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Tras la respuesta a la sentencia en la calle, llega el examen de las urnas

Las estatales no son el mejor escenario para medir las fuerzas independentistas, pero el 10N se verá si la sentencia del TS ha servido para decantar algunas mayorías. También para dirimir diferencias dentro de cada bloque.


Catalunya sigue en transición. Sabemos de dónde viene –más o menos–, pero es difícil anticipar los escenarios que se van a abrir a medio plazo tras la sentencia del Supremo. La respuesta a la condena de los dirigentes independentistas fue un estallido colectivo de rabia contenida espectacular, en la cual cada quién tuvo su espacio para manifestar su desacuerdo; desde las masivas marchas por la libertad a los disturbios nocturnos en Barcelona y otras ciudades. También lo hizo el unionismo, con una manifestación numerosa que no le llegó a la suela de los zapatos a la movilización soberanista. Aunque es previsible que la movilización permanente vaya dando paso a acciones más concretas y espaciadas, la calle sigue siendo independentista.

Pero, ¿y las urnas? Porque aunque suponga ejercer el odioso papel de pepito grillo, cabe recordar que el independentismo no ha superado todavía la barrera del 50%. No lo logrará el próximo domingo –unas estatales no son el escenario idóneo–, pero las fuerzas soberanistas tienen una oportunidad de oro para superar por primera vez a los partidos del 155 en unos comicios a Madrid. En el ciclo 2015-2016, el unionismo aventajó en ocho puntos a las fuerzas independentistas en el Congreso. El pasado 28A solo lo hizo en cuatro puntos, y las variables que operan en este 10N pueden consolidar la tendencia.

La aspiradora independentista

La cita con las urnas es lo que estaba esperando precisamente ERC. Lo explicitó demasiado burdamente Gabriel Rufián el día en el que se publicó la sentencia: «El Estado ha dictado hoy sentencia. El 10/11 Catalunya dictará la suya». Estas tres semanas le han sobrado al candidato republicano, cuyo estilo cada vez genera más anticuerpos en el seno del independentismo convencido –también en sus propias filas–, pero a quien acompañan los resultados. Si no hay sorpresa, Esquerra será la ganadora del domingo en Catalunya, con un resultado similar al del 28A, según las encuestas.

Lo que ERC pierde en el flanco independentista, lo recupera comiendo terreno a los Comuns e incluso al PSC, engordando de paso los números del independentismo. Hay que pensar en esto antes de criticar abiertamente la línea de la formación de Junqueras, que empieza a adquirir uno de los síntomas de todo partido de gobierno: tener en su seno voces discordantes, a veces contradictorias. Urkullu y Egibar en el PNV, Montero y Calviño en el PSOE. Eso sí, la solidez se demuestra aguantando estas contradicciones en el tiempo.

De aspiradora para el independentismo ejercerá también la CUP, que se estrena en unas elecciones al Congreso. Aunque su propia candidata, Mireia Vehí, viene repitiendo que en Madrid apenas hay nada para hacer, la concurrencia de la CUP da abrigo a un voto que en las generales quedaba huérfano, que a veces votaba ERC, otras veces Comuns, JxCat o, el pasado 28, Front Republicà, que no obtuvo escaño. Pero el votante de la CUP quiere votar en las estatales: según el Centre d’Estudis d’Opinió, solo el 10% de la gente que les votó en 2017 al Parlament se quedó en casa el 28A.

La CUP pescará votos de ERC y JxCat –más de los que la lógica ideológica diría–, pero si moviliza a ese 10% que se abstuvo y recupera al 13% que optó por los Comuns, la aportación a los números totales del independentismo será indiscutible. Según los últimos sondeos, podría llegar a los cuatro o cinco escaños.

Otro cantar es el de JxCat. Aunque el desempeño de la candidata, Laura Borràs, es bueno, una vez rebajada la épica del exilio y el legitimismo en torno a Puigdemont, la ausencia de programa político y la indefinición ideológica pasan factura. Las encuestas coinciden en quitarles uno o dos escaños, dejándoles cerca de los resultados que obtendría la CUP. Un desenlace así sacudiría el espacio postconvergente, en eterna reformulación, y pondría en el aire la fecha de unas elecciones al Parlament, ya que el botón rojo, a fin de cuentas, lo tiene Torra.

Derecha española dividida

Mientras la división independentista puede ejercer de aspiradora, apelando a una base social muy amplia, la división del voto unionista conservador, que se dirige a una bolsa de electores mucho menor, castiga sus perspectivas electorales. La pugna histriónica entre Inés Arrimadas (Ciudadanos) y Cayetana Álvarez de Toledo (PP) las ha metido en una carrera sin frenos en la que pasan a Vox por la derecha y que, aunque funcione en España, en Catalunya genera alergias también entre los no independentistas.

Las encuestas predicen que PP y Vox, con un candidato afrodescendiente, crecerán a costa de Ciudadanos, que sufrirá la caída generalizada en el Estado también en su base, Catalunya. Sería un golpe duro para Arrimadas y Albert Rivera. En cualquier caso, es bastante probable que las fuerzas del trifachito ocupen los tres últimos lugares en la competición electoral, no superando ninguna los cuatro diputados –Catalunya envía a 48 diputados al Congreso–.

Un PSC escondido tras el PSOE

Hace días que los asesores de Sánchez han olido la sangre que mana de la herida de Ciudadanos, pero lo que al PSOE puede funcionarle en España –está por ver–, difícilmente le servirá al PSC en Catalunya. La breve presidenta del Congreso, Meritxell Batet, cosechó el 28A los mejores resultados del PSC en años, obteniendo 12 diputados y acercándose al millón de votos. Lo hizo igual que en 2008 lo lograron Chacón y Zapatero, azuzando el miedo al regreso de la derecha, esta vez con el añadido de Vox. Pero claro, si en vez de formar un gobierno para frenar a esa derecha, le pides el voto y provocas un adelanto electoral para no pactar con la izquierda, tienes un problema.

Aunque en el debate del martes en TV3, José Zaragoza trató de cambiar el tono de Sánchez la víspera en las televisiones españolas, lo cierto es que el PSC está quedando desdibujado ante un candidato estatal que ha provocado unas elecciones que podía evitar, que empezó la campaña convirtiendo la exhumación a Franco en un homenaje al dictador, que siguió prometiendo volver a incluir el referéndum en el Código Penal y que ayer tuvo un encontronazo con la Fiscalía a cuenta de la bravuconada que soltó acerca de que iban «a traer a Puigdemont». La guinda la puso horas después el Reino Unido, al rechazar la euroorden contra Clara Ponsatí, por desproporcionada. No son buenas alforjas para hacer campaña en Catalunya, donde ya sería mucho que repitiesen los resultados del 28A. Las encuestas coinciden en que perderá algún diputado.

Estos elementos dibujan un escenario electoralmente interesante para el independentismo, que tiene la oportunidad de fijar los cimientos para alcanzar el todavía inédito 50% de los votos en unas elecciones al Parlament que llegarán, a priori, más pronto que tarde. Sánchez ha dicho estos días que, para él, eso «no cambiará nada», pero eso lo empezaremos a averiguar en el momento en que ocurra. Por ahora, como respuesta a la sentencia, no sería poco.