«Cerramos una gran página, pero no es el final de nada»
NAIZ ofrece a sus suscriptores la traducción al castellano de la entrevista con Josu Urrutikoetxea publicada el pasado 24 de diciembre en euskara, idioma en la que se realizó días antes en París, donde el exinterlocutor de ETA se encuentra confinado bajo control judicial.
Josu Urrutikoetxea (Ugao, 1950) utiliza la figura del velero para exponer sus ideas. Velero en el proceso político y en el camino hacia la República Vasca, que debe tener todas sus velas desplegadas para recibir el impulso del viento del pueblo, en una singladura aún larga.
Además de opiniones, Josu Urrutikoetxea ofrece datos e informaciones. Sin ir más lejos, nos dice que la víspera ha estado hablando por teléfono con Jesús Eguiguren, catorce años después. Por cortesía: «¿qué tal?», «¿la familia?»... Ambos fueron protagonistas en el proceso de negociación. Desde entonces, se ha producido un hecho fundamental: la disolución de ETA. La hemos tomado como punto de partida para una larga charla con Urrutikoetxea. La periodista de Mediabask Goizeder Taberna y yo mismo hemos sido los autores de la entrevista. El vídeo ha corrido a cargo de Andoni Canellada y las fotografías, de Jagoba Manterola.
Entró a formar parte de ETA en 1968 y 50 años después, el 3 de mayo de 2018, leyó su declaración final junto con Marixol Iparragirre. Todo un ciclo, toda una vida. ¿Qué le pasó por la cabeza?
Por decirlo fríamente, que se cerraba una fase, una gran página, pero que no era el final de nada. Porque para avanzar en este nuevo camino tendremos que mover y agitar, aunque sea de otra manera, más fuerzas incluso que antes. Esa fue la impresión que tuve: que no se acaba nada, que ha sido una fase.
Han pasado más de dos años desde la disolución de ETA. Con esa perspectiva, ¿qué conclusiones se pueden sacar? ¿Qué beneficios ha tenido y qué carencias ha dejado?
Es una pregunta de mucho calado. En mi opinión, está relacionada con los pasos dados con antelación por la organización, y también por la izquierda abertzale. Han pasado más de dos años, y diría que ya se han dado más pasos, que se están haciendo cosas, y que se observan buenas perspectivas. En todo caso, sí existe una gran carencia. ¿Cuál es? En pocas palabras: el trabajo popular. El pueblo no se ha empapado. Más concretamente me refiero a toda la militancia de la izquierda abertzale. No se ha empapado del giro producido en un momento dado. Además de saber hasta dónde llegamos y por qué llegamos hasta ahí, había que haberles enviado otro mensaje: en adelante no habrá estrella polar alguna, vosotros y vosotras sois los sujetos. Sois el sujeto que protagonizará la lucha. Siento que falta empaparse de ello.
Teniendo claro el norte, vamos en este velero, y sabemos por dónde vendrán los vientos contrarios, pero sabemos también quién deberá empujar: será el pueblo, y gracias a ello llegaremos al lugar donde debemos llegar. La cuestión es que quien debe empujar tiene que tomar conciencia de ello, pues no existe ninguna organización ni varita mágica que lo vaya a hacer. Creo que es un reto aún por lograr. Se están haciendo cosas, qué duda cabe. Lo que digo es que ese velero debe desplegar todas su velas para avanzar. Existen preocupaciones y dudas, pero creo que es normal. Las cosas no se arreglan de la noche a la mañana.
En una entrevista sobre el proceso de Burgos, Miguel Castells…
¡Miguelito! Lo conocí en el 71, por casualidad, en la casa en la que estaba escondido [cuando huyó de su localidad natal, Urrutikoetxea encontró cobijo en la casa de los Kaltzada. Julen Kaltzada era uno de los procesados en Burgos]
… pues, en esa entrevista dijo que no existe suficiente libertad para decir lo que supuso ETA.
Así es.
