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Rojava recela de la «zona de seguridad» de Erdogan y Trump

La franja de seguridad fronteriza establecida por Turquía y EEUU en el noreste de Siria aleja la posibilidad de un inminente ataque turco, pero no disipa los miedos de una población que en su memoria colectiva tiene muy presente el genocidio armenio de 1915 y la reciente ocupación de Afrin.


A golpe de retroexcavadora, trabajadores de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria se afanan en desmantelar fortificaciones de guerra de las Unidades de Protección Popular (YPG) cerca de Serekaniye bajo la atenta supervisión de soldados estadounidenses. Esta medida, y las patrullas conjuntas de helicópteros turcos y estadounidenses entre las poblaciones fronterizas de Tel Abiad y Serekaniye (Ras al-Ain, en árabe), es la demostración de que la primera fase de la «zona segura» pactada por Ankara y Washington ha echado andar.

A escasos kilómetros de allí, en la periferia de Qamishlo, la escena es justo la contraria. Obreros del autogobierno liderado por los kurdos construyen zanjas y túneles sin descanso bajo un sol de justicia.

«Estos preparativos no son solo contra una posible ofensiva turca, sino contra cualquier ataque de los actores que libran la guerra en Siria. Tenemos que estar listos para poder defender a la población civil», explica a GARA Kino Gabriel, portavoz de las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS).

En la misma línea de desconfianza hacia las intenciones de Turquía se muestra Aldar Khalil, una de las figuras más representativas del Movimiento Democrático Popular de Kurdistán Oeste (TEV-DEM). «A pesar de la puesta en marcha de la zona segura, el objetivo de Turquía continúa siendo la destrucción del proyecto democrático que estamos desarrollando aquí, en el norte de Siria», destaca el líder político. «En Afrin aprendimos la lección. Cuando estalló la guerra no había suficientes túneles y fortificaciones preparadas, así que nuestras tropas y los civiles se convirtieron en un blanco fácil de los ataques de la aviación turca», señala Khalil haciendo referencia al territorio kurdo bajo administración siria ocupado por Ankara y facciones sirias islamistas desde marzo de 2018.

Como mal menor

Después de dar marcha atrás tras el anuncio de la retirada de sus tropas, la Casa Blanca sigue haciendo complicados equilibrios para mantener buenas relaciones con dos de sus principales aliados en la región, enfrentados a su vez entre sí. La «zona segura» es la solución momentánea que Washington parece haber encontrado para realinearse con su socio de la OTAN, que en los últimos meses había estrechado la cooperación con el Gobierno ruso en el tablero sirio.

Del mismo modo, dicho acuerdo parece alejar, de momento, la posibilidad de un ataque turco contra las FDS, el principal aliado de la coalición internacional en la lucha contra el Estado Islámico y a quien Ankara considera una extensión del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) en Siria.

«Las fuerzas de la coalición internacional han acordado con Turquía la seguridad fronteriza, lo que significa que de ahora en adelante no habrá preocupaciones turcas ni de las FDS», dijo la semana pasada en una reunión en Hassaka el general estadounidense Nicholas Pont, oficial al mando de la coalición en Siria.

Mientras las negociaciones entre los gobiernos de Recep Tayyip Erdogan y Donald Trump continúan, el Centro Conjunto de Operaciones creado por ambos países ha acordado patrullar de forma conjunta un área fronteriza de aproximadamente 125 kilómetros de largo entre las ciudades sirias de Tel Abiad y Serekaniye. Aunque se habla de cinco kilómetros de ancho, las fuentes consultadas afirman que este punto todavía se está discutiendo y puede variar en función de la zona.

Por su parte, las FDS han anunciado que las YPG/YPJ se retirarán de esta franja fronteriza y serán sustituidas por consejos militares locales fieles al autogobierno.

«El diseño completo de la zona de seguridad es algo en lo que estamos trabajando. Primero fue establecida en Manbij, y ahora queremos que se expanda por toda nuestra frontera norte», detalla Kino Gabriel.

«Su implantación es también una demanda de las FDS para defender nuestras fronteras septentrionales contra cualquier tipo de ataque, mantener la situación de estabilidad que tenemos en la actualidad y focalizarnos aun más en la lucha contra el Estado Islámico», explica el comandante siriaco y portavoz de las Fuerzas Democráticas de Siria.

En relación al complejo funcionamiento de las negociaciones, Aldar Khalil detalla a este diario que en un primer estadio Estados Unidos se reúne con el autogobierno y este les hace saber sus reclamaciones. Conocidas las demandas, Washington se sienta con Turquía y traslada a la Administración autónoma lo que se ha negociado. «No aprueban nada que no cuente con nuestro visto bueno», subraya el político kurdo.

