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Celes Álvarez y Patxiku Etxeberria, junto al retrato de su hijo José Miguel, en 1999. (Jagoba MANTEROLA | FOKU)

El vía crucis en busca de «Naparra»; 40 años en 25 estaciones


«El duelo por los fallecidos dura dos años, el de los desaparecidos no acaba nunca». Lo dice Eneko Etxeberria, pero la tenacidad de la familia, reconstruida en ‘Naparra kasu irekia’ de Jon Alonso, refleja otra cosa: la esperanza tampoco se ha apagado nunca.

Admite Jon Alonso que sus cuatro años de trabajo para este ‘Naparra kasu irekia’ (Elkar) son una minucia comparados con los 40 que lleva la familia Etxeberria Alvarez perseverando para saber qué hicieron con José Miguel. También asume el escritor que su labor no ha llegado a la verdad, nada lo ha hecho todavía. Pero en el camino Alonso sí reconstruye una auténtica odisea, un vía crucis por los espesos vericuetos de la guerra sucia, que este reportaje intenta resumir en 25 estaciones.

La huida, con la Constitución. José Miguel Etxeberria Álvarez tiene que huir de casa un 3 de diciembre de 1978, tras una redada en Altsasu. Sucede a otra desencadenada en Gasteiz tras el ametrallamiento de la Guardia Civil que acaba con la vida de tres personas en Arrasate (dos de ellas miembros de su organización, los Comandos Autónomos Anticapitalistas). Es el Día de Nafarroa, y también son las vísperas del referéndum de la Constitución, apenas tres días después. Poco que festejar en Euskal Herria; nada en el domicilio de Patxi, un exremontista de Alegia que había hecho carrera en el Euskal Jai de Iruñea, y Celes, hija de una conocida familia republicana navarra.

Clandestinidad, tortura o exilio. «Naparra» –«Bakunin» para otros– seguiría su militancia al otro lado del Bidasoa, donde sus padres pueden visitarle en ocasiones y hasta retratarse juntos en un fotomatón [‘Naparra kasu irekia’, cedida por la familia].

La investigación de Jon Alonso confirma la impresión de que Etxeberria no había tenido demasiada trayectoria todavía y que esta era eminentemente política, por lo que si hubiera sido detenido posiblemente no hubiera pasado más de unos meses preso. Pero José Miguel conocía qué supondría un arresto, se lo explicó así a las autoridades francesas de la OPFRA al rellenar el impreso de solicitud de asilo político en marzo de 1979: «Si volviera a España me torturarían». Allegados le ofrecen la posibilidad de ocultarse en Venezuela, pero Etxeberria, entonces apenas 21 años, la desestima.

La detención previa. Entre la marcha de casa y la desaparición, el joven «autónomo» (que inicialmente había sondeado la militancia en ETA) es detenido por la Gendarmería en marzo de 1979 y se le comunica una orden de expulsión. Hasta entonces la familia hablaba con él por teléfono; tras el arresto, tres meses de silencio absoluto, escondido posiblemente en el norte francés o quizás en Akize (Landas), donde recuerda haberle visitado una vez Tito Eseberri, su novia [‘Naparra kasu irekia’, cedida por la familia]

11 de junio de 1980, 16.00. A esa día y a esa hora es visto «Naparra» por última vez. Está con otra persona en el bar Consolation de Donibane Lohizune. La familia espera su llamada ese día o el siguiente, pero no se produce. Tres días después se enteran de que hay un José Miguel detenido en Baiona, pero el «alivio» da paso a la alarma: no se trata de Etxeberria sino de Arruageta.

La noticia de la desaparición aparece en prensa, los refugiados se activan junto a la familia y peinan la zona, pero hasta el día 18 no hallan su Simca 1100. Está en Ziburu, donde lo aparca habitualmente, en un lugar por el que ya han pasado días anteriores sin verlo. Patxi y Celes se retratan junto al vehículo; su cara denota el temor [‘Naparra kasu irekia’, cedida por la familia].

Ni una huella y un volante. En el vehículo, unos vaqueros, un jersey, una toalla, un par de zapatos, un pico, una pala, un trozo de cuerda, unos papeles rotos... Eneko Etxeberria, más joven aún que José Miguel, recordará siempre lo que le dice su aita sobre la inspección policial: no se han molestado ni en buscar una huella. Llévense el coche y hagan lo que quieran con él, ahí queda todo. El volante lo guardará Patxi para siempre, como símbolo de la pérdida, de lo último que quizás tocaron las manos del hijo.

