El independentismo se reencuentra en una Barcelona desbordada
Miles y miles de catalanes confluyeron ayer en una capital que arrancó la jornada al ralentí, a la espera de que llegasen las cinco marchas que durante los tres últimos días han recorrido el territorio catalán. Por la tarde, el centro de la ciudad quedó desbordado, obligando a convertir en concentración lo que iba a ser una manifestación.
El independentismo había llenado, en sucesivas Diadas, la avenida Diagonal, la Gran Vía y la avenida Meridiana, que vienen a ser las tres grandes arterias viales de Barcelona. Ayer las colapsó todas. Fue espectacular. Sería absurdo intentar ponerle una cifra a una movilización que desbordó todo el eje central del Eixample barcelonés, ni compararlo con movilizaciones anteriores; yo al menos no sabría hacerlo. La Guardia Urbana se chupó un dedo, lo sacó al viento y dijo que medio millón de personas. La organización dijo que 750.000. Bueno. La sensación con la que la mayoría del soberanismo se fue a casa, que es lo que cuenta al fin y al cabo, fue la de haberlo vuelto a hacer. Haber desbordado Barcelona y haberse reencontrado consigo mismo. Un chute de autoestima contra el ruido generado los últimos días en torno a los disturbios, que ayer se repitieron.
El día arrancó lento en Barcelona, con muchos comercios cerrados y otros muchos abiertos, y con poca gente en la calle. Como un domingo perezoso. Hubo piquetes, acciones como el bloqueo de las entradas de la Sagrada Familia, marcha de los estibadores o tímidas intentonas para entrar en el puerto. Pero en general, poca gente.
Había una razón, que empezó a visualizarse cuando las marchas por la libertad de la ANC empezaron a acercarse a las entradas de Barcelona, dejando algunas de esas imágenes que quedan guardadas en el disco duro de la retina. Diagonal, Meridiana, Gran Vía, las grandes arterias palpitaban al ritmo de miles y miles de pasos. Algunos hicieron los 100 kilómetros de las marchas, otros aprovecharon el día de huelga para hacer los 20 kilómetros mañaneros de ayer, y muchos otros se contentaron con acercarse a las salidas de Barcelona para dar la bienvenida a los que llegaban. Las marchas –una movilización cuyo código conoce perfectamente– han sido como agua de mayo para un independentismo que no sabe muy bien cómo decodificar los incidentes de estos días.
Como botón de muestra habitual para medir la intensidad de una movilización independentista, la actitud de los Comuns: en un principio no se sumaron a la huelga, pero vista la magnitud, acabaron llamando a sus bases a sumarse.
Volver a ver a la Guardia Civil cerrando páginas web –esta vez por orden de la Audiencia Nacional– hizo el resto para traer a la memoria aquellos insurreccionales días de setiembre de 2017, cuando el independentismo se sentía capaz de todo. Por cierto, igual que entonces, cerrar webs sigue siendo como poner puertas al campo; la página de Tsunami Democràtic ya ha sido duplicada.
Cuixart, desde Lledoners
Aunque lo convocado por la Intersindical, organizadora de la huelga, era una manifestación, fue imposible que la cabecera hiciera unos pocos metros en el paseo de Gràcia. El colapso de todo el centro de Barcelona convirtió la movilización en una concentración que culminó en lo alto de un escenario con la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, el vicepresidente de Òmnium, Marcel Mauri, y los responsables de la Intersindical.
Mauri leyó una carta de Jordi Cuixart en la que el líder encarcelado en Lledoners reivindicaba que «ya lo estamos volviendo a hacer». «No será porque no lo avisé en el Supremo», ironizó, añadiendo que los presos no son «la visualización de ninguna derrota, sino un paso más hacia la victoria». «Querían que os quedaseis en casa, pero aquí estáis», agradeció.
Debates abiertos
Antes de Mauri tomó la palabra Paluzie, que fue dura con la clase política. Subrayó que ellos están respondiendo como dijeron que lo harían «a esta ignominiosa sentencia», y que le toca a «nuestra mayoría parlamentaria» recomponer su unidad y «retomar el camino» de la independencia. «El que esté cansado que se pare, que ya le tomará alguien el relevo, pero colectivamente no nos podemos parar», añadió, antes de exigir a los partidos que estén preparados para «en el momento preciso, hacer y sostener una declaración de independencia, porque la gente estará, como estuvo el 1-O».
Paluzie abordó así, de forma contundente, la versión según la cual existe ya el mandato democrático para hacer efectiva la independencia. No todos piensan así en el seno del mismo independentismo, ni mucho menos.
Es solo uno de los frentes abiertos del soberanismo, que ayer logró pasar desapercibido bajo las pisadas de los miles de catalanes que participaron en las marchas, pero que una vez bajada la efervescencia de la primera semana de movilizaciones, le tocará encarar si quiere intentar dar una dirección a toda la energía contenida que la sentencia del Tribunal Supremo desató el pasado lunes.
También seguirá encima de la mesa el futuro del Govern, cuyas tensiones internas se han agudizado esta semana hasta límites insospechados. En el ojo del huracán, Miquel Buch, consejero de Interior. Ayer volvió a comparecer para tratar de salir al paso de un operativo que la víspera permitió a fascistas llegar hasta las inmediaciones de la concentración independentista, desarrollada tranquilamente hasta ese momento. Su dimisión ya la piden desde Esquerra hasta la ANC.
Nuevos disturbios
A la misma hora en la que miles de personas se concentraban en el Eixample, la Policía cargó contra algunos pocos centenares de jóvenes concentrados frente a la Jefatura Superior de la Policía española, en la Vía Laietana. El enfrentamiento derivó en nuevos disturbios, en los que la Policía empleó por vez primera gas.