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El extraño viaje de Olentzero a China

Desde que Olentzero plantó cara a la dictadura saliendo en nochebuena repartiendo regalos achispado con la botella vino ha nevado mucho. La revolución de materiales de reproducción, la corrección política, la mercantilización, la influencia de Papá Noel y, ahora, la globalización pasan factura al carbonero. Porque, a veces, el éxito viene acompañado de cierta desnaturalización.


Los olentzeros chiquitines nacieron de las gubias y buriles de la familia Alberdi, en Irun, que tallaron los originales en tocones de madera. Su taller de miniaturas cerró hace tres años. Fue muerte dulce por jubilación. «Empezó mi padre, que hacía bustos de madera. Le gustaba tallar, pero el talento de verdad, lo tiene mi hermano. Él es el que remataba los detalles y el que hizo los oléntzeros», afirma Koldo Alberdi, pronunciando el nombre del carbonero como una palabra esdrújula, con acento en la primera «e». Koldo habla muy seguro: «Oléntzero es de esta zona, de Lesaka. Luego ha cambiado mucho».

La imagen de esta figura mitológica como icono es muy reciente. Los primeros olentzeros empiezan a salir en andas en la segunda mitad del siglo XIX como figuras de cartón piedra a tamaño natural o personas caracterizadas con la cara tiznada y cojines en la tripa. Los Alberdi construyeron también las manos y la cabeza de la figura que sacó a pasear la ikastola de Irun por primera vez, una de las primeras en desafiar a Franco enarbolando este enorme muñeco.

A los Alberdi les fue bastante bien. Adquirieron una máquina con múltiples brocas que, siguiendo el patrón de una figura original, desbastaba otros trozos de madera y permitía reproducirla con sencillez. El funcionamiento era similar a una máquina de copiado de llaves. Junto con sus olentzeros, empezaron a salir escudos heráldicos con las siete provincias y pequeños souvenires de tradiciones vascas. Los más referenciales pueden ser el aizkolari o el harrijasotzaile. Al poco, llegó una técnica nueva y las reproducciones dejaron de ser de madera y las empezaron a hacer de una pasta que la imitaba. «Eran producciones muy pequeñas, porque el molde se rompía muy pronto», recuerda Koldo.

Con los años, no solo cambió el material, sino la propia figura. Olentzero nació, por ejemplo, sin barba. «En las primeras figuras, llevaba la botella de vino en la mano, como en la canción. Pero pronto empezamos a apartarla, por hacer la imagen más dulce, y la colocábamos en el suelo, junto con los capones y los huevos», comenta. Años después, algunos de los modelos aparecían con un saco de juguetes. «Quizá ahí nos equivocamos», se plantea Koldo. Ahora bien, cuando se le cuestiona sobre el olentzero de Bilbo y EiTB, dice que «ahí han querido hacer otra cosa».

Las técnicas de reproducción fueron mejorando. Los moldes ya no se rompían. La competencia se multiplicó. Los olentzeros de Alberdi empezaron a ser copiados por otras empresas. Los de Irun trataron de pelear algo por los derechos de autor, pero fue en vano. Aunque llevaban razón, el icono de Olentzero no podía pertenecer a nadie. Hoy, tan solo queda un Alberdi haciendo makilas.

El viaje de Olentzero a Asia

«Me queda un Olentzero blanco para pintar, los demás se los han llevado», dice Leti desde detrás del mostrador de una de las tres últimas tiendas de manualidades que quedan en Iruñerria. La figurita cuesta unos cinco euros y no es de escayola, sino de marmolina (polvo de alabastro). Este Olentzero viene de Cintruénigo. «Las figuras de Belén suelen ser ya de poliresina», comenta mientras busca otras dos figuras blancas de una virgen y un San José que parecen del mismo material. «Estas están huecas, pero este Olentzero no. Es macizo. Los nacimientos de poliresina los traen empresas internacionales y tienen un problema: nunca traen ni mula ni buey. Por eso la mula y el buey, muchas veces, cuestan más que todo lo demás. Lo mismo le pasa a Olentzero».

Javier Sesma es uno de los últimos artesanos del alabastro que quedan en Cintruénigo. Maneja cuatro modelos de Olentzero en distintos tamaños de estilo clásico, con rostro pícaro y sin barba. El mayor de ellos supera los 12 kilos. «Aquí había muchas fábricas de alabastro en los años 60. Éramos el pueblo del oro blanco», explica Sesma. Ahora quedan muy pocos dedicándose al trofeo y el souvenir, una industria que llegó desde Pina de Ebro y la zona del bajo Ebro, donde la explotación del mineral de alabastro se remonta a la época romana. El Olentzero de Sesma está en el elenco de diseños que tiene sobre cultura navarra y vasca. Sesma trabaja algo de imaginería religiosa, como vírgenes locales, belenismo... y, sobre todo, sanfermines con sus kilikis y gigantes.

Cree que Olentzero está en horas bajas. «Habré fabricado este año 25 ó 30 pintados y 40 ó 50 en blanco», comenta Sesma. «Es un artículo que dura en el tiempo. Hubo un boom, pero ahora en muchas casas ya lo tienen». Y luego está la competencia. «Ahora todo viene de China. Los que venden en grandes superficies pesan una octava parte de los que fabricamos nosotros», asegura.

Ana trabaja en una tienda souvenires y mata los ratos muertos pintando olentzeros a mano. «Como la gente los quiere baratos, les pintan el pañuelo azul, sin cuadros. Tampoco dan detalle a los petachos de los pantalones», se queja. Cuenta que acaba de serrarle a un Olentzero la botella de la mano. La ha convertido en tarro de miel colocándole una telita. «La gente ya no quiere que beba».

En esta tienda tratan de poner coto a los olentzeros que vienen de China. Prefieren para sus estanterías viejas figuras de Alberdi, marmolinas de Sesma u otros en papel maché que vienen Valencia. Pero es imposible cerrarse en banda. Todos los peluches de Olentzero vienen de Asia. Ana le da la vuelta a un carbonero trepador, que es el mismo modelo que Papá Noel, pero con ropa oscura. La figura tiene las cejas y el bigote violetas. La etiqueta trae un nombre: Yon Chen.

Además de los trepadores, figuritas de «olentxeros» Yon Chen se han hecho hueco en los bazares chinos en distintos tamaños y posturas. La dirección remite a un polígono de Basauri y a un teléfono. «No nos interesa su reportaje», dice una mujer. Cuelga.

El Olentzero asiático siempre tiene un particular cayado y ojos achinados. Aun así, tira más a Alberdi que al de EiTB. «A veces me pregunto qué pensarán de Olentzero los que los fabrican allá –reflexiona Koldo– Creo que, como ellos tienen muchos dioses, pensarán que aquí tenemos otro muy raro».