El Batallón Vasco Español llama. Sus siglas son conocidas, viene atentando desde 1975. El 20 de junio, nueve días después, reivindica la acción en una llamada a ‘Deia’. Le siguen dos más a este diario y otras dos a ‘Egin’ de ahí a agosto. En un par se menciona que ha sido enterrado en Txantako (Biarritz). La confusión aumenta con cada una: la última afirma que tres gendarmes han sacado el cuerpo y se lo han llevado a Saint Vincent de Tyrosse (Landas). ¿Qué hay de realidad y qué de confusión inducida? Imposible saberlo. Lo que hay sin duda es sal sobre la herida abierta de la familia.

En Txantako. Quien lo ha hecho no conoce la entereza de Patxi Etxeberria ni el nervio de Celes Álvarez, puestas a prueba por la pérdida de un hijo. El 8 de julio, mientras Iruñea está en Sanfermines, familia, amigos y hasta submarinistas de Bizkaia rastrean una amplia zona de Txantako, entre Donibane Lohizune y Azkaine. Será la primera de otras. Nada.

«Solomo», una pista falsa. Para entonces el Estado ya ha sembrado la primera pista falsa. El Estado, sí, porque es la agencia oficial Efe la que difunde en un teletipo que a «Naparra» lo ha matado su propia organización, en represalia por quedarse con el dinero para una compra de armas junto a otro compañero, Juan Luis Arsuaga, «Solomo». Los Comandos Autónomos Anticapitalistas lo niegan tajantemente, pero por si acaso Patxiku Etxeberria va a buscar a «Solomo» en Hendaia y el militante confirma al padre que todo es una burda patraña. Etxeberria lo traslada a la Gendarmería y le insiste en que el BVE es la pista más sólida. Tras esta investigación 40 años después, también Jon Alonso se muestra convencido de ello.

ETA después. Más difusa que esta primera pista es la hipótesis de la autoría de ETA, que sobrevuela en estos primeros años debido a sus notorias diferencias con los «autónomos». Aunque no hay dato alguno que lo sustente, el asunto se embarra con algunos comunicados y actitudes, lo que afecta especialmente al padre, según deja constancia en algunas notas manuscritas.

Mirado en perspectiva, quizás lo que dice el entonces compañero de miltancia de «Naparra» Kike Zurutuza sea lo más clarificador y contundente sobre la falsa autoría de ETA: «¿Alguien puede creer de buena fe que en ese caso los aparatos del Estado, con todas las detenciones y torturas que han hecho en estos 40 largos años, no hubieran detectado ningún rastro? ¿Y alguien puede imaginar que si hubieran tenido esa opción no la hubieran utilizado?»

«Si vuestro deseo era hacernos sufrir...» En este vía crucis hay una auténtica plegaria, la «llamada dramática» de la familia al BVE desde ‘Egin’, el 15 de agosto de 1980. El dolor se vierte en negro sobre blanco al clamar al grupo ultra para que revele dónde está el cuerpo para «poder enterrarlo junto a los nuestros. Si vuestro deseo es el de hacernos sufrir hasta lo indecible, ya lo habéis conseguido». Estremece pensar que entonces hubieran pasado solo tres meses y ahora sean ya cuatro décadas.

Andoain, la angustia. El 25 de agosto de aquel primer año aparece el cuerpo de un joven en las aguas del Oria, en Andoain. Está muy deteriorado. Aunque aparentemente no tenga más sentido que el de explorar todas las opciones, la familia acude a ver si podría tratarse de José Miguel. La foto de ‘Egin’ muestra a la madre, Celes, y a la hermana, Camino, junto a una camilla en la que hay un cuerpo tapado por una sábana. «Las dos se llevan las manos a la boca, como si quisieran reprimir un grito terrible», describe Alonso. Es la imagen de la angustia, de la desesperación, que no desesperanza.

