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Un maillot amarillo que cambió una vida

Líder inesperado en 1949, ese honor ha marcado la carrera del francés.


«Sin el maillot amarillo, no sé qué habría hecho». A los 93 años, Jacques Marinelli, portador efímero de la mítica prenda en el Tour de 1949, conoce mejor que nadie lo que supone este símbolo: ha apostado por él con éxito desde hace 70 años, en el ámbito empresarial y en su carrera política.

Cuando el pequeño corredor de 1’60 de estatura, con una cincuentena de kilos, cruzó sudorosamente la línea de meta de la cuarta etapa del Tour de 1949, el 3 de julio en Rouen, estaba muy lejos de imaginar lo que vendría después. Una popularidad excepcional que le serviría para convertirse en uno de los empresarios más conocidos de Seine-et-Marne, y alcalde de Melun durante trece años.

No, ese día, en las carreteras pedregosas de la posguerra, el desconocido deportista de Blanc-Mesnil (Seine-Saint-Denis) simplemente rodó como acostumbraba, «al ataque», tomando la salida desde Boulogne-sur-Mer y entrando en segundo lugar. Pero computados los tiempos, fue él, el “titi” parisino de 23 años, un corredor «con facilidad pero no un superdotado», según su propia confesión, quien acaba subido al podio, con una prenda amarilla que iba a cambiar su vida. «Estaba en forma, eso es todo lo que sabía. Pero ni siquiera soñaba con el maillot amarillo», recuerda Marinelli.

«Alterado»

Gran parte de los aficionados franceses se apasionan por las hazañas de quien apodan “la perruche” (“el periquito”), en oposición tal vez al legendario “heron” (“la garza”) italiano Fausto Coppi, futuro vencedor de ese Tour de 1949. Marinelli se aferró durante seis días a su maillot, pero acabó cediendo en los Pirineos. Eso sí, no abandonó y terminó el Tour en el tercer puesto, acogido por una inmensa multitud en el final de París.

«Yo estaba como en un sueño, completamente alterado», recuerda este hijo de inmigrantes italianos mostrando su maillot amarillo de época, consumido por los ácaros. Alterada se verá su vida entera. «El maillot amarillo me permitió tener un grifo con agua corriente en la casa familiar», le gusta repetir por ejemplo a Marinelli. Y los contratos profesionales se multiplicaron. «No podía satisfacer a todos», añade. Unos beneficios que aprovechó rápidamemente para cambiar de vida.

De hecho, cuando se conoce a Jacques Marinelli 70 años después de su epopeya ciclista, es más bien esta segunda vida, muy llena, la que trasmite este hombre en excelente forma y vestido habitualmente con traje y corbata.

Popularidad

Desde hace más de 60 años, la bicicleta ya no anima el día a día del “periquito”, ocupada a tiempo completo en las oficinas de sus almacenes de muebles, y en los del ayuntamiento de Melun, que ocupó desde 1989 a 2002. Para cada proyecto puesto en marcha, contaba con una ventaja de peso que sabe destacar a la perfección: la enorme popularidad adquirida en 1949.

En letras mayúsculas, el letrero “Jacques Marinelli, ex-maillot amarillo del Tour de Francia” lució durante décadas en la tienda de bicicletas y juguetes, y luego de electrodomésticos y televisores, que abrió en la plaza más comercial de Melun. «Me ayudaba mucho», reconoce el excorredor, que terminó vendiendo su tienda del centro de la ciudad para dedicarse a la tienda de una gran cadena de muebles en la que todavía preside el consejo de administración. «Cuando la gente venía, siempre me decían ‘¡Oh! El maillot amarillo! Felicidades!’ Hablábamos más de bicicletas que de televisores».

Y es a través de esa fama que Jacques Marinelli desembarca por casualidad en política. «Le conocen bien», repetían los electos locales del RPR, mientras que Alain Juppé le concede su apoyo incluso antes de que haya aceptado presentar su candidatura. «Después de triunfar en el deporte, tuvo éxito en los negocios y en la política», resume el actual alcalde de Melun Louis Vogel. «Como cuando era corredor, no tuvo miedo de asumir riesgos. Construyó algo partiendo de la nada, eso es lo que la gente admira de él. Es un modelo».

Una popularidad de la que Jacques Marinelli sigue sin recuperarse. Se asombra aún cuando en la calle algunos treintañeros, observándolo, reconocen al “periquito”. «Cuando salgo no hay ni un día sin que alguien me reconozca, por el maillot amarillo o como alcalde». Es el poder del Tour.