El poeta nacional de un país interesante
Puede que la idea misma de «poeta nacional» sea un tanto exagerada, pero visto quienes ostentan el título en otros países, Joseba Sarrionandia cuenta con los méritos, literarios y biográficos, para ser catalogado como tal. Por mucho que no encaje en el relato oficial.
Un pueblo cuyo poeta nacional es un preso que se fugó de la cárcel, pasó décadas exiliado en la clandestinidad y regresa a casa años después de que la organización en la que militó dejase las armas, es casi por definición un país interesante. Será una nación con una historia poco amable, seguramente, con una historia compleja y difícil de contar sin caer en olvidos y parcialidades. Será un país con trincheras y con violencia. Un pueblo de novela, como casi todos los pueblos.
No es exagerado llamar a Joseba Sarrionandia el poeta nacional vasco, si bien su obra abarca mucho más que esa rama de la literatura. El concepto «poeta nacional» quizás sí sea exagerado de por sí. Sin embargo, teniendo en cuenta que así se llama por ejemplo a Rubén Darío en Nicaragua, a Mazisi Kunene en Sudáfrica, a Emily Dickinson y Maya Angelou en EEUU, a Federico García Lorca en España, a Pablo Neruda en Chile o a Nicolás Guillén en Cuba, no es de extrañar que Joseba Sarrionandia cumpla, además de con los méritos literarios, con algunos de los otros componentes épicos de esas leyendas.
Entre otras cosas, Sarrionandia es una figura popular, gracias a su aventura y a las decenas de poemas suyos que han sido utilizados en canciones de todos los estilos. Durante más de tres décadas, generación tras generación, miles de vascos y vascas junto a gente de todo el mundo han bailado al son de su fuga, al son de Kortatu.
Su regreso era esperado, pero se ha ido atrasando por diferentes razones. Él ha pedido respeto y privacidad para poder estar con su familia. Con su madre, que para el resto es la de la canción, y para él es la suya. Desea aterrizar suavemente en esa realidad en la que ha estado inmerso viviendo a 8.000 kilómetros. Le costará aclimatarse, el salto entre lo que pensaba que encontraría y lo que se va a topar será significativo. Ayer recordaba que cuando se fue no había Ertzaintza ni ETB, y Iurreta pertenecía entonces a Durango. Aunque la gente quiere saber de él, se ha ganado el derecho a una vuelta amable, a algo de discreción. Eso sí, de poeta nacional no se dimite, te suceden o directamente te echa la gente.
Su regreso a casa no será sencillo de digerir para cierta gente. Será una alegría que tendrá latente una crítica, una demanda. Sin saber de la persona más que lo que él ha dicho, la figura de Joseba Sarrionandia no casa bien con los discursos oficiales sobre lo que ha pasado en esos años, desde que se fue, ni sobre lo que le pasa a Euskal Herria, ahora que ha vuelto. Han pasado casi 85 años desde el bombardeo de Durango y Gernika. 46 años desde la muerte de Franco, 43 desde el Estatuto de Gernika. Han transcurrido 36 años desde que Joseba Sarrionandia e Iñaki Pikabea se fugaron de la cárcel de Martutene, y otros tantos desde la canción de Kortatu. Casi treinta desde la publicación de “Kartzelako poemak”. 213 personas siguen en la cárcel por las causas que llevaron a Sarrionandia allí. 33 desde el Pacto de Ajuria Enea. En noviembre se cumplirán 10 años de la Conferencia de Aiete y la decisión de ETA de dejar la lucha armada. Elementos para un relato veraz ya hay.
Un relato no deja de ser un cuento, una mezcla entre historia, enfoques e intereses, la búsqueda de provocar ciertas emociones y mejor o peor literatura. El relato sobre el conflicto vasco debería contemplar y reivindicar a su poeta nacional. De hecho, se debe reconocer el esfuerzo de toda una generación por mantener viva y desarrollar la cultura vasca y el euskara. Quien quiera escuchar autocrítica solo tiene que leer a Sarrionandia. Quien busque justificar su relato de buenos y malos, sus cuentos de «terrorismo» y sus diagnósticos sobre las patologías de la sociedad vasca, que busque en otras fuentes.
En nuestra historia contemporánea hay bastantes miserias y algunas heroicidades. Claro que mirando al pasado podemos pensar que debíamos haber hecho las cosas de otra manera, pero no por eso dejaremos de entender por qué se hicieron así. El revisionismo nunca funciona, ni literariamente ni políticamente. Intentar hacer un relato del que se caigan esos capítulos y los personajes que no nos agradan solo nos puede hacer un pueblo más aburrido, acomplejado y siempre en riesgo de rendirse a la nostalgia.
Un país no debería nunca renunciar a ser interesante. Precisamente en los y las poetas nacionales se leen las heridas y los sueños de un pueblo.