Carpetazo francés. Como ha anticipado Patxi, la Policía francesa no ha mostrado mucho interés en ese desaparecido «vasco-español, presuntamente miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Sus padres pusieron una denuncia sospechando que lo han secuestrado personas de la extrema derecha española (...) Hasta hoy no se ha encontrado su rastro». Ese «hasta hoy» se escribe en febrero de 1982, pero vale también en diciembre de 2020, igual que la escasa implicación francesa. Caso cerrado por su parte.

«Escaleras». Esta trama corre en paralelo, entonces oculta, y tiene como protagonista a un personaje llamado Julio Cabezas Centeno, nacido en Errenteria el mismo año que «Naparra» y más conocido por «Escaleras». Militan en la misma organización pero son agua y aceite: mientras Etxeberria se afana en lo ideológico, redacta los comunicados y prioriza la seguridad, Cabezas hace todo lo contrario y como detalle es reprendido por escaparse a fiestas, a Madalenas, desde el exilio en el norte. Terminará siendo detenido por «Billy el Niño» y utilizado por Jean Pierre Cherid, mercenario líder en la guerra sucia. ¿Fue «Escaleras» quien «entregó» a Etxeberria? La investigación de Alonso no lo descarta precisamente.

El desierto y un grito de impotencia. Con el caso cerrado en los tribunales y ningún hilo del que tirar, empieza una travesía del desierto. Dos décadas en que la llama del recuerdo a «Naparra» solo tiene fuerza en la casa de Iruñea y el baserri de Lizartza de los Etxeberria Alvarez. El olvido institucional es absoluto y en la calle, con un conflicto armado abierto que depara acción-reacción diaria, este episodio queda muy relegado. En un acto en Etxarri-Aranatz a mediados de los 90 en que se cita a las víctimas de la guerra sucia, Patxiku Etxeberria explota en un grito de impotencia: «Eta ‘Naparra’ zer? Ez al zen desagertu, ala?».

1999, todavía el pasado siglo. En la imagen que ilustra el reportaje de NAIZ, Celes apunta al frente, envuelta en cavilaciones; Patxi mira a su hijo, en el retrato colgado en la pared. Los años han pasado y el duelo inacabado les consume, pero ahí están de nuevo. El caso vuelve a los medios con la querella presentada por Iñigo Iruin en nombre de la familia, esta vez en Madrid. No hay elementos nuevos pero sí un objetivo: evitar la prescripción automática a los 20 años de la desaparición.

La Audiencia Nacional se ve forzada a abrir una una causa pero apenas investigará nada. El cierre, en 2004, será todavía más lacerante: «No se ha acreditado, ni siquiera indiciariamente, que la desaparición haya sido tributaria ni de un hecho constitutivo de delito y menos, si cabe, de un delito de naturaleza terrorista. No se ha probado ni el lugar, ni fechas, modo ni cualquier otra circunstancia de la supuesta desaparición».

Víctima de nada. Superando el mazazo y con cabezonería navarra, la familia toca otra puerta en 2005; reclama al Estado ser reconocida como «víctima del terrorismo». La maquinaria burocrático-política española es despiadada hasta el extremo de pedirles un certificado de defunción inviable. No hay reconocimiento, menos aún reparación; al contrario, Alonso estima a través de consultas que a la familia le pudo costar 18.000 euros la tramitación. Cuando en 2012 desde Lakua Maixabel Lasa les insta a volver a intentarlo, Eneko le responde que no tienen ganas de pegarse otra vez con una pared. Pero en las dos lo acabarán haciendo. Y en las dos les darán portazo.

Instituciones, 27 y 37 años después. Patxiku Etxeberria fallece en 2006 sin haber visto siquiera un gesto institucional en su favor. Éste llega al fin en 2007, cuando el Gobierno Ibarretxe comunica a la familia que incluirá a «Naparra» en un informe sobre víctimas de violencia estatal. En Nafarroa aún gobierna UPN, impera el negacionismo de la guerra sucia. Con el cambio de 2015, ya no Patxi, pero Celes sí podrá emocionarse todavía con un homenaje del Gobierno navarro (febrero de 2017) que a la familia le resulta muy reconfortante.

Miente que algo queda. La derecha navarrista pone el grito en el cielo por este evento y uno de sus portales digitales (Navarra Confidencial) señala a José Miguel Etxeberria como autor de la muerte de dos guardias civiles en un atentado en la oficina de Correos de Iruñea: pequeño detalle, aquello ocurrió en 1983, cuando «Naparra» ya lleva tres años desaparecido, por no decir muerto. Es una pequeña anécdota, pero reveladora de que los medios también son una estación dolorosa en este via crucis.

