INFO

Oskar Alegria: «El confinamiento nos está obligando a vivir la cultura desde casa»

Para el cineasta navarro Oskar Alegria formar parte del jurado en el Festival de Venecia ha sido «un regalo», un «foco de luz» en medio de un año «difícil» para el mundo del cine y del audiovisual, pues las restricciones y el confinamiento han obligado a que vivamos la cultura «desde casa».

El realizador navarro Oskar Alegria. (NAIZ)

«Ha sido un sueño. Todavía lo recuerdo como algo irreal», explica Alegria en una entrevista con Efe, en la que comenta que el pasado Festival de Venecia fue «distinto», «más íntimo y familiar» y con sabor a «cine antiguo», en un año en el que el streaming «ha sido más potente que nunca».

«El Festival ha estado a medio gas debido a la pandemia pero también muchos veteranos me decían que estaban pasando cosas que hace mucho tiempo no pasaban», explica el director, que apunta a que ha habido mucha más cercanía entre los profesionales y menos «sobredimensión», de forma que se recuperó la esencia y la magia de los festivales de antes.

«Poder tomarte un café con Cate Blanchett, que en otro momento quizá hubiera sido imposible, pues ha sido posible», afirma Alegria, que asistió como jurado en la sección Orizzonti del festival junto a personalidades como Claire Denis o Francesca Comencini.

Alegria desembarcó en el Festival de Venecia por primera vez en 2019, con su película ‘Zumiriki’, que compitió precisamente en la misma sección que un año más tarde le llamó para formar parte del jurado.

«Que al año siguiente te elijan jurado de la misma sección para mí es como un premio a la película. Era como decirme que lo del año pasado no fue una casualidad y que les interesa mi mirada y mi opinión», declara el navarro, aún «sorprendido» por el éxito que granjeó su segundo trabajo, que tras pasar por el Festival Punto de Vista, ahora en Santiago de Compostela y en Toulouse.

‘Zumiriki’, una «aventura en la naturaleza» para la cual Alegria se refugió durante cuatro meses en una cabaña en una zona pirenaica, es una película «mucho más personal» que su anterior trabajo, ‘La casa Emak Bakia’, que recorrió decenas de certámenes internacionales y ganó hasta 15 premios.

La película relata su experiencia a lo Robinson Crusoe en busca de la isla donde pasó los veranos de su infancia y que ha quedado sumergida en el río Arga debido a la construcción de una presa.

«Al final todos tenemos una infancia, todos tenemos un paisaje, todos tenemos un juguete roto, al que queremos volver», explica el cineasta, que celebra que su película continúe teniendo un recorrido en festivales y que pueda proyectarse aún en salas, en un año marcado por el coronavirus.

Según Alegria este año es un «río revuelto» para el audiovisual, porque aunque la paralización de rodajes y la situación crítica para las salas está afectando negativamente al sector, ve la oportunidad para algunos cineastas «menos ambiciosos» de poder mostrar sus obras en un mercado «menos competitivo».

«Hay gente que está jugando este año, con más riesgos, pero menos competición. Otras películas solo quieren estar en el baile porque quieren ganar y si no ganan no juegan», explica el cineasta, que ve 2020 como un año «necesario y bueno» para historias «más humanas» y menos comerciales.

Lo que sí está claro es que la pandemia ha afectado al consumo de cine en salas y ha favorecido el streaming, una práctica que según Alegria «ha venido para quedarse».

«Las plataformas han funcionado mejor que nunca. Eso quiere decir que el ser humano necesita ese asidero cultural para pasar estos naufragios», asegura, aunque opina que lo justo es que cuando todo pase el público «apoye» los festivales y las salas de forma presencial, porque es donde se producen «los encuentros».

«El cine en sala persistirá y los pequeños lugares que queden tendrán un sabor mucho más fuerte de oasis», afirma esperanzado el realizador, que de momento tiene aparcada su faceta audiovisual y trabaja en un proyecto que materializará en un libro y en el que se mezclan ‘etomología’, ‘caligrafía’ y ‘etimología’.

«En euskara hubo 127 maneras diferentes de nombrar a la mariposa. Igual que ocurre en Galicia con la lluvia. Intento saber un siglo después cuántos de esos 127 nombres quedan vivos, cuántos se siguen usando o cuántos tiene alguna persona en su cabeza», explica.