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Inflación, sacrificios… los argentinos ya están hartos

«¡Ya basta! No podemos vivir en el sacrificio permanente. El precio de la carne sube todos los días». Esta es la denuncia que hace Ezequiel González.


Como muchos argentinos, no confía en el Gobierno, por el momento incapaz de frenar la crisis del peso. La caída de la moneda nacional, más del 50% desde enero en su cotización respecto al dólar estadounidense, ha impulsado la inflación, que a finales del año va a superar largamente el 30%.

Cada mañana, Ezequiel González hace dos horas de autobús desde Ciudad Evita, un barrio del extrarradio, para ir a trabajar al hospital Pirovano de Buenos Aires, donde es encargado de mantenimiento.

«La situación empeora cada día, no sé cómo va a terminar esto». Trabajando el máximo de horas extras posible, llega a ganar 20.000 pesos (450 euros) al mes. Y eso no es suficiente para ofrecer el tradicional asado del domingo a su familia. «El asado... –suspira– es para los aniversarios. La carne se ha vuelto demasiado cara».

«¡Fuera el FMI!»

En las calles de Buenos Aires, carteles reclamando «!Fuera el FMI!» surgen en las paredes. Las manifestaciones contra la política económica del presidente de centro-derecha Mauricio Macri son cotidianas. En los barrios de la capital y en otras ciudades del país, resuenan los “ruidazos” y “cacerolazos”.

La amplitud de estas movilizaciones todavía queda lejos de las que hubo durante la crisis económica de 2001, pero el descontento es generalizado.

«Estoy desesperada. Me siento impotente, tengo miedo de llegar a pasar hambre y de no poder pagar mis medicamentos cuando, dentro de un año, llegue a la jubilación», comenta Graciela Pérez, una maestra de escuela de 64 años, apostada en la esquina de las avenidas Entre Ríos y San Juan, lugar habitual de movilización en el distrito de San Cristóbal.

Falta de confianza

«La gente ha estado dos años esperando que las cosas mejoren, la paciencia se agota, tenemos la impresión de que quienes nos gobiernan no están a la altura de los desafíos económicos», estima Antonio Buffo, 50 años, que tiene un kiosko de prensa.

Tras haber alcanzado en junio un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que prevé un préstamo de 50.000 millones de dólares en tres años, el Gobierno negocia ahora el desbloqueo anticipado de esos fondos a cambio de un nuevo plan de austeridad presupuestaria.

Edith Zaida trabaja de noche, cuida a una señora mayor a domicilio por 12.000 pesos al mes (270 euros, el salario mínimo), y durante el día se ocupa de sus cuatro hijos, con edades de 5 a 14 años. «Con este Gobierno, son los patrones quienes gobiernan para los ricos», denuncia esta mujer de 42 años que aparenta bastantes más. «Cristina Kirchner se ocupaba más de los pobres. Quizás haya robado, pero cuando ella era presidenta teníamos para comer. Estoy muy preocupada. A veces, me echo a llorar», confiesa. «Necesito dejar el país». Vive en Tigre, a 30 kilómetros de Buenos Aires y pasa al menos tres horas al día en el transporte colectivo.

La cota de popularidad del presidente Macri se ha hundido considerablemente, mientras que Argentina acoge este año las reuniones del G-20 (en noviembre se celebrará la cumbre de líderes en Buenos Aires).

«Una crisis más»

«Una crisis más –exclama Imelda Rodríguez–, cada día es más y más duro». Ayudante de dirección, 43 años, se califica de derechas, votó a Macri en 2015 y detesta a Cristina Kirchner. «Estoy decepcionada, pero no hay una alternativa política mejor. Con todos los sacrificios que se nos están pidiendo, espero al menos que esta política dará resultados a largo plazo».

Lirio Tévez, 69 años, se jubiló hace tres años. Después de un tiempo de inactividad, ha vuelto al servicio en una empresa funeraria del barrio Villa Urquiza, lo que le permite duplicar su devaluada pensión de 12.500 pesos (280 euros) que cubre justo su alquiler de 10.000 pesos.

«Tengo que seguir trabajando para vivir. Hace años que nos decimos que la situación va a mejorar, pero el litro de leche se mantiene a 50 pesos (1,10 euros)», señala sonriendo este hombre de verbo fácil.

«Estoy harto, harto, harto, es el FMI quien nos gobierna», se deja llevar. Pese a todo, el negocio de la funeraria no sufre la recesión económica. «Todavía hay gente que se muere», ironiza.

«Lo que más temo, en los próximos meses, es el saqueo; ha habido casos en los últimos días y un niño ha muerto», comenta en referencia a un adolescente de 13 años muerto a tiros recientemente cuando, al parecer, estaba tratando de robar en un supermercado en la provincia de Chaco, una de las regiones más pobres de Argentina.