La ONU, sí. Antes que eso a los Etxeberria Álvarez se les ha abierto una puerta inesperada. No es Madrid ni París, es Ginebra. En 2014 la ONU admite el caso como «desaparición forzada» y por tanto como delito que no prescribe. Celes ya no viaja por cuestiones de edad, pero su mensaje en vídeo es el mismo grito de auxilio emotivo de aquella carta en ‘Egin’ de 34 años antes. [En la imagen, Eneko Etxeberria en sede de la ONU en Ginebra, con el retrato de su hermano]

Al fin un hilo, desde Brasil. Corre ya 2016 cuando aparece al fin un hilo del que tirar, el primero consistente en décadas. Quienes han seguido el caso en GARA saben bien la historia: Ramón Francisco Arnau de la Nuez, exagente del Cesid, ofrece desde Brasil detalles exhaustivos sobre dónde fue enterrado el cuerpo, en las Landas. Tras constatar la alta credibilidad del testimonio por su detalle, Iruin y el forense Paco Etxeberria lo difunden públicamente. Celes está en primera fila de la rueda de prensa, con gafas negras. Eneko en la mesa, con un gran retrato de José Miguel.

Labrit, decepción y dudas. Esta mañana de abril de 2017, al contrario que 37 años antes en Txantako, es la Policía francesa la que trabaja en este bosque entre Labrit y Brocas, mientras Eneko Etxeberria pasea arriba abajo y no deja de pensar en su madre, esperando noticias en casa [foto de Jagoba Manterola | Foku].

Se excava el llamado escenario B de los dos posibles a los que lleva el testimonio de Arnau. No hay nada. ¿Por qué no el A? A la terrible decepción se suma esa enorme duda, que sigue hoy.

¿Qué sabe la Policía? Mientras Arnau desaparece de escena sin llegar a declarar en la Audiencia Nacional, un lapsus de la Policía española no pasa desapercibido a la familia ni a Alonso: «En ninguno de los documentos existentes en los archivos de la Comisaría General de Información relacionado con tal asunto [Naparra] aparece referencia alguna a Arnau de la Nuez». ¿Hay documentos, por tanto? ¿Cuáles? ¿De quién? ¿Qué dicen? La Ley de Secretos Oficiales del Estado español, vigente desde el franquismo, no tiene plazo obligatorio de desclasificación.

Una bota enterrada. Una aguja en un par, una bota enterrada en un bosque. Tras la intervención de Brocas, el dueño del terreno recuerda a la Policía que hace 15-20 años en el lugar apareció una bota enterrada, estilo Rangers, del número 45. ¿Puede tener algo que ver con la desaparición, a la espera de que se actúe en la zona que no se inspeccionó en 2017?

Ez adiorik, Celes. El día del patrón de Nafarroa se fue de casa el hijo, en 1980; el del patrón de Iruñea se apagó la madre, en 2018. Celes Alvarez fallece con 88 años, los últimos 38 vaciados en esta agonía, sacando fuerzas siempre de un cuerpo que parecía exhausto. Dos semanas antes le dice a Eneko, desesperada por la dilación francesa: ‘Vamos al baserri, cogemos dos azadas, me llevas a ese sitio de Francia y nosotros haremos el agujero’.

Cauterets, Ziburu. ¿Qué queda hoy? Queda el sinsabor añadido de no saber si este camino tendrá final. La espera judicial de la segunda excavación. El trabajo político para desclasificar la Ley de Secretos Oficiales. La esperanza de que alguien cuente lo que hizo, lo que vio, lo que supo. La opción de que aparezca algún cuerpo sin identificar en algún lado: en 1980 era un cuerpo ahogado en Andoain, ayer eran unos restos en Cauterets, hoy un cuerpo con pesetas en el bolsillo en Ziburu, mañana habrá más... Queda la convicción de que seguir recordando será la única vía de llegar algún día al final.

Jon Alonso ha aprendido esto en el camino: «Si el caso de Naparra está vivo hoy día, en 2020, es por su padre Patxiku Etxeberria y su madre Celes Álvarez».

[Alonso con el libro en la presentación, foto de Jon Urbe | Foku].