Una final única que nada tiene que ver con la última de la Real en 1988
El fútbol sin público es muy triste, pero la primera final de Copa entre Real y Athletic sin las dos aficiones es como un partido sin porterías. Falta lo esencial, lo que convierte la disputa de un título en un acontecimiento social. Nada tiene que ver con la última de los blanquiazules.
Uno tiene sensaciones encontradas al ser uno de los pocos afortunados que va a poder ver en el campo una final histórica y única. De hecho, vamos a dormir en el hotel que hay dentro del propio estadio y podemos ver todo el campo desde el pasillo que conduce a nuestra habitación.
Es como si a uno le hubieran regalado uno de los relojes de la edición limitada de Rafa Nadal, pero es triste no ver a las dos aficiones en el partido que más ilusión ha generado, en el caso de los blanquiazules, 33 años después de jugar la última final de Copa contra el Barcelona en 1988.
Uno no pudo disfrutar de la ganada en Zaragoza el año anterior y vivió desde la grada en el Bernabéu aquella última final que puso fin a la década prodigiosa blanquiazul cuando el club y el fútbol eran diferentes. La Real era fuerte en lo deportivo y débil en lo económico. No tenía más que un campo en Zubieta, el Sanse y el juvenil jugaban en Michelín o Larzabal, y con el lastre de Atotxa tenía que vender su alma al diablo y a sus mejores jugadores al rival con el que se iba a jugar el título de Copa tras quedar subcampeón de Liga.
Pero entonces al menos importaban las aficiones y se esperaba hasta conocer los finalistas para poner el partido en un campo que pudiera facilitar su viaje. No había ninguna locura por conseguir entradas. La Real apenas tenía 10.000 socios y muchos que no lo éramos pudimos ir, sin sorteos, ni hacer colas ni nada por el estilo.
No había convocatorias para despedir o recibir al equipo, ni estábamos preocupados durante las semanas previas de los árbitros o por cualquier cosa. Te limitabas a coger las entradas, saber a qué hora y donde se cogía el autobús, te lo intentabas pasar lo mejor posible durante el día y luego ibas al campo a animar a tu equipo antes de emprender el viaje de vuelta tras la final.
Ikurriñas en vez de camisetas
La gran mayoría íbamos sin camiseta blanquiazul, no como ahora que cualquier chaval puede tener media docena para elegir. Llevábamos ikurriñas. Nosotros éramos una cuadrilla de chavales de 18-19 años que íbamos por vez primera juntos fuera de Euskal Herria a animar a la Real y a pasarlo bien.
Todo era más natural y la relación entre las aficiones y los dos equipos vascos, o ese día la nuestra con los seguidores del Barcelona, era diferente. No había zonas para separar a las aficiones. Lo mejor era estar juntas para no tener problemas en Madrid. Si coincidías con aficionados del Barcelona era buena señal.
Nos pasamos el día gritando “Gora Euskadi, Visca Cataluyna”, hasta que después de la final, por si fuera poco castigo la derrota y el mal partido que vimos, los aficionados realistas fueron apaleados por los policías. Los azulgranas eran los rivales, pero los enemigos eran los marrones que nos esperaban en Madrid.
Entonces la relación entre los equipos vascos y sus aficiones era casi fraternal. En ocho años Real y Athletic ganaron cuatro Ligas, dos Copas y dos Supercopas y todos los vascos celebrábamos los triunfos de los dos como propios. Y por eso, cuando la Real necesitaba ganar al Athletic en la última jornada lo hacía y cuando se dio la situación inversa lo hizo el equipo rojiblanco y nadie cuestionaba que en un derbi vasco ganara el que más lo necesitaba. Eso también ha cambiado.
Estábamos acostumbrados a ganar títulos y a vivir finales. Por eso no nos podíamos imaginar entonces que íbamos a estar los aficionados de la Real 33 años sin vivir ninguna. Y es terrible, tener la posibilidad de jugar un título con el Athletic, de vivir una fiesta vasca única y que no solo las dos aficiones no puedan vivirlo en el campo, tampoco en la calle, en bares o en casas con los amigos.
Una ciudad también triste
Por eso la final más esperada va a ser la más triste en las gradas, pero también la más emotiva en el césped. No habrá bullicio en las calles, ni se vivirá una fiesta vasca en Sevilla. El escenario no puede ser más adecuado para lo que vivimos. Una ciudad donde reina la alegría triste por no poder celebrar la Feria de Abril y un espacio deteriorado en el que se construyó la Expo 92 y que quedó después abandonado hasta que se levantó el estadio de La Cartuja para acoger los Mundiales de atletismo 1999 y volver a quedar sin uso hasta que se les ocurrió darle una utilidad con las finales de Copa.
Es triste dar una vuelta por los alrededores y ver suciedad y grietas en las que la naturaleza busca recuperar su sitio en una obra mal realizada. En Sevilla se ven algunos aficionados de la Real y del Athletic, pero es como si la final no fuera con la ciudad que vive al otro lado del Guadalquivir. Ni tan siquiera les va a dar ingresos económicos. Nada tiene que ver con la vivida en el centro de Madrid entonces.
Cada club ha decorado un fondo y el de la Real recuerda a la afición con una ikurriña con el número 12 y una pancarta con el lema «Ez da sekula izango gaur izaten ez bagara» con la Copa y una imagen de Aitor Zabaleta, simbolizado también con el gorro que llevaba para recordar con él a la grada que lleva su nombre.
Pero a pesar de su ausencia, en esta situación nunca imaginada para una final, los dos equipos vascos estarán más conectados que nunca con sus aficiones y más motivados que nunca por ganarla. Los corazones que hacen latir los dos clubes están en Euskal Herria y los jugadores querrán dar a su afición la alegría que más necesitan ahora.
Zuengatik!!!