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Guerra en Libia, meses que pasan en días

El descalabro del mariscal Haftar, caudillo del Gobierno del este, en su ofensiva sobre Trípoli sirve para recordar las dinámicas que marcan los tiempos desde que Libia es Libia.

Daños tras el bombardeo de represalia de Haftar en el parking del Hospital General Jadra de Trípoli. (Mahmud TURKIA-AFP)

Sombreamos el 13 de abril de 2020 en la historia reciente de Libia. Recién cumplido un año del inicio de la ofensiva del general Haftar (el caudillo del Gobierno del este) sobre el oeste del país, Trípoli da un puñetazo sobre la mesa: de la noche a la mañana, la operación  «Volcán de ira» recupera las ciudades costeras al oeste de la capital de Sabratha y Sorman (plazas fuertes de Haftar), y lo mismo ocurre con localidades en el interior como Ayilat, Ragdalin o Jmeil. Es el arco de pueblos árabes que rodean la localidad amazigh de Zuwara, en la frontera con Túnez. No es un jaque al rey Haftar, pero sí que le dejan sin caballos ni alfiles en el tablero occidental.

Durante un año se ha intentado entender este último capítulo de la guerra en bucle libia a través de mapas en los que se marcaban con colores distintos las posiciones de unos y otros, algo inútil cuando se trata de entender un conflicto que se arraiga bajo multitud de capas.

Bajo el binomio «este-oeste» se esconde, entre muchos factores, el intrincado tejido tribal con el que han tenido que lidiar todos aquellos que han querido mandar en el país desde que Libia es Libia. Aún hoy, las interacciones entre clanes siguen patrones de alianzas sólidas, como las llamadas «tribus beduinas», que incluyen a los Warshafana, Gadafa, Warfala y Awad Suleyman, antes leales a Gadafi y luego alineadas bajo el paraguas del gobierno del este.

Sin ir más lejos, la estratégica localidad de Sorman (plaza fuerte de Haftar hasta el pasado día 13) es un enclave costero Warshafana. Otras plazas leales a Haftar son Sirte (Gadafa) o Bani Walid (Warfala). Tarhouna, el último reducto de Haftar en el oeste, es un enclave de su propio clan de los Ferjani.

La alineación de Sabratha con Haftar se explica más por la enemistad histórica con sus vecinos amazighs en Zuwara. La obsesión de Gadafi por arabizar el noroeste le llevo a la construcción de un arco de asentamientos que recuerdan a los de Cisjordania. No es casual que Ragdalin, Ayilat o Jmeil se encuentren situados entre las montañas de Nafusa y Zuwara, justo en medio del desierto bereber.

Ya en vísperas del cambio de fuerzas del día 13 se encadenaron una serie de secuestros y asesinatos de bereberes tanto en Sabratha como en el arco de pueblos árabes. Fuentes del Consejo Supremo Amazigh consultadas  por GARA apuntaban a una «campaña de Haftar para desatar un conflicto étnico entre árabes y bereberes». Los acontecimientos se precipitaron el día 13 y a la sangre no le dio tiempo de llegar al río.

El factor religioso también juega un papel importante en la ecuación libia. Sin chiíes en el país (la práctica totalidad de los libios son suníes excepto un pequeño porcentaje de ibadíes entre los bereberes), la dicotomía se articula entre los Hermanos Musulmanes y los salafistas, aunque todo esto también es engañoso. Trípoli insiste en la penetración del salafismo saudí en las filas del este apuntando a la corriente madjalí.

Fundada por Rabi al Madjali, un clérigo saudí de 85 años que mueve los hilos desde Medina, los madjalíes se han alineado con cada Gobierno autoproclamado y cada señor de la guerra libio durante los últimos años. La sorpresa llega cuando escuchamos que, en la capital, controlan Rada, la milicia sobre la que se vertebra el Ministerio de Defensa del Gobierno de Trípoli.

En cualquier caso, hay más espónsores saudíes en el oeste de lo que a Ankara le gustaría además del jeque Madjali. Recordar que son Turquía, Qatar e Italia los principales apoyos del Gobierno del oeste mientras que el este se ve arropado por Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Rusia.

Una de las incógnitas ha sido siempre el número de efectivos del este que Haftar tenía en los enclaves occidentales perdidos. Realmente ese ha sido uno de los grandes handicaps de Haftar en la ofensiva; que la tecnología emiratí y los soldados y mercenarios rusos no llegaron a compensar la ausencia de una infantería solvente. No se trata únicamente de entrar en Trípoli, sino también de poder quedarse, y eso parece que nunca fue una opción.

Así, la caída de Sabratha y Sorman se redujo a unas escaramuzas esporádicas con un puñado de efectivos de Haftar llegados desde el este que intentaban huir de los enclaves sitiados. Los de casa, la mayoría, se quedan, porque los libios saben que las lealtades en su país se compran con dinero en metálico.

El pasado día 16, Trípoli anunciaba que revisaría los expedientes de todos aquellos miembros de sus propias fuerzas de seguridad que habían combatido para el enemigo. Un gesto de cara a la galería que sirve para recordar que no está bien morder la mano de quien te da de comer, pero poco más. La mayoría de los tránsfugas recuperarán su sueldo, e incluso lo verán multiplicado en aras de evitar nuevas sorpresas a corto plazo.

«Le han hecho a Haftar lo mismo que le hicieron a Serraj (primer ministro del Gobierno del oeste) hace un año», resumía Younes Biro, un abogado tripolitano hoy trabajando desde casa por el COVID-19. Se oía el impacto de las bombas a través del teléfono: la ira del mariscal por su reciente derrota parece haberse canalizado en una lluvia de cohetes GRAD sobre una capital libia que también hace lo que puede para protegerse de la pandemia.

El pasado 14 de abril, otra lluvia de fuego provocó ocho muertos y docenas de heridos en Jadu (en las montañas de Nafusa). La milicia bereber local controla la carretera al estratégico aeródromo de Wottiya –en el oeste del país- a través del cual el mariscal ha introducido durante un año esos hombres y equipamiento que ahora busca evacuar. Los últimos de Haftar en Tripolitania aguantan en Tarhouna bajo una lluvia de octavillas bilingües (árabe y ruso): «Si quieres disfrutar de tu dinero, ríndete; todo el que no lo haga morirá. La nieve de Moscú se derretirá bajo el fuego del volcán».

Como dice el proverbio árabe, hay días en los que no pasa nada, y hay meses que pasan en días.