INFO

6 m2 de refugio


Durante las vacaciones, nos gusta cambiar de aires. En realidad, lo que buscamos es cambiar nuestro sistema personal de coordenadas, ir a un sitio que se parece muchísimo a donde vivimos, que tiene un arriba, un delante, un abajo, un atrás, pero que es distinto y nos permite olvidar el día a día al que tendremos que volver; en este proceso, una parte fundamental de ese mecanismo de huida recae en la casa donde nos hospedamos, en la arquitectura del refugio.

Las campañas publicitarias nos recuerdan que este es “el verano”, aunque seguramente no será la última vez que oigamos ese eslogan. El refugio se convierte en un concepto que se repite, y cada uno busca el suyo; hay quien le basta con levantar un pareo en la playa, y hacer que la brisa marina lo agite en el aire, haciendo las delicias de sus hijos, que juegan bajo su sombra; hay quien ha recurrido a la furgoneta, a la auto caravana, a la tienda de campaña; hay quien ha recuperado ese chamizo familiar olvidado, o buscado una casa en el monte para rehabilitar.

La crisis sanitaria ha suscitado este último año grandes debates urbanísticos y arquitectónicos, aunque está por ver si la persistencia de las restricciones es tan grande como para suponer un cambio tan radical como el que supuso, por ejemplo, las epidemias de cólera y tuberculosis de finales del siglo XIX, cuando se instauraron las normas higiénicas de ventilación y saneamiento de las viviendas. En cualquier caso, aunque puede que no permanentes, la pandemia ha traído no pocas soluciones temporales a problemas graves de distanciamiento, aglomeración y de control de aforo en los espacios urbanos y arquitectónicos, así como de problemas derivados del sistema sanitario. Uno de esos problemas se dio en los hospitales, con el personal sanitario que, en los inicios de la pandemia, se enfrentaba a la posibilidad de volver a casa con el virus.

Ante esa situación, en la Cruz Roja Mexicana y el estudio Revolution Arquitectura desarrollaron un módulo de vivienda temporal para trabajadores sanitarios, con el fin de proveer una vivienda mínima temporal, un espacio aislado y privado que sirva de descanso y refugio a los médicos y sanitarios que trabajaban en contacto directo con el virus, tras turnos de trabajo de 36 horas.

El diseño, obra del arquitecto Andrés Bustamante Arrieta, se aplicó el año pasado en un pabellón en el Hospital Central de la Cruz Roja Mexicana, en la ciudad de Tijuana, con doce módulos, contando con la financiación privada. La clave del diseño pasa por fomentar la economía del espacio, mantener el producto barato, y que se pueda reproducir de un modo sencillo.

Condiciones. La primera condición, la economía del espacio, es evidente; el módulo es una pequeña casita, donde la planta baja es ocupada casi en su totalidad por un baño con ducha, y una pequeña zona de almacenaje y ropero, e inmediatamente encima nos encontramos una zona con una cama individual. 6 metros cuadrados, nada más.

La segunda condición, la economía monetaria, se consigue con el uso de los materiales; el módulo está construido mediante un entramado ligero de madera, que se reviste por dentro y por fuera por paneles de polialuminio. Este material se compone de elementos de Tetrabrik reciclados, y tiene muchas propiedades aislantes e impermeables. El acabado del polialuminio es muy parecido al del granito, y aprovecha la necesidad de colocar una cubierta inclinada para la evacuación de agua para hacer un juego estético con una caseta o casita, con lo que se consigue una cierta gracia estética de la forma con el menor coste posible.

El interior de ese ‘sándwich’ se aisla para garantizar el confort térmico. Para acabar, el módulo original planteaba unos acumuladores solares para calentar el agua de la ducha, aunque en el prototipo instalado en Tijuana no haya sido necesario. La tercera condición, la reproductibilidad, se consigue haciendo que los planos del módulo estén disponibles para su descarga en la página web de la Cruz Roja Mexicana, libres de derecho de utilización.

El resultado es crudo, y nos habla de la propia época en la que vivimos. Habla de la diferencia entre sistemas económicos, como se puede ver en la necesaria financiación privada de estos módulos temporales. Es un refugio en su quintaesencia, sin un centímetro cúbico adicional que no sea necesario. Su parquedad y fealdad nos trae a la memoria las casetas de los refugiados climáticos del tsunami japonés de 2011, y nos pone delante del espejo de la fragilidad del propio sistema en el que vivimos.