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Medidas similares en Iruñea para atajar la peste del siglo XVI y el covid del XXI

La pandemia del covid-19 no es la primera enfermedad extremadamente contagiosa y letal a la que se ha tenido que enfrentar Iruñea, ya que en el sigo XVI se las tuvo que ver con la peste. Aunque entre la propagación de ambas epidemias median 400 años, en el fondo, algunas medidas para atajarlas no han cambiado tanto.

400 años separan estas imágenes de un doctor de la peste y una sanitaria pertrechada para realizar pruebas del covid. (Gorka RUBIO/FOKU)

Ante la falta de conocimientos existentes para la curación de la peste, en primer lugar, el Regimiento o Ayuntamiento de Iruñea de la época intentaba evitar el contagio, según se recoge en ‘El «Regimiento» municipal de Pamplona en el siglo XVI’, obra de Santiago Lasaosa. Así que una vez que se tenía noticia de que la peste había llegado a alguna región próxima o con la que se mantenía contactos comerciales, se extremaba la vigilancia en los portales que daban acceso a la amurallada ciudad. Conforme la enfermedad se iba acercando, Iruñea se encerraba y una vez que llegaba, a la vigilancia se sumaba el aislamiento de los enfermos y la asistencia médica.

Las situaciones que llegaron a darse con la cuestión del aislamiento de posibles contagios recuerdan a los tiempos que actualmente se viven a consecuencia del coronavirus. Por ejemplo, en 1564, la peste había llegado a Aragón, donde estaban cursando Gramática un grupo de estudiantes de Iruñea que en abril regresaron a casa. Al tener conocimiento de su llegada, el Regimiento ordenó que no salieran de sus hogares, es decir decretó su confinamiento, aunque el padre de uno de ellos no aceptó la notificación del secretario aduciendo que lo habían dejado entrar libremente los portaleros. En cambio, otro padre señaló que su hijo había entrado en casa sin su consentimiento y que de haberlo sabido, no lo hubiese dejado entrar. Finalmente, se ordenó echar fuera de la ciudad a todos los estudiantes.

Además, se ordenó prohibir la entrada a cualquier persona que llegara desde Aragón, medida que recuerda a los actuales confinamientos perimetrales, lo que generó las protestas del arrendador de las tablas reales, quien denunciaba que esa medida perjudicaba el comercio. Una queja que ahora también se llega a oír en relación a las restricciones comerciales establecidas para frenar la expansión del covid-19.

Finalmente, la peste no se propagó por la ciudad, algo que sí ocurrió dos años más tarde, en 1566. La expansión de la enfermedad por la ciudad hizo que se reforzara la seguridad en los portales de entrada a la ciudad, que se nombraran tres enterradores y que se designaran personas para cuidar de los enfermos que eran confinados extra muros y para encargarse de limpiar la ropa y las casas de las personas contagiadas.

Sanción de 200 azotes y tres años de destierro

Treinta años más tarde, se produjo una nueva epidemia de peste y para evitar su propagación, el Regimiento de Iruñea estableció duras sanciones. Si actualmente se han fijado multas de 300 euros por no llevar la mascarilla o de 600 por participar en un botellón, en el siglo XVI se estableció una pena de 200 azotes y tres años de destierro a quien acogiera personas, ropas y mercancías provenientes de lugares sospechosos de estar infectados. Eso sí, si los que incumplían eran hijosdalgo, los azotes eran sustituidos por una multa económica de 200 ducados.

Incluso se establecía que quien tuviera noticia de que se había violado esa normativa «tiene la obligación de comunicarlo inmediatamente a las autoridades, bajo la misma pena».

En el año 1564 se había llegado a contemplar como sanción que quien acogiera a una persona procedente de Aragón con mercancías sería expulsada de la ciudad, su casa sería derribada y se quemarían sus pertenencias.

A pesar de las prevenciones y las sanciones, en 1599 la peste azotó Iruñea, dejando a su paso 276 víctimas de 344 contagios registrados. Entonces se pusieron en marcha diversas medidas relacionadas con la circulación de las personas que evocan las aplicadas ante el covid-19.

Por ejemplo, se estableció que no hubiera reuniones y los jornaleros que debían salir a trabajar fuera de la ciudad recibían una contraseña de los portaleros que debían entregar al regresar, como si fueran los justificantes de trabajo utilizados en tiempos del confinamiento de marzo y abril de este año.

Otras medidas pasaban porque «la casa del enfermo se cierre y sus moradores queden aislados», como los actuales confinamientos domiciliarios, además de realizar «mucha limpieza», como ahora se recurre al lavado frecuente de manos y al gel hidroalcohólico.

Como complemento, se abogaba por «las oraciones». De hecho, la población las consideraba santo remedio ante la peste. Así, en 1566, el Regimiento hizo voto a San Martín, cuya festividad se celebra el 11 de noviembre y coincidió ese año en plena amenaza de peste, que todos los años en su día se guardaría fiesta en la ciudad, celebrando una misa y haciendo una procesión con la imagen del santo. Y, según cuentan las crónicas de la época, a partir de ese día comenzó a remitir la enfermedad.

Las cosas fueron más lejos en 1599, con la peste azotando duro Iruñea.  En plena epidemia, el obispo Antonio Zapata aseguró haber tenido una revelación. La enfermedad remitiría en quince días si se hacía una procesión con una imagen con las llagas de Cristo y esta se colocaba a sanos y enfermos. Así se hizo y la peste cesó. Por ese motivo, el Regimiento decidió que, para recordar lo sucedido, en el reverso del escudo de Iruñea aparecieran representadas las cinco llagas y ahí siguen estando presentes.

Aunque no faltan los paralelismo entre las plagas de peste y coronavirus, por el momento no se ha planteado ningún remedio religioso en relación al covid.