«Después de nuestras reuniones con la coalición internacional, creemos que esta es la mejor solución para evitar una eventual ofensiva turca. Los americanos tienen la potestad de pedirle a Turquía que no dé un paso adelante y ataque la región porque hemos sido y somos socios en la lucha contra Daesh. Pero si Estados Unidos no lo hace y estalla una guerra, es que prioriza su relación con Turquía», sentencia Khalil.

Los jeques de las tribus árabes de la región que dan apoyo al autogobierno también creen que el acuerdo es necesario para evitar un ataque, pero su escenario ideal dista mucho de las medidas pactadas. «El acuerdo es bueno pero, puestos a pedir, nos gustaría la declaración de una zona de exclusión aérea y que quienes patrullaran esta franja de seguridad fuesen tropas internacionales de países neutrales como Suecia u Holanda. Estados que no tengan antecedentes de ocupación de otros países como sí los tienen los Estados Unidos y Turquía», indica Hussein al-Sada, jeque de la tribu Bani Sabaa, desde una caseta de campo ubicada en una aldea cercana a la población de Tel Maruf.

Flanqueado por otros líderes tribales de la región, Al-Sada destaca que «la entente será respetada siempre que Turquía cumpla lo establecido y no traiga facciones extremistas a dicha franja de seguridad», en clara alusión al papel que están teniendo los grupos islamistas establecidos en el enclave de Afrin acusados de múltiples violaciones de los derechos humanos.

«Llevamos siglos de convivencia con los kurdos y los pueblos de la región, y estamos juntos en este proyecto político que estamos llevando a cabo. Si llegara el caso, lucharíamos codo con codo contra Turquía», advierte el jeque árabe.

Desconfianza entre los cristianos

«Espero que nadie intente poner a prueba la determinación de Turquía de limpiar de terroristas sus fronteras con Siria», declaró Erdogan el pasado lunes en la provincia kurda (bajo administración turca) de Mus.

«Nuestra prioridad es el diálogo y la cooperación. Si nos empujan a un camino que no queremos o el acuerdo se estanca, nuestros preparativos están listos e implementaremos nuestros propios planes. Nuestros drones y helicópteros han ingresado en la región. Muy pronto, nuestras tropas terrestres también lo harán», afirmó el presidente turco en un tono amenazante.

Unas declaraciones que no han hecho más que reforzar la desconfianza y la preocupación existente entre los habitantes de Rojava. Especialmente sensibles se muestran muchos cristianos después de que su población en la zona de Yazira haya disminuido de forma notable desde el estallido de la guerra siria en 2011. Se estima que entre 150.000 y 200.000 cristianos han emigrado de esta región de Hassaka, principalmente hacia Europa y Norteamérica, quedando reducida su población a alrededor de 100.000 personas.

«Si estalla una nueva guerra, será el final para los asirios y toda la población cristiana en la región», asegura tajante Sergon Slivo, un asirio de 50 años residente en Tel Nasri, una pequeña aldea a orillas de río Jabur. Este hombre, de pelo canoso y ojos azules, cuenta que antes del estallido del conflicto sirio en la villa vivían 1.100 personas, todas ellas cristianas. La práctica totalidad de sus vecinos emigró tras la irrupción del Estado Islámico en la aldea en 2015. A día de hoy, en Tel Nasri solo quedan cuatro familias cristianas que conviven con cerca de medio millar de kurdos desplazados de Afrin.

«Todo el mundo vio lo que sucedió en Afrin. Los turcos destruyeron iglesias y centros de culto yazidíes, porque están en contra de las otras nacionalidades y minorías. No pueden repetir lo que hicieron hace un siglo durante el genocidio armenio, pero sí tratar de que la gente emigre y abandone sus aldeas», denuncia Ashur Han, un miliciano de 19 años integrante del Consejo Militar Siriaco.

«Desconfío de la zona de seguridad porque aquellos que dicen protegernos tienen un gran historial de aniquilación contra nuestro pueblo», señala el combatiente en alusión a Turquía desde una base militar siriaca a las afueras de Derik.

Una opinión que comparte Athra, una joven de 19 años que milita en la Unión de Mujeres Siriacas. «Erdogan está loco. Todo lo que podemos hacer es continuar adelante con nuestra Administración y seguir manifestándonos pidiendo que se pare cualquier tipo de agresión», comenta desde una oficina ubicada en el centro de Derik.

«Conocemos muy bien al régimen turco y las masacres que perpetraron hace un siglo contra los armenios y los cristianos de la región. Un ataque supondría un serio peligro para los derechos de las mujeres en la región, ya que siempre son las primeras afectadas en una guerra», destaca Athra.

Rafi Watan, armenio de 42 años, tiene una tienda de comestibles y licores en Derik. A escasos metros de su establecimiento se encuentra la iglesia armenia, cuyo patio central preside un monumento en recuerdo a las víctimas del genocidio de 1915. «Mi abuelo abandonó lo que entonces era el Imperio Otomano y llegó a Alepo con tan solo cinco años. No me gustaría volver a pasar por lo mismo», señala Watan tras el mostrador se su pequeño comercio.