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John Reed, el cronista insurgente

En su breve pero intensa vida –murió en Moscú el 19 de octubre de 1920 a los 33 años–, el estadounidense John Reed no solo fue un corresponsal de guerra sino un partícipe de los episodios de los que fue testigo. Obras como ‘México insurgente’ y ‘Diez días que estremecieron al mundo’ forman parte de su legado.

John Reed.

El sol golpea sin clemencia sobre el yunque de Aguascalientes. A las afueras de la ciudad, un tren anclado en la arena suelta bufidos de vapor mientras un grupo de ‘villistas’ protegen de polvo las ametralladoras Hotchkis que vigilan el desierto desde lo alto de los vagones. Al cobijo de unas improvisadas tiendas de campaña, las soldaderas limpian y recargan sus fusiles y amamantan a sus hijos a orillas de un río de arena y raíles.

La tropa se reúne en torno a fogatas dispersas de las que asoman el aroma de los ranchos o canta a coro una ranchera improvisada que habla de cómo los soldados ‘gringos’ del general John J. Pershing se batieron en retirada en su intento por capturar a su general Francisco Villa. Es un nuevo día de abril de 1914 en un México insurgente.

Sentirse presa de los federales de Porfirio Díaz y de la caballería del general Pershing no le impide a Francisco ‘Pancho’ Villa recorrer calmado el campamento. Viste un ajado uniforme caqui al que le faltan varios botones. No lleva sombrero y camina con pasos ligeros, un poco encorvado. De vez en cuando detiene su ruta para charlar con los suyos. A poca distancia de él, bajo una lona, un joven reportero yanqui capta la escena y la suma a su crónica.

«El 80% de los mexicanos son campesinos. La mitad del resto son aristócratas de sangre española, y los demás son comerciantes y profesionistas. Durante casi 500 años los aristócratas españoles, con la ayuda del capital foráneo y la iglesia católica, han robado y masacrado a los campesinos. La revolución sobre la que estoy escribiendo es solo la más reciente de 100 revoluciones. Pues el pueblo mexicano, con su predominio de sangre indígena, ha sido siempre una de las razas que mayor amor a la libertad sienten en el mundo». Quien firma esto se llama John Reed y entre 1913 y 1914, se encuentra en México para atestiguar de primera mano los hechos de la Revolución Mexicana.

Reed Acompañó a las tropas de Tomás Urbina y Pancho Villa, con quienes compartió conversaciones y cabalgadas, y escribió crónicas periodísticas para la revista ‘Metropolitan’ y el diario ‘World’, sobre el devenir de la revolución, pero también tomó posición contra toda intervención militar de Estados Unidos. Dichos textos los recopiló y los publicó como libro bajo el título de ‘México insurgente’.

Reed fue vanguardia en un modelo de periodismo relacionado con la crónica y la inmersión en los acontecimientos para poder interpretarlos mejor. No sólo buscaba ser testigo de los acontecimientos, sino de los profundos cambios sociales que implicaban, de su dimensión humana. La historia en marcha era la materia de sus crónicas y no solo daba voz a los grandes protagonistas, sino también a los actores anónimos, habitualmente olvidados.

Tras ‘México insurgente’, John Reed publicó su segundo gran libro –‘La guerra en Europa Oriental’– en la que plasmó sus impresiones sobre la Primera Guerra Mundial y en la que recreó su estancia en el frente oriental entre abril y octubre de 1914.

En su libreta cobraron forma conversaciones recogidas en cafés, encuentros en los bazares y mercados, ciudades en ruinas, trincheras y bailes.



Reed regresó a la guerra en 1915, su brújula le guió hasta Rusia, a un escenario de horror acaparado por pueblos calcinados y fosas comunes en las que yacían los millares de judíos que fueron ejecutados por los soldados del zar.

Letras desde la rebeldía

De regreso a Estados Unidos escribió para ‘Masses’ que «el verdadero enemigo del obrero usamericano era el dos por ciento de la población que poseía el sesenta por ciento de la riqueza nacional. Nosotros defendemos que los obreros se defiendan contra ese enemigo. Esa es nuestra preparación».

En opinión de Howard Zinn –profesor de ciencias políticas en la Universidad de Boston y presidente del Departamento de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Comunitaria Spellman en Atlanta– «el establishment nunca le perdonó a John Reed (tampoco lo hicieron algunos de sus críticos, como Walter Lippmann and Eugene O’Neill) que se negase a separar arte de insurgencia, que no solo fuese rebelde en su prosa, sino imaginativo en su activismo. Para Reed, la rebeldía era compromiso y diversión, análisis y aventura. Esto hizo que algunos de sus amigos liberales no se lo tomasen en serio (Lippmann mencionó su «deseo exorbitante de que lo detuviesen»), sin comprender que la élite del poder en su país consideraba peligrosas las protestas con imaginación y no se tomaba a broma el coraje con ingenio, porque sabía muy bien que siempre es posible encarcelar a los rebeldes pertinaces, pero que la más alta traición, esa contra la cual no hay castigo adecuado, es la que consiste en volver atractiva la rebelión».

Diez intensos días

En octubre de 1917 el viejo régimen zarista agonizaba y se embarcó rumbo a Finlandia y Petrogrado junto a su compañera, la periodista, escritora y activista feminista Louise Bryant.

Prendida la mecha revolucionaria, ambos compartieron un encadenado de secuencias en las que cobraron forma las manifestaciones multitudinarias, la toma de fábricas por parte de los trabajadores, la oposición de los soldados a participar en la guerra y la elección bolchevique mayoritaria que aconteció en el Soviet de Petrogrado. Todo ello derivaría en la comunión de soldados y trabajadores que tomó el Palacio de Invierno.

Un año después regresó a Estados Unidos con intención de plasmar todo aquello que vivió de primera mano y tras recuperar las notas que le fueron confiscadas escribió ‘Diez días que estremecieron al mundo’, un testimonio histórico de primera magnitud en la que Reed imprimió su habitual pulso narrativo a la hora de involucrar al lector en la propia acción-noticia mediante párrafos como este: «Bajo el húmedo crepúsculo, la multitud se arrebataba los últimos periódicos o se apretujaba tratando de descifrar los innumerables llamamientos y proclamas fijados en cada espacio libre… En cada esquina, en cada espacio libre, grupos compactos: soldados y estudiantes discutiendo… El Soviet de Petrogrado se hallaba reunido en sesión permanente en el Smolny, centro de la tempestad. Los delegados se caían de sueño en el piso; después, se levantaban para tomar parte en los debates. Trotski, Kaménev, Voldarski hablaban seis, ocho, doce horas diarias».

El propio Lenin dijo de esta obra «He leído con el máximo interés y atención constante el libro de John Reed (...) y lo recomiendo sin reservas a los trabajadores del mundo. Este es un libro que me gustaría ver publicado por millones de ejemplares y traducido a todas las lenguas».

Reed participó activamente en la creación del Partido Comunista de los Trabajadores en Estados Unidos y participó como delegado en las reuniones de la Internacional Comunista. No pudo evitar su desencanto en torno al avance de los burócratas pero perseveró en un ideario que le llevó a recorrer diferentes lugares en los que impartió conferencias y en los que participó en manifestaciones. En uno de estos viajes, Reed  contrajo el tifus y el 19 de octubre de 1920, a la edad de treinta y tres años, falleció en un hospital de Moscú. Su cuerpo fue enterrado con honores frente al Kremlin.