El infierno de la duda
De repente, una imagen atípica en un gran festival: una ópera prima puesta en al Sección Oficial a Competición. La película de una debutante, vaya, pugnando por los premios más importantes de, dígase de nuevo, una de las celebraciones cinematográficas más prestigiosas (y por supuesto importantes) del mundo. Pero al César lo que es del César: es de justicia señalar que el equipo de programación de Zinemaldia lleva haciendo, sobre todo a lo largo de estos últimos años, una estupenda labor a la hora de abrir las puertas de su principal escaparate al nