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El último partido, oficial, de la Selección de Euzkadi

El poeta Iosif Grishashvili escribió: «Yo no entiendo nada de fútbol, pero cómo se puede no ver jugar a los vascos». Se refería a la mejor generación de futbolistas vascos de la historia, la de la Selección de Euzkadi abanderada en el mundo durante la Guerra Civil, y cuyo último partido oficial lo disputó, antes de disolverse, hace hoy 80 años. En Méjico.

Selección vasca durante su gira por la Unión Soviética.

Todo comenzó un 24 de abril de 1937 en la capital francesa, contra el vigente campeón del país, el Racing de París, al que derrotaron con tres goles del gran Isidro Lángara, por entonces en el Real Oviedo, y todo acabó un 7 de mayo de 1939 en Ciudad de Méjico, con gol también de Lángara y otro más del no menos referencial José ‘Txato’ Iraragorri. Justo hoy hace 80 años, la Selección de Euzkadi que imaginara el lehendakari y exfutbolista José Antonio Aguirre como abanderada en el exterior de la causa vasca durante la Guerra Civil, disputaba su último partido oficial tras un exitoso periplo por Francia, Checoslovaquia, Rusia, incluso Cuba, y hasta su desembarco final en Méjico.

Tras una victoriosa en lo deportivo y propagandístico gira europea, aquel combinado de excelsos jugadores arribó a tierras mejicanas en noviembre de 1937. No fue sencillo, la España franquista presionaba a la FIFA para impedir que esta selección se desenvolviera con libertad por el mundo. Tejemanejes políticos al margen, era un equipo que pronto despertaría el interés de no pocos países sudamericanos –entre ellos los argentinos que marcaban época–, que trataron de confrontar su poderío futbolístico con el de aquellos vascos que venían de dejar su impronta, sobre todo, en Rusia. Entre esos oponentes americanos, la selección cubana que se preparaba para el Mundial de Francia´38 –donde llegó a cuartos de final– y que salió vapuleaba 4-0.

En esa primera etapa mejicana la Selección de Euzkadi disputó diez partidos, saldados con siete victorias y alguno de ellos, ante la propia selección centroamericana, con hasta 30.000 espectadores en las gradas. «Los aficionados de aquellos años recuerdan vivamente el gol de chilena que anotó el 12 de diciembre de 1937 a la Selección Mexicana. Raúl ‘Pipiolo’ Estrada, portero mexicano, despejó hasta media cancha. Lángara, veinte metros fuera del área, vio pasar el balón sobre su cabeza, dio media vuelta y de espaldas a la portería se lanzó al aire y la pescó con el pie derecho. La esférica fue por los aires directamente al gol y se metió en un ángulo, sin que Estrada pudiera hacer otra cosa que observar impávido lo que ocurría», escribía el periodista mejicano Carlos Calderón recordando el legado del gran futbolista de Pasaia.

Tras jugar en Cuba, serles impedido hacer lo propio en Argentina, en agosto de 1938 el equipo vasco regresó al cobijo mejicano, con la guerra aún rugiendo a miles de kilómetros. El lehendakari Aguirre y los suyos tenían en mente formalizar encuentros más al norte, en EEUU y Canadá. Entonces, a un empresario instalado en Méjico, Ángel Urraza, se le ocurrió algo extraordinario. No podían seguir subsistiendo a base de giras, ni perpeturase como un equipo fantasma. Sugirió, y consiguió, que la selección vasca jugara en la Liga Mexicana como un equipo más. Las autoridades, finalmente, lo permitieron, no sin antes encontrar reticencias entre la prensa local y las autoridades franquistas desde España; el equipo fue inscrito como el Club Deportivo Euzkadi, un mejicano más a efectos de la FIFA.

En esa temporada, sin contar a los vascos, había seis equipos: el Atlante, el Club Deportivo Marte, el Club España, el Necaxa, el América y el Asturias FC. Esta liga era todavía semiprofesional y el España era el favorito indiscutible para ir por el campeonato, pero Euzkadi lucharía con todo para ganar. Al final del torneo, el Euzkadi y el Asturias se la jugaban un 30 de abril y el duelo acabó en empate. Visiblemente tocados, el 7 de mayo disputaron su último partido en la Liga Mejicana, en el Parque de Necaxa, con una derrota 2-7 ante el España. Asturias quedó campeón, seguido del Euzkadi. Lángara se quedó en puertas de ser el máximo goleador, con 19 goles, en favor del catalán Gual, del España, con 20.

Ahí se acabó. Se acabó la Guerra, se acabó el objetivo de aquel equipo, se acabó aquella aventura. En agosto de ese año se decidió la disolución del combinado vasco, repartiendo entre los jugadores los fondos restantes, unas 10.000 pesetas para cada uno. Emilín, Cilaurren e Iraragorri ficharon por el España en Méjico, así como Lángara, que poco después pasó al equipo argentino del San Lorenzo de Almagro, en el que ya militaba Zubieta y al que más tarde se unieron Iraragorri y Emilín. Urquiaga y los hermanos Regueiro ingresaron en el Asturias. Posteriormente, Areso, el portero Blasco, Ahedo, Cilaurren y Zubieta se enrolaron en el River Plate.

Una historia de «un equipo de hermanos»

A finales de 1938, contaba el periodista Ramón Chao, se publica el semanario deportivo ‘Marca’ «para revelar cuáles iban a ser los principios ideológicos y organizativos aplicables al deporte en general y al fútbol en particular». El periodista Miquelarena (uno de los autores de la letra de ‘Cara al sol’) expresaba la necesidad de «un viraje en la concepción del fútbol para acoplarlo a los nuevos valores del Estado». Para Miquelarena, «durante la Segunda República, el fútbol había sido una orgía roja de las más pequeñas pasiones regionales y de las más viles». Para Ignacio Aguirre Ortiz, oñatiarra refugiado en Méjico y que recogió después los testimonios de muchos de aquellos jugadores, sin embargo, los de aquella selección vasca «eran hombres condenados a una especie de odisea homérica, navegantes que no hallaban puerto, apátridas en un mundo ancho y ajeno».

Así terminaba la histórica y recordada aventura del legendario equipo Euzkadi, un 7 de mayo de 1939... La historia oficial, porque semanas después, el 18 de junio, y como definitiva despedida, aun tuvieron tiempo de disputar un amistoso contra un desconocido equipo paraguayo que estaba de gira americana, el Atlético Corrales, con el que empataron a cuatro goles. Ese fue el final definitivo de una historia de fútbol y política que alumbró a una de las seguramente tres mejores selecciones balompédidas de aquella convulsa época. En el fondo, un equipo de hermanos, como los llamó el periodista Enrique Ballester. Y la mejor generación de futbolistas vascos de la historia.