Con todo, ¿qué se puede decir de la trayectoria de ETA sin levantar demasiada polvareda?
¿Qué se puede decir? Quizá yo pueda decir algo más que Miguel. En principio –luego ya se verá– , no creo que tenga aún más problemas por decir algo [sonríe irónicamente]. A mi juicio, Euskal Herria, en su globalidad, si se encuentra en el lugar que está, se lo debe en gran medida a ETA. Digo que se lo debe, pero sin querer dar ningún sentido negativo a la palabra 'deuda'. Porque quienes empezamos en aquella época, y quienes nos precedieron, veíamos que estábamos metidos en un agujero negro y pensábamos que, si no sacudíamos eso, sería muy difícil salir del agujero durante muchas generaciones.
Sin embargo, ETA ha causado dolor en su trayectoria. Así lo reconoció ella misma en un comunicado poco antes de su disolución. Aunque muchos aplaudieron esta declaración (agentes internacionales, en Ipar Euskal Herria casi por unanimidad...), otros muchos respondieron que no era suficiente.
Es la música de siempre. Creo que caen de lleno en posiciones hipócritas. Hay cosas que todos sabemos. Muchos de ellos no han condenado las masacres ocurridas en Euskal Herria o en otros muchos lugares.
En todo caso, decir que matar estuvo mal no debería ser tan difícil.
La clave no consiste en pedir perdón o decir que se siente; cosas que, además, ya se han hecho. Se puede pedir perdón y al día siguiente, a la hora siguiente, no mostrar una actitud constructiva, manteniendo en el día a día el odio y la venganza hacia los demás. Y, por el contrario, no cumples con los protocolos o parámetros que ese establishment te exige, pero, sin embargo, cada día basas tu trabajo en el respeto a los demás.
Yo daría importancia a la actitud que unos u otros construyen cada día. Si nosotros queremos otra sociedad en la que todos podamos convivir, cada uno con sus ideas, creo que tenemos que contar con todos. Y en ese 'todos' incluyo también a esa minoría que basa su actitud diaria en el odio y la venganza. La sociedad vasca también tendrá que tener en cuenta a esa minoría en ese futuro que queremos construir.
¿Qué se consiguió? Respeto hacia la organización, porque cumplía lo que decía. Si nos situamos en Aiete, las personalidades allí reunidas también lo vieron: se hizo una propuesta completa y el único que la cumplió fue ETA. La estancia en Noruega fue su continuación
Después de todos estos años, ¿qué puedes decir sobre la conducta de los gobiernos que se sentaron o debían sentarse al otro lado de la mesa? Por ejemplo, el Estado francés quiere juzgarle por los acontecimientos de los años 2002-2005 y 2010-2013, cuando estaban ustedes sustanciando procesos de diálogo.
Si nos sumergimos un poco en la prensa, podemos ver que hace varias semanas el propio Macron se reunió con los jefes de Hezbolá. Hezbolá es considerado un grupo terrorista en la Unión Europea. Tenemos muchos ejemplos de este tipo y escuchamos una y otra vez a las autoridades francesas que ellos mismos son un ejemplo. Alaban su trabajo como facilitateur en los conflictos del mundo. Supone una tremenda contradicción, sabiendo además dónde andábamos con su permiso en los tiempos que me implican. En el periodo que íbamos a Ginebra, ellos nos dieron el teléfono de un allegado de Sarkozy para que, si había algún problema, pudiéramos utilizarlo. Y no solo de él, sino también el de García Hidalgo, entonces jefe de la Policía española.
Siendo conscientes de que hemos estado en un proceso, me juzgaron por esas razones en 2010 y, luego, en 2017, por lo mismo. Todos estaban al corriente. Los franceses lo sabían, los suizos lo sabían, los noruegos lo sabían, y nosotros mismos nos movíamos así: con pasaporte diplomático, en coche diplomático, en aviones... No es sólo un comportamiento hipócrita; también es grave. Porque aquellos que dicen actuar según los parámetros de las negociaciones internacionales están lanzando piedras contra esos mismos parámetros.
