Biden y Harris se encaminan a una presidencia histórica e hipotecada
El presidente y la vicepresidenta tendrán un mandato inusual y que quiebre techos de cristal, por el mayor encumbramiento de una mujer nunca alcanzado y por un presidente saliente opositor y voraz.
«Time to heal in America», dijo Joe Biden en su discurso de aceptación de la victoria en su ciudad natal, Wilmington. Ese «es tiempo de sanar» es un choque de trenes conceptual con el furioso «yo gané» del presidente saliente y sus denuncias sin pruebas sobre el presunto fraude que sigue disparando en Twitter.
«You’re fired (estás despedido)», aparecía en uno de los carteles de las miles de manifestaciones que han tenido lugar este fin de semana en Estados Unidos para celebrar que han echado al presidente pesadilla. Esa frase, con tono frío y desalmado, la popularizó el propio Donald Trump en su reality-show El Aprendiz, con el que ganó enorme popularidad y pasó a ser conocido por el gran público y no solo por quienes seguían las noticias de la jet set neoyorquina.
Ese estilo patronal y cruel con elogios a dar la vida por el dinero que había en aquel programa, créase o no, lo ayudó a llegar a la Casa Blanca. Por más irritante que sea, las bases progresistas que salieron a las calles el fin de semana, y especialmente el Partido Demócrata, no deberían olvidar que Trump es idolatrado por millones de estadounidenses y tiene un liderazgo indiscutido en una parte nada despreciable del electorado.
El período que comienza es histórico y una de las causas es Trump en sí mismo. Es el primer presidente que pierde su reelección en 28 años. Uno de los solamente tres que han sido derrotados en esa situación desde la Segunda Guerra Mundial.
Pero además, en Washington no son pocos los que creen que el magnate no se irá a su casa a descansar. Sería el primer caso de un expresidente que sigue en la competencia política propia. Hay que recordar un detalle peculiar (otro más) de la Constitución de la primera potencia: sus presidentes nunca pueden volver a serlo si tuvieron ocho años en ejercicio. «No vuelvo a ser candidato porque no me deja la ley», dijo el popular Bill Clinton cuando le pedían que jugara contra George W. Bush.
Pues constitucionalmente Trump podría volver a ser candidato en tres años (de hecho es algo más joven que Biden, el presidente electo de mayor edad de toda la historia del país). Esta situación difiere mucho de la de Jimmy Carter y Bush padre, que cuando perdieron tras un solo mandato, no tenían el anclaje social y el liderazgo que, guste o no, tiene el presidente saliente.
¿Qué pasará con el trumpismo? Porque definitivamente es una corriente política en sí misma, como lo fue el Tea Party que dio dolores de cabeza a Obama hace una década. Ese germen antisistema de derechas fue el prólogo de algo más amplio, líquido y extravagante que es el trumpismo y que increíblemente ha obtenido más de 71 millones de votos.
Es definitivamente una hipoteca para la presidencia de Biden y Kamala Harris esa activación de un sector social decidido a agitar y que, para peor, cree que el nuevo mandatario nace de un proceso ilegal. Aunque sin pruebas pero eso no les importa. Hoy en día, aunque las cadenas de noticias censuren las mentiras incendiarias de Trump, él no necesita de ellas. A golpe de redes sociales su poder simbólico podrá seguir a tope.
La vicepresidenta electa merece un párrafo porque es parte de lo histórico del proceso. La primera mujer en llegar al cargo (tal vez, junto con Angela Merkel y Margaret Thatcher, la que más alto ha llegado), y la primera no blanca en ser vicepresidenta. Si bien ni ella ni Biden representan al ala más progresista, tal vez acabe girando a la izquierda para contentar a unas bases cada vez más a la izquierda y que fueron las que acudieron a votar (o a enviar la papeleta por correo) y esta vez no se quedaron en casa, como con Hillary Clinton. Cuando acabe su primer mandato, Biden tendrá 82 años y no son pocos quienes ven en Harris alguien para dar el gran salto en 2024.
Otro párrafo también para el endiablado Colegio Electoral, un sistema que vuelve a demostrar que es tanto garantía de federalismo (fue pensado para que los grandes no aplasten a los más chicos) pero también sus contradicciones. De hecho, con solo un 3% más de los votos, cuando se cierre el escrutinio de Arizona y Georgia, Biden probablemente acabará con un aplastante 306 contra los 214 electores de Trump. Una diferencia mayúscula que no representa el sufragio.
Ha sido un fin de semana fatal para la alt-right (derecha alternativa). Este movimiento populista, con retórica antisistema, mezcla de lo peor de las derechas y de las izquierdas en pos de los personalismos mesiánicos, ha recibido un golpe fuerte. Su máximo exponente, y respaldo político de los Bolsonaro y los Boris Johnson del mundo, ha sido derrotado. Pero nadie debería relajarse. Muerto el perro, no acaba la rabia.