La pandemia escapa al recuento, caos mundial en la cifra de muertos
La Universidad John Hopkins se ha convertido en el referente mundial a la hora de contar las víctimas mortales por el coronavirus. El centro se agarra, únicamente, a los números que los distintos países dan como oficiales. Pero, si ni siquiera el Estado español es capaz de aclararse con los datos autonómicos, la John Hopkins mucho menos controla los datos que, hoy por hoy, se dan por válidos.
Para entender mejor el nivel de caos que existe en el recuento de fallecidos hay que mirar, por ejemplo, las cifras de muertos en Guaya, la provincia más golpeada por el virus en Ecuador. Si se acude a los números de la John Hopkins, solo aparecerán 8.225 casos confirmados y 443 fallecidos por coronavirus en todo el país (datos actualizados hasta el 17 de abril). Sin embargo, en la primera quincena del mes han fallecido 6.700 personas en Guaya, cuando lo normal según las estadísticas de otros anteriores es que hubieran muerto mil.
Solo contando Guaya, la cifra de muertos atribuibles al coronavirus se dispara en más de doce veces el conteo que remite Ecuador a la John Hopkins para todo el país. Internamente, el presidente Lenín Moreno admite esta realidad. Una catástrofe que los ciudadanos de Guayaquil (capital de Guaya) pueden ver... y hasta oler en las propias calles. Los servicios funerarios no dan abasto y hay cadáveres pudriéndose en las calles. A principios de mes, las autoridades habían reconocido haber recogido 300 personas fallecidas y abandonadas en sus pisos o en la vía pública.
El de Ecuador es un caso extremo. Pero está claro que la letalidad del coronavirus escapa la capacidad de conteo científico. Ni tan siquiera la organizada China, cuya disciplina inspiró la vía de contención que ahora se practica casi en todo el planeta, es capaz de ofrecer un recuento controlado y, este viernes, admitió que los muertos en Wuhan habían sido un 50% más.
En Reino Unido, los distintos países que lo conforman tampoco han sido capaces de homogeneizar sus recuentos. Las organizaciones Age UK, Marie Curie y la Alzheimer's Society enviaron una carta a primeros de abril al ministro británico de Salid, Matt Hancock, urgiéndole a aplicar un método científico para sus cifras oficiales que luego recoge la John Hopkins. El motivo de la misiva fue que no se contabilizaban las muertes en residencias que, en ese momento, Gales e Inglaterra estimaban en un 11% del total de fallecidos.
El Gobierno de Boris Johnson se defendió alegando que la cifra de muertos en hospitales es la más eficiente y rápida, que por eso no ofrecen el número de decesos que se registran en las residencias de ancianos.
El Estado francés ha estado incorporando en bloques de varios cientos las cifras de fallecidos en residencias a un recuento original que únicamente afectaba a los fallecidos en hospitales. Desde ese momento, el número de fallecidos en residencias viene a suponer un tercio del total, algo que contrasta fuertemente con el impacto proporcional que reconoce Reino Unido.
El jueves, el Estado de Nueva York superó a Italia en número de muertes. Lo hizo por una corrección al alza de un 60% en el número de fallecidos. Metió, de golpe, casi 4.000 casos más de personas que, sin tener un diagnóstico positivo, habían fallecido casi con toda seguridad por Covid-19.
Organizaciones periodísticas de EEUU, como ProPublica están cargando también contra las autoridades de ciertos estados después de haber comprobado como las cifras de muertes de las ciudades de Seattle, Boston y Detroit se están disparando sin que el recuento oficial de decesos que está realizando el gobierno de Donald Trump sea suficiente como para justificarlo.
La metodología que se ha impuesto para medir los fallecidos de forma oficial es, en líneas generales, común dentro y fuera de EEUU. La CDC estadounidense y Europa informan de fallecidos a los que se les ha sometido a una prueba diagnóstica (PCR, por lo general) y han dado positivo. Únicamente esos. La idea parte de la base de que, si todos cuentan igual, se podrá comparar unos con otros y así, aunque solo sea midiendo la puntita, se podrá tomar la medida de todo el iceberg.
El método normativiza los datos y en parte los hace más homogéneos, pero no parece una mecánica efectiva a nivel mundial, donde los sistemas sanitarios tienen un nivel de eficacia muy dispar. Algunos epidemiólogos ya han advertido de que hay países que únicamente cuentan con dos máquinas de PCR capaces de diagnosticar la infección por coronavirus, por lo que aunque los contagios y los decesos aumentarán por decenas cada día, por bien que la realidad sea de cientos o de miles de contagios diarios en ese territorio.
La profesora de Harvard Megan Murray, en una reciente entrevista al canal France24, remarcaba la importancia de la magnitud de lo que los expertos empiezan a denominar «subregistro» de víctimas mortales del coronavirus. Subrayaba, asimismo, la obviedad de que el número de positivos depende de la capacidad del sistema sanitario de un país para detectarlos. «Dependiendo de la calidad de los servicios de salud, será más difícil registrar todas las muertes».
El otro método de recuento puede ser la comparativa de la mortalidad de este año con respecto a años anteriores. En Ecuador queda muy a las claras que este subregistro refleja mucho mejor la realidad que el método de la John Hopkins. Ahora bien, solo puede ser una estimación y nunca será perfecto. Por ejemplo, la crisis del coronavirus ha obligado a distintos países a anular campañas de vacunación y está generando una serie de disfunciones sanitarias que pueden afectar en comparativas de mortalidad con respecto a años anteriores.