Reproches de tinta de calamar para ocultar que Lakua retiró sus cuentas
Desde que, despechado por la moción de censura a Rajoy, el PP anunció que no apoyaría los presupuestos, el escenario previsto por Urkullu siempre fue el de la prórroga, aunque el cambio de guión introducido por EH Bildu le arrastró a una negociación que ha acabado cortando antes de tiempo.
Miembros de la delegación de EH Bildu que ha estado negociando los presupuestos de la CAV están dolidos con las acusaciones de deshonestidad que les han lanzado el lehendakari, Iñigo Urkullu, y el consejero de Hacienda, Pedro Azpiazu, porque los dos tienen elementos de juicio directos para saber que en la izquierda soberanista y en quienes la representaron en las reuniones con el Gobierno había verdadero interés por poder alcanzar un acuerdo. En primer lugar, por lo que hubiera supuesto de mejora de las condiciones de vida para miles de personas que lo están pasando muy mal. Y, de paso, por el mensaje político que trasladaba que PNV y EH Bildu alcanzaran otro gran acuerdo, tras el del Nuevo Estatus, en un momento en el que el futuro en el Estado español se augura todavía más tormentoso.
Sin embargo, el acuerdo no fue posible. Las posiciones no se acercaron lo suficiente. De hecho, el Ejecutivo de Urkullu ni siquiera agotó los plazos para permitirlo. Que una negociación no llegue a buen puerto aunque las voluntades sean sinceras es una de las dos posibilidades que existen cuando se inicia. Lamentablemente, en lugar de asumir ese hecho con naturalidad, desde antes de las 00.00 horas del jueves en que acababa el ultimátum que él mismo se había autoimpuesto, el Gobierno de Lakua ya lanzó toda su maquinaria de propaganda para atacar a EH Bildu, el único grupo que había hecho un esfuerzo de negociación. Le acusa de todos los males que acarrea la no aprobación del presupuesto, incluso de aquellas materias que el proyecto inicial presentado por la Gabinete PNV-PSE no contemplaba y que se habían sumado por exigencia de quien ahora se intenta presentar como el culpable de las siete plagas de Egipto.
El lehendakari, Iñigo Urkullu, el consejero de Hacienda, Pedro Azpiazu, la presidenta del BBB, Itxaso Atutxa, y la parlamentaria del PNV Josune Gorospe continuaron ayer con sus acusaciones contra EH Bildu, en el caso de esta última de forma tan inapropiada que hasta la presidenta del Parlamento, Bakartxo Tejeria tuvo que demandarle que recondujera su intervención al objeto de su pregunta.
La sal gruesa con la que Gobierno y PNV han reaccionado a la falta de acuerdo pretende, como el calamar con su tinta, ensuciar el campo de visión para garantizarse la huida, porque el hecho incuestionable es que el Ejecutivo de Urkullu ha retirado por voluntad propia el proyecto de presupuesto que había presentado al Parlamento.
Es decir, no puede culpar a otros de que no se consiga todo el catálogo de beneficios sociales que dice que contenían las cuentas públicas y con el que ha pretendido abrumar a la opinión pública, cuando él mismo es el único responsable de sus propias acciones. Y esa acción, conviene repetirlo, ha sido retirar el proyecto de presupuestos.
Adujo para justificar esa retirada que la oposición habría podido desvirtuar el proyecto del Gobierno durante el debate de las enmiendas parciales. Urkullu, Azpiazu y Ortuzar saben muy bien que el PP no iba a sumar sus votos a los de EH Bildu y Elkarrekin Podemos en ninguna de sus propuestas económicas, y menos aún en las referentes a las subidas de la RGI para atender a los y las pensionistas o en establecer los 1200 euros como salario mínimo para contratos con financiación pública.
Para entender lo ocurrido esta semana hay que remontarse al 28 de agosto, cuando el lehendakari ya previno a la ciudadanía de que una prórroga presupuestaria «no sería un drama». Desalojado Mariano Rajoy de la Moncloa, el PP había avisado a Lakua de que no contaran con ellos para una nueva aprobación de las cuentas de la CAV. Tras el Consejo de Gobierno que cada año da inicio al curso político del Ejecutivo en el palacio Miramar de Donostia, Urkullu respondió que el pacto de los presupuestos de 2018 se estaba cumpliendo y preguntó al PP «qué había cambiado». En la mente del lehendakari nunca estuvo un acuerdo con EH Bildu o Elkarrekin Podemos, de quienes preveía que se situarían en posiciones que ni siquiera permitirían iniciar una negociación. El escenario contemplado era que si no se reeditaba el acuerdo con el PP se optaría por la prórroga.
Pero uno de los actores principales cambió el guión. EH Bildu arrastró al Gobierno a una negociación en términos desconocidos en el pasado. Y como el primer partido de la oposición quería realmente un acuerdo, en ningún momento rompió la baraja, llegando a impedir con dos abstenciones que los presupuestos fueran rechazados. Y esa fue la gota que desbordó la paciencia de un lehendakari que prefiere los tiempos de Ardanza a los de Ibarretxe. Y antes de llegar a un nuevo acuerdo con EH Bildu y seguir permitiendo que aumente su incidencia política, optó por el ultimátum y la retirada de un proyecto que decía que estaba lleno de bondades.