¿El Estado francés se limitó a facilitar las cosas o alguna vez fue más lejos?
Por lo que yo sé, actuó como facilitador. De 2011 a 2013, el Centro Henry Dunant de Ginebra se dirigió al Gobierno francés, pero no obtuvo respuesta por considerar que se trataba de un problema de los españoles, aunque en los círculos políticos de alto nivel algunas personas estaban a favor de una solución.
En Madrid también le esperan juicios por causas de los 80 a los 2000.
En su lectura, en el relato, las piezas han sido montadas así, y me han colocado como trofeo. Conseguir ese trofeo sería una gran victoria desde el punto de vista español. ¿Si me ha sorprendido que hayan planteado esas causas? En absoluto, porque, hasta ahora, ese ha sido el comportamiento del Estado español y, aunque cambie la situación, mantiene ese mismo comportamiento. Desde que desapareció la organización, ya no tienen a su ‘enemigo interno’, si no son Catalunya o EH Bildu, ahora que ha acordado los presupuestos en Madrid. Lo último es lo que ha ocurrido con Arnaldo Otegi y los demás, en relación al 'caso Bateragune'.
Respecto al último intento, la estancia de usted y de otros dos representantes de ETA en Noruega no supuso lo que esperaban. Pero ¿trajo algo?
Claro que no trajo lo que esperábamos. Diría que el Estado español tiene sus peculiaridades y aprende la peor parte de los poderosos. Es decir, normalmente, cuando se han hecho pactos de Estado, tanto el Pacto de la Moncloa como el llamado Pacto Antiterrorista, se ha dicho que lo que consideran 'terrorismo' tiene que estar fuera del juego político. ¿Qué pasó en 2011? Al tratarse de un asunto de Estado, llegó una especie de acuerdo de Estado, no directamente con nosotros, pero sí indirectamente, ya que se elaboró una hoja de ruta con el Centro Henry Dunant. Pero cuando se produce un cambio de gobierno, el nuevo Ejecutivo no cumplió la palabra. El acuerdo de Estado fue lanzado por la ventana.
¿Cómo vieron los otros agentes esta conducta?
Mientras estuvimos allí, nadie comprendía la actitud de los españoles. ‘Estos quieren dejar las armas, y los otros no quieren saber nada… ¿qué les pasa?’. Los responsables del Ministerio de Relaciones Exteriores del Gobierno noruego se trasladaban a Madrid y veían a [Jorge] Moragas, pero este ni una palabra. Fue peor aún cuando, en 2012, Rajoy acudió a la entrega de los premios Nobel en Oslo. ¿Pensáis que dijo algo? Ni una mención. Nadie entendía nada.
Retomemos el hilo: ¿trajo algo?
¿Qué se consiguió? Respeto hacia la organización, porque cumplía lo que decía. Si nos situamos en Aiete, las personalidades allí reunidas también lo vieron: se hizo una propuesta completa y el único que la cumplió fue ETA. La estancia en Noruega fue su continuación.
Los gobiernos, en general, se mueven en función de sus intereses. ¿Cómo valora el papel de los otros gobiernos europeos implicados? ¿Fue correcto?
Yo creo que sí. Los suizos cumplieron todo lo dicho. Al principio, en 2005, aunque no todo el Gobierno federal estaba al corriente, más tarde sí. Además, la Policía federal nos protegió. Y ni qué decir tiene el Gobierno noruego. Algunos artículos de la época de 2013 dicen que fuimos expulsados de allí. Eso es mentira. Me dieron un pasaporte diplomático, me metieron en un avión y me trajeron al lugar que yo había pedido. ¿Qué tipo de expulsión es esa? Es digna de elogio la actitud de Noruega.
¿Y de los mediadores internacionales, como los del Centro Henry Dunant?
Antes de tener contacto, en 2004, tuvimos conocimiento de que andaba por ahí una organización no gubernamental, y que tenía determinadas intenciones. En esos casos, normalmente, al principio sueles tomar distancia, pero, con el paso del tiempo, nos dimos cuenta de que eran honestos en sus labores de facilitadores, que tenían medios. Por otra parte, luego supimos que Javier Solana era presidente de honor del Centro Henry Dunant. Nos decían que tenían una relación directa con Zapatero, y posteriormente supimos que Solana estaba ahí. En todo caso, los que se dedicaron a nosotros no solo cumplieron correctamente su trabajo; fueron más lejos. Algunos de ellos se han convertido en amigos.
Su vida durante cinco décadas ha estado estrechamente ligada y condicionada por el conflicto vasco. Desde julio viven bajo custodia electrónica en París, tras volver a pasar por la cárcel. ¿Cómo está? ¿Lo ve como una nueva etapa?
Suelo decir que estoy en una cárcel sin muros. Intento que la vida diaria sea lo más normal posible. En la medida de lo posible aprovecho la oportunidad de estar con mis amigos y mi familia, con mi compañera, con mi hija pequeña, con mis nietos que no conocía... He tenido ocasión de hacerlo y no se puede medir su valor. ¿Hasta cuándo será posible? Todas las cartas están repartidas y está claro dónde voy a terminar.
En 2019, cuando le detuvieron en Alta Saboya, le apresaron por sorpresa, un año después de la desaparición de ETA. ¿Cómo veía su futuro en ese momento?
Me detuvieron porque tuve un problema de salud. Si eso no hubiera ocurrido, estoy seguro de que aún estaría allí. Aunque la mesa sea la misma, haber movido las cartas siempre te da esperanzas; de una manera u otra, piensas que habrá un mínimo de coherencia dentro del Estado francés. Tienes esperanzas de recuperar poco a poco la vida normal. El lugar en el que me encontraba era un lugar de otra dimensión. Desde pequeño he amado la montaña, pero nunca había vivido en un lugar así, y era feliz. Girar la cabeza todas las mañanas y ver las montañas que rodean el Mont Blanc, comenzar así el día... [sonrisa]
Quien fuera su interlocutor, Jesús Eguiguren, dijo entonces que usted era el «héroe de la retirada», motivo por el que recibió duras críticas, y que él creía que los servicios secretos le habrían dejado en paz aun estando localizado o que tendría un refugio seguro. Abordemos esta última cuestión: la indefensión de quienes han tenido tal protagonismo en un proceso de estas características es llamativa, incluso puede considerarse una señal de debilidad.
En su caso, esto demuestra la debilidad de los estados, que basan en la venganza y el odio la salida que se puede dar a la resolución del conflicto. Cuando andaba por ahí, también hubiera querido que otros estamentos del Estado español pensaran como Eguiguren. No obstante, es de agradecer que él piense eso.
Abordemos el segundo tema: ¿es usted el «héroe de la retirada»?
Ni por el forro. Siempre he intentado hacer el trabajo que me ha tocado. El de la resolución fue un trabajo que me tocó en esos momentos. En cuanto a la lectura de la declaración final, se puede añadir otra razón. Como es natural, al pasar esa página, se necesitaban militantes de un cierto recorrido. No fue más que pasar esa página. Muchos otros también podían haber dado este último paso, pero es cierto que muchos compañeros y compañeras se han quedado en el camino.
La espina del proceso de 2005
Fue nombrado interlocutor para una segunda fase de las conversaciones en Argel, que finalmente no llegó, en marzo de 1989. Tras la fallida negociación entre ETA y el Gobierno de Aznar, ya en la cárcel, volvió a ser nombrado interlocutor de cara al futuro; a decir verdad, de forma bastante simbólica, ya que no quedó la más mínima posibilidad. En 2005, entonces sí, fue interlocutor para llegar a acuerdos con el Gobierno de Zapatero y, finalmente, de 2011 a 2013, estuvo en Noruega a la espera de que se constituyera la mesa de diálogo.
Cuatro ejemplos y cuatro modelos diferentes, destaca el propio Urrutikoetxea. Sin embargo, este hilo nos ha brindado una oportunidad única para analizar la actuación de ETA en materia de negociación y, sobre todo, sus vicisitudes a través de la opinión del tantas veces nombrado interlocutor.
Parece un gran currículum y por eso, en primer lugar, Urrutikoetxea ha querido aclarar que ni en 1989 ni en 1999 tuvo una participación directa; no conoció suficientemente esos intentos. En 1989 otro preso le comunicó el nombramiento tras su aparición en los medios y, en 1999, leyó en Alcalá Meco, en GARA, que había sido designado delegado. Ha echado mano del humor a la hora de describir estas situaciones.
En particular, se centra en el proceso de 2005, una espina que se percibe enseguida que lleva clavada en su interior. Ha utilizado muchas veces la afirmación de «yo me lo creía», sobre todo cuando le hemos planteado alguna duda. En resumen: «Si a mí me preguntan personalmente, tengo que decir que, si tengo alguna frustración, porque me lo creía y porque pensaba que ese era el momento, esa es la del proceso de 2005. Esa era la oportunidad, nuestra oportunidad. Quizá, si hubiera seguido más a fondo y más de cerca lo que pasó en Lizarra-Garazi, quizá no les diría que para mí la mayor oportunidad fue la de 2005. Quizá les diría que fue la de Lizarra-Garazi, pero no la conocí lo suficiente».
Intencionadamente o no, no ha hecho demasiadas alusiones a las maniobras de los estados español y francés, a su escasa voluntad, a la represión utilizada. Se da por descontado. Hay pocas dudas sobre todo ello. Las respuestas de Urrutikoetxea tienden a analizar las posiciones mantenidas desde su lado.
A la hora de hablar de negociación desde un punto de vista bilateral, ha explicado una teoría de los irlandeses: 'La teoría de la campana', dice mientras dibuja una campana con los dedos en el aire. «El inicio de un proceso cuesta, es difícil, el enemigo golpea, la represión va en aumento, vas avanzando y llega un momento en que la relación de fuerzas está de tu lado, en un punto. Si sigues a partir de ahí, esa correlación de fuerzas favorece al otro». El otro, desde luego, es más fuerte porque tiene una estructura de Estado. «No es fácil, claro, pero se trata de que cuando hay un cierto equilibrio en esa correlación de fuerzas, entonces, pongas todas las fuerzas que tienes para negociar con quien tienes delante».
Considera que, en esa antesala del proceso de 2005, ETA no estaba en ese punto, no estaba en esa lógica después de varios meses de desestabilización. Porque la actuación de las fuerzas policiales había controlado en parte a la organización y había habido bastantes caídas. A punto de viajar a Ginebra, la víspera, en junio de 2005, Urrutikoetxea se reunió con un representante de la dirección y ya no sintió la sintonía que tenía meses antes, porque en la negociación que iba a comenzar no estaba asegurado el «freno de mano» por parte de la organización.
En todo caso, viajó a Ginebra y la negociación dio resultado. Se llegó a un acuerdo. El alto el fuego lo anunció ETA en marzo de 2006, Zapatero hizo una declaración y hubo varias reuniones ese año, aunque determinadas cosas seguían sin ponerse en marcha. Urrutikoetxea no estaba de acuerdo con la línea de ETA porque «caía en todas las trampas y entraba a todos los capotes puestos por el Gobierno, como toros, a ciegas». Explicaba en la mesa lo que le decía ETA, pero no estaba de acuerdo con su rumbo. A finales del verano decidió dejar la mesa. Solo lo comunicó a la dirección de ETA. A los mediadores se les dijo que tenía «problemas personales». También los representantes del Gobierno español [Javier Moscoso, José Manuel Gómez Benítez y Jesús Eguiguren] preguntaron qué había ocurrido, y recibieron la misma respuesta. Ya sin responsabilidades ni relaciones políticas, se instaló en el departamento de Ariège, en Occitania. En un ambiente rural, ayudando a los campesinos; en el anonimato, con una vida lo más normal posible, pero con muy pocas relaciones con la familia.
¿Por qué volvió entonces en 2011? ETA le llamó y le presentó el cambio de estrategia producido, la hoja de ruta elaborada a través de los mediadores internacionales y el plan de la Conferencia de Aiete. «Me explicaron todo el esquema». Los mediadores y los representantes noruegos también querían su presencia. De 2011 a 2013, estuvo junto a David Pla e Iratxe Sorzabal en las inmediaciones de Oslo a la espera de que se constituyera la mesa de diálogo. Celebraron reuniones y efectuaron distintos trabajos, pero no acudió ningún representante del Gobierno español ni del francés. Allí permaneció hasta que se agotó la posibilidad de llevar a cabo las conversaciones. Posteriormente, volvió al ambiente rural anterior, hasta que ETA, que ya había logrado encauzar su desarme y su último debate, le volvió a llamar para que leyera el comunicado final junto con Marixol Iparragirre.
«Hay que utilizar todos los instrumentos para conseguir esa República Vasca»
¿Qué recuerda de la Ipar Euskal Herria que conoció en los años 70 y 80?
Al principio mantuvimos la distancia porque no conocíamos la situación, pero enseguida empezamos a movernos. Yo tuve la suerte de entrar en la salsa, alrededor de la Enbata, con los refugiados que ya había. Los que estaban en Bélgica venían a pasar el verano. Txikia [Eustakio Mendizabal], Txomin [Iturbe] y otros se fueron a vivir al interior, ya que, impulsada por la organización, se dio una expansión de los refugiados. Desde el principio me empapé de la situación en Ipar Euskal Herria. El primer año, empecé a trabajar en una panadería de Sara; allí trabajaba Txapela, que se puso en huelga de hambre y yo le sustituí. Allí hablaba con todo cristo, y también en Donibane Lohizune, con toda su gente. Quizá es mucho decir con toda la gente; sería más adecuado decir con los abertzales.
La sociedad y los electos de Ipar Euskal Herria han tenido un papel destacado en el final de ETA. ¿Diría que han tenido un papel decisivo?
Más que al final, la sociedad civil ha dado un paso importante en toda una fase de este proceso. Ha sido, además, un comportamiento ejemplar. También ha sido ejemplar respecto a Hego Euskal Herria, aunque hay que contextualizar las cosas; por ejemplo, la represión no ha sido la misma en un sitio que en otro. Ha sido ejemplar, pero no solo de cara a nosotros mismos, sino también de cara a otros procesos en el mundo. Ver al 90% de esa sociedad civil a favor del proceso, así como de otras reivindicaciones populares, es muy meritorio.
Sin embargo, muchas veces son ignorados por París.
Sí es destacable el poco caso que el poder centralista hace de lo que ocurre en Ipar Euskal Herria en relación con las reivindicaciones que, en general, cuentan con tanto apoyo. Así está siendo también en el caso de la superación de las consecuencias del conflicto. Basta recordar lo que pasó en Luhuso; qué ridículo hizo el ministro del Interior con sus declaraciones. Esto nos demuestra que tenemos que seguir en ese camino, pero quizá debemos prestar atención a los hilos que hay en París y en la escena internacional, moviéndolos para advertir de la responsabilidad del Estado francés. El problema no es solo del Estado español. Y, además, el Estado francés ha colaborado desde 1945, entonces con Franco. La lucha contra el ‘terrorismo’ es una excusa; los estados se apoyan en función de otros intereses.
En el libro de memorias 'Así fue', Xabier Arzalluz relata una reunión que mantuvo con ETA en la primera mitad de los 80. Explica que Txomin Iturbe, Eugenio Etxebeste y usted estaban presentes para hablar de la Alternativa KAS. No hubo acercamiento y la división de Xiberta continuó. Tras la época de Lizarra-Garazi, hoy en día se aprecia un distanciamiento entre el independentismo de izquierdas y los jelkides. ¿Cómo ve esa relación? ¿Qué sería deseable? ¿Qué cree que habría que hacer?
Es cierto que hablamos de la Alternativa KAS. No sé por qué, no sé qué dije, pero, al parecer, se quedaron con la idea de que «con Txomin se puede hablar, pero con Josu... ese es un rojo, un marxista». Eso fue, al menos, lo que nos llegó a través de Gorka Agirre, al que veíamos con frecuencia.
Con el PNV habría que hacer un pequeño ejercicio, poniéndole delante de su espejo. Jean Paul Sartre, en el libro de Gisèle Halimi sobre el Proceso de Burgos, habla de una hipotética situación en la que dice que, si nosotros avanzáramos, el PNV se convertiría en representante del Estado. Es decir, el PNV es un partido de Estado. El PNV se mueve cuando se le mueve su caserío, cuando se preocupa, como ahora. Hoy, en la práctica, es un partido del Estado español. No obstante, no diría que con el PNV no se puede hacer nada. Yo vuelvo a lo de siempre: nuestro camino es largo, y para hacer avanzar el velero vamos a necesitar de todas las velas, y si se dieran algunos pasos... El PNV tampoco es un partido monolítico. Si hay soberanistas, también hay que contar con ellos porque vamos a necesitar de todas las velas.
EH Bildu ha adquirido un gran protagonismo, de forma llamativa en el Congreso español. Ha habido un cambio de panorama, ha supuesto también un cambio respecto a la tradición de la izquierda abertzale.
Es una situación nueva y, con el norte claro, hay que utilizar todos los instrumentos necesarios para conseguir la República Vasca. Otra cosa es cómo se equilibra el trabajo institucional y el movimiento popular. Y yo me hago la siguiente pregunta: para que el desequilibrio no se produzca, ¿no habrá que pisar, de forma positiva, el acelerador para dotar a la militancia de la izquierda abertzale y a toda la gente de EH Bildu de las herramientas necesarias para que sea más participativa en el proceso? Lo digo desde la distancia, con las limitaciones de información que tengo.
¿Cómo ve ahora la resolución del conflicto y la liberación nacional que han guiado su militancia?
El enemigo quiere que nos limitemos a las consecuencias del conflicto, y agotemos ahí nuestras fuerzas. No quiero decir, ni mucho menos, que no se deban trabajar expresamente estas áreas –el trabajo de la sociedad civil en el desarme, las iniciativas con los presos y otras–, pero hay que hacerlo dentro de un proceso general. De todas formas, repito: hablo desde la distancia, pero así veo las cosas.
Tener más de 200 presos, eso da que pensar...
Claro, claro; pero yo creo que nos equivocaríamos si dijéramos que ahora hay que poner toda la fuerza solo en eso. Es lo que quiere el enemigo, que tú, en lugar de recorrer el camino para construir la República Vasca, dejes eso de lado. También para atender a la urgencia que suponen los presos, también para avanzar en la resolución de las consecuencias del conflicto, hay que compaginar el trabajo a realizar en los diferentes ámbitos.
¿Cómo mira al futuro de Euskal Herria?
Con mucha esperanza. Me acuerdo de la juventud. Tienen algunas ventajas, pero también factores extremadamente negativos. Este mundo globalizado tiene enormes aspectos pesimistas y negativos. De todas formas, estoy con mucha confianza, y por eso doy mucha importancia a cierta responsabilidad que tenemos quienes nos ha tocado vivir otra época. Esa responsabilidad la sitúo precisamente en la transmisión. Y no se trata de construir nuestro futuro, la República Vasca, mirando hacia atrás. Con el pasado no construiremos nada. Construiremos hacia adelante, con futuro, pero tenemos que comunicar a esos jóvenes las lecciones de nuestra trayectoria. Aun siendo de otra época, serán útiles para hoy y para mañana.