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El espacio urbano, un derecho colectivo

Por decimotercer año consecutivo GARA patrocina la conferencia que sobre temáticas de arquitectura, patrimonio y paisaje se ofrecerá este domingo a las 12.00 en Guggenheim Bilbao Museoa, con entrada libre. En este artículo, el propio autor y ponente de la conferencia ofrece una síntesis de la misma.

El espacio Arriaga Leku, en honor al compositor Juan Crisóstomo de Arriaga, anexo al Bellas Artes de Bilbo. (NAIZ

Al tratar del espacio urbano hay que remitirse cronológicamente a la cultura griega, el ágora. Un recinto abierto, rectangular, rodeado por diversos edificios destinados a la política y la religión y, entre ellos, la stoa. Una galería formando pórticos donde pasear resguardados y que se convirtió en el lugar de reunión de los ciudadanos libres y punto de debate de opiniones.

En la civilización romana, la ciudad se caracteriza por su planta rectangular y reticular heredada de los Castrum atravesada por dos vías principales, el Cardo, y otra perpendicular, el Decumanus. En el espacio central cruce de ambas surge el Forum, lugar concurrido que crea la vida urbana donde se sitúan edificaciones civiles y templos para la vida pública, civil, económica, religiosa, el ocio y la justicia.

Posteriormente, en la edad media, el céntrico recinto (especialmente en las villas y algunos pueblos), se convierte socialmente en un área para mercado, que será sinónimo de plaza. Actividad que en la actualidad continúa con la tradicional venta de productos esenciales de alimentación.

Situándonos en Euskal Herria, la renovación urbana se producirá por la influencia que aporta la Ilustración y de modo más académico y científico por la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del Pais fundada en 1764 por el Conde de Peñaflorida. El gusto por la naturaleza y los espacios abiertos serán conceptos de utilidad colectiva y aplicación urbana. Un siglo después, surge la expansión de los centros históricos en forma de Ensanche en los que se proyectan lugares de ocio social, parques, plazas, paseos o alamedas en nuestras capitales.

«Urbarización»

Los lugares urbanos, que en décadas anteriores habían sido recuperados de la vorágine que introdujo la motorización masiva acaparando calles y plazas, fueron una conquista que las asociaciones vecinales lograron. Pero no ha durado mucho; el turismo masivo, el cambio climático, la voracidad desmedida de la hostelería y la sumisión de los ayuntamientos han creado un grave conflicto social. Se ha pasado de una libertad de movilidad y disfrute de espacios colectivos a estar condicionando su uso, incluso en sus rincones privilegiados, elementos singulares o monumentales por un inadmisible y abuso de los bares con todos sus artefactos. Esta degradación de suelos públicos usurpados masivamente han desplazado y convertido de algún modo al ciudadano en consumidor empedernido. Ya no hay grupos de personas hablando de pie o sentadas, también se suprimen las fuentes, se impone el lema hay que “tomar algo”, pero a todas horas y todos los días.

A su vez, estos espacios y su actividad social nos ofrecen escenas del paisanaje y el paisaje urbano, compuesto no solamente de lo visual artísticamente destacado, sino también del ámbito espacio vivido, participado, exponente de la idiosincrasia de un lugar.

Rapto monumental

En Bilbo, con la excusa de una ampliación del Museo de Bellas Artes que mediante el proyecto ya previsto elegido en un concurso repleto de ilegalidades y con una tramitación posterior cultural y urbanística tipificable de prevaricadora, se pretende un urbicidio. Que el excepcional espacio público Arriaga Leku, en honor al compositor Juan Crisóstomo de Arriaga anexo al museo, fotografía de este artículo, quede encerrado y se convierta en una sala, es otra usurpación. Se trata de uno de los más bellos lugares de Euskal Herria. Como bien cultural calificado es no solo exigible el riguroso cumplimiento de la Ley 6/2019 de Patrimonio Cultural Vasco que lo ampare, sino que la sociedad vasca, por la trascendencia de este monumental espacio que rebasa lo local, debe ser reivindicativa con su legado artístico. La dejadez, la pérdida de rigor y la ausencia de sensibilidad de los cargos culturales, de los que no se puede esperar nada, no ocurre en ningún lugar civilizado de Europa. Es por tanto preciso manifestarse en su defensa, el patrimonio, como algo propio. Lo salva el pueblo y en la calle.