Ronald Nilsson y metió a los catalanes en la final. La derrota ante los azulgrana originó una profunda decepción entre los hinchas del IFK, cuyo proyecto había estado a punto de tocar el cielo. Tanto, que un cuarto de siglo después, los realizadores Martin Jönsson y Carl Pontus Hjorthen elaboraron el documental «Fotbollens sista proletärer» («Los últimos proletarios del fútbol») con el fin de mostrar el contexto sociopolítico en el que el conjunto de Gotemburgo desarrolló su epopeya deportiva. La cinta fue proyectada en el festival Thinking Football organizado por la Fundación del Athletic en 2013.

El equipo aún tuvo tiempo de dar otra alegría a su afición con la consecución del título de la UEFA de 1987. Fue el canto del cisne de una generación que comenzó a disgregarse por el fútbol europeo al calor de contratos que les solucionarían la vida.

Con la nueva década, el IFK ganó un total de 6 títulos en 7 temporadas. Sin embargo, la entrada en vigor de la Ley Bosman coincidió con su ocaso. El IFK no gana el campeonato de la regularidad desde 2007 y su último gran éxito fue la Copa de 2015. Actualmente, pese a que Augustinsson, Svensson y Berg hayan defendido la elástica del club, ninguno de los 23 convocados por Janne Andersson para el Mundial juega en el otrora buque insignia futbolístico del país. Un club que construyó un modelo que trascendió más allá de los futbolístico.