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Los especuladores se agitan cuando miran al medio plazo

El BCE ha anunciado que aumentará sus compras de deuda para evitar que los tipos de interés sigan subiendo. Los especuladores ya están valorando cómo será la salida de la pandemia y no lo deben ver muy claro porque ya están pidiendo intereses más altos por prestar su dinero.

Christine Lagarde, presidenta del BCE. (Olivier MATTHYS / AFP)

La semana pasada el Banco Central Europeo (BCE) informó de que acelerará sus compras de activos durante el próximo trimestre al amparo del programa de emergencia contra la pandemia (PEPP). No detalló la cantidad que gastará, pero el anuncio tuvo un efecto inmediato en el rendimiento de la deuda soberana: cayó rompiendo la tendencia alcista de las últimas semanas. Unas declaraciones que llevan a preguntarse qué es lo que está ocurriendo en ese paraíso de la especulación que llaman mercados financieros.

La cuestión es que el BCE, como el resto de bancos centrales de todo el mundo, en cuanto se declaró la pandemia intuyeron que el sistema podía colapsar por el parón de la actividad y los correspondientes impagos mutuos, y para evitarlo decidieron inundarlo de dinero. Se aseguraron de que grandes empresas y bancos tuvieran todo el dinero que necesitaran. Con los tipos de interés a cero, los bancos centrales no podían bajarlos más para animar a los bancos comerciales a pedirles préstamos. Ese camino no daba más de sí, de modo que optaron por otro procedimiento: la expansión cuantitativa, que consiste básicamente en que el banco central compra a esos mismo bancos los activos públicos o privados que tengan. Normalmente esos activos son bonos u obligaciones emitidas por los Estados o deuda de las empresas. De esta manera, los bancos traspasan lo que tenían comprado al banco central y consiguen nuevos recursos para seguir comprando más deuda pública o privada o si pueden, dar más créditos.

Con este sistema, el dinero entra en el circuito a través de los bancos y beneficia, sobre todo, a estos y a las grandes empresas que tienen capacidad para emitir bonos, es decir, para poner en circulación deuda. Dicho de otra manera, con la expansión cuantitativa, los bancos centrales no hacen otra cosa que poner dinero en manos de los grandes especuladores. Si las pequeñas empresas y la gente corriente quiere dinero para invertir o para gastar tiene que pasar por el banco, pedir un crédito y a pagar intereses. A los grandes les basta con emitir pagarés, bonos, obligaciones o cualquier otro título que puedan inventar.

Tras la caída inicial de las bolsas con la pandemia, esta abundancia de dinero provocó que la mayoría de las acciones hayan estado subiendo a lo largo del año. Si hay demanda porque dan dinero gratis, las acciones suben. Durante el año ha habido altibajos pero la tendencia ascendente se ha mantenido. Con el inicio de la campaña de vacunación, la euforia se disparó, tanto que a principios de este año, algunos analistas empezaron a decir, que podíamos encontrarnos ante una nueve burbuja.

Lo cierto es que en ese momento algunas empresas alcanzaron valores espectaculares en bolsa. Tesla es una de ellas. «No hay que ser un bajista para preocuparse por la valoración actual de Tesla. Asumir una tasa de crecimiento anual compuesto del 22% en el volumen de ventas de vehículos eléctricos en los próximos 10 años implica que se negocia a más de 60 veces el beneficio de 2030», fue la valoración que hizo Rob Hansen, analista de Quality Growth. Lo que vienen a decir Hansen es que aunque Tesla consiguiera que las ventas de automóviles eléctricos crecieran un 22% cada año con respecto al anterior hasta 2030, el precio actual sería 60 veces mayor que los beneficios de 2030. Es evidente que en el caso de Tesla no hay una correlación entre los beneficios que podría tener y su precio en bolsa. El precio está totalmente inflado.

Lo mismo ocurre con el precio de otras muchas empresas. Como referencia se suele considerar que si el precio de una empresa es mayor de 25 veces el valor de sus beneficios (PER o ratio precio-beneficio) la compañía empieza a estar sobrevalorada. Un PER de 25 significa que se necesitan 25 años para recuperar la inversión. Por el otro lado, cuando esa relación entre precio y beneficio está por debajo de 15 se considera que la empresa en cuestión está infravalorada. Como todos los índices, este también es una señal, una referencia a tener en cuenta, nada más.

Pese a haber liquidado en la última semana buena parte de sus ganancias de inicios de 2021, el S&P 500 (refleja la capitalización de las 500 mayores empresas de EEUU) cotiza actualmente a un PER superior a 30, una cifra que no alcanzaba desde la burbuja puntocom a finales del pasado siglo. Y según observan los analistas de Moody's en un informe reciente, el valor de las acciones ordinarias en EEUU ha alcanzado en los últimos días un pico de alrededor el 185% del PIB del país, superando con creces el máximo del 137% que marcó a inicios de 2000 y que no volvió a superar hasta 2018.

