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Muere Erik El Belga, más que un maestro de ladrones

Erik El Belga, el mayor ladrón de arte –que se sepa– ha fallecido. Su mejor golpe lo dio en Aralar, según confesó, cuando guindó del monasterio el retablo que Ricardo Corazón de León entregó a Nafarroa, tierra de donde era su esposa, Berenguela. 

Erik El Belga. (GARA)

Lo menos relevante de la vida de Erik el Belga es que al torpe que escribe estas líneas se le fuera el archivo con toda la grabación de la entrevista a hacer puñetas. Hubo que coger el teléfono, pasar vergüenza, y reconstruirla otra vez de cabo a rabo. Erik fue encantador la primera vez y maravilloso, paciente y cercano la segunda. Quitó hierro a mi terrible ineptitud haciendo bromas hasta que la cosa fluyera de nuevo. 

El tono jovial se le quebró cuando le pregunté por la forma en que le torturaron tras capturarle. No repetí la pregunta una segunda vez. Me dio miedo. Cuando lo mencioné se cerró en banda, como si algo siguiera doliendo. Se le acabó el buen humor y tardó un poco en volver, pero no negó que aquello pasó. En su denuncia en Bélgica se podrá encontrar aquello de lo que no quiere hablar, me dijo. 

Erik cumplió el patrón de ladrón romántico de obras de arte. Si bien, cuando decidió desvelar sus memorias, lo hizo con un fuerte interés divulgativo, casi filantrópico. Las obras de arte que él robaba estaban abandonadas en los pueblos, y siguen cada vez más  perdidas y arrinconadas conforme la ciencia va dejando atrás sistemas míticos de creencias, como el de la religión católica. Y eso es algo más grave que que venga alguien y se lleve la talla de la virgen para vendérselo a un coleccionista ricachón.

Más allá de las preguntas, El Belga quería enfocar la entrevista hacia esa necesidad de valorar el patrimonio de los pueblos. No es de la Iglesia, sino de los pueblos, insistía. Su discurso era el de un viejo ladrón desesperado porque la gente ya no sabía apreciar todo lo que él amaba. Yo quería hablar de grandes golpes, de tramas policíacas, de compinches y del trono que fue partiendo a pedacitos. Él me reencauzaba. Eso no era lo importante, lo importante siempre ha sido el objeto del robo. Joyas que solo se aprecian desde un punto de vista bobalicón, como objetos milagreros, cuando son mucho más que eso. 

El Belga robó lo que estaba la vista de todos y, así, enseñó a que se apreciasen. Hoy llega la noticia de que el gran ladrón se ha ido y me temo que su enseñanza se perderá. A ver si, con suerte, empezamos a entender por qué robaba lo que robaba. 

Erik, pese a que el retablo de Aralar no volvió entero, pienso de corazón que hay que darte las gracias por lo que hiciste. 

Ojalá se me borrara la grabación de nuevo, para poder empezar otra vez.

Milesker.