Una mirada más amplia también ofrece la misma visión. El PER del índice MSCI World, un índice que recoge la capitalización de las bolsas de 23 países desarrollados, ha sobrepasado las 33 veces por primera vez en más de una década. Incluso el Ibex 35, a pesar de su peor desempeño, presenta valores que prácticamente duplican su media de las dos últimas décadas.

Así las cosas, hay quien piensa que estaríamos ante una nueva burbuja, aunque en esto hay opiniones para todos los gustos. Están los que consideran que la principal razón de este valoración tan alta son las grandes tecnológicas estadounidenses. Además de Tesla, compañías como Amazon, Apple, Alphabet, Microsoft o Netflix han sido las principales ganadoras de los cambios que han acompañado a la pandemia, lo que les ha permitido registrar en todos los casos ganancias superiores al 50% en los últimos 10 meses. Esos buenos resultados unidos al peso que tienen en la bolsa –solo las cinco mayores representan más del 16% de la capitalización bursátil de EEUU– ha hecho que hayan condicionado la valoración general al alza.

Otros analistas, sin embargo, creen que las altas valoraciones tienen más que ver con la enorme cantidad de dinero que los bancos centrales han puesto en circulación durante el último año. A corto plazo consideran que los bancos centrales continuarán inyectando dinero y no habrá mayores problemas, pero a más largo plazo, las cosas ya no se ven tan claras.

Por una parte, todo el mundo da por descontado que los estímulos empezarán a reducirse (tapering llaman a esa reducción) y las empresas tendrán que empezar a hacer frente a unas deudas mayores. A más deuda, más coste de financiación y menos beneficios, lo que empujará a las actuales estratosféricas valoraciones bursátiles a caer. Por otra, esa retirada de dinero en circulación empujará a los tipos de interés a crecer lo que hará que la financiación de la deuda soberana se encarezca.

Buena muestra de todo ello es que en las últimas semanas, los especuladores se han vuelto más precavidos. Las cotizaciones en bolsa ha aflojado un poco y al mismo tiempo los intereses de la deuda pública ha empezado a aumentar. Lógicamente, si el futuro no se ve claro, los especuladores quieren más intereses por su inversión.

Cuando los intereses de la deuda pública empiezan a aumentar llegan los problemas a Europa. Por una parte, los Estados deben pagar más intereses por la deuda y, por otra, aparecen las tensiones entre los Estados de la Unión Europea que se refleja en que la famosa prima de riesgo comienza a crecer: mientras la de Alemania se mantiene muy baja, la de los países del sur, especialmente la de los más endeudados, se puede disparar, como ya ocurrió tras la crisis de 2008.

La caída en las cotizaciones de la bolsa y el paralelo aumento de los tipos de interés de los últimos días empezaban a dibujar un escenario de ese tipo, por lo que el Banco Central Europeo ha tenido que salir a decir que aumentará sus compras de deuda pública y privada para frenar la subida de los tipos de interés. De este modo evita que la financiación de los Estados se vuelva mucho más cara.

Lo más interesante de todo es que ningún otro banco central se ha visto obligado a salir públicamente a decir algo parecido. La diferencia es que el resto de bancos centrales financian al Gobierno directamente, sin necesidad de pasar por una subasta previa. No solo les sale más barato, sino que además no tienen que preocuparse de las cantidades que necesitan. Es la ventaja de seguir siendo soberanos monetariamente.

En Europa, sin embargo, el euro funciona como si fuera una moneda extrajera para todos los países y por eso hay que dar este tipo de rodeos: los Estados subastan primero los títulos de deuda a los bancos comerciales y luego el banco central se los compra. Y en ese camino, la deuda pública se puede encarecer mucho.

El movimiento del Banco Centra Europeo muestra que la situación económica y financiera dista mucho de estar bajo control. La riada de dinero se ha acogido con alegría, pero en cuanto alguien empieza a hacer cuentas, las cosas no están nada claras. Tarde o temprano, los programas de estímulo que riegan millones se retirarán pero lo peor será que las deudas empresariales y las del Estado se quedarán y pesarán sobre las compañías y sobre los presupuestos estatales. Sobre todo, porque los intereses tenderán a subir, como se ha visto estos últimos días con la deuda pública a largo plazo.

Retirar los estímulos monetarios no sería tan grave si la inversión y el consumo se vinieran arriba. Pero después de que muchos sectores económicos han pasado el año en blanco y cada vez más trabajadores conviven con la precariedad, se antoja bastante complicado que eso pueda ocurrir. Las deudas no solo afectan al Estado y a las empresas, también a las familias de trabajadores, que no tienen al banco central detrás para que las rescate.

Estas son las consecuencias de fiar toda la política económica a la monetaria: además de tener poca capacidad de influencia en la coyuntura, en el caso de la zona euro, está todavía mucho más limitada por su peculiar configuración. Alguien recordará que ahí está el plan Next Generation de la Unión Europea, pero tampoco termina de ponerse en marcha, y cada vez que se da un paso en una dirección, aparecen nuevas contradicciones. La gestión de la economía necesita soberanía plena: gestión de tributos y presupuestos y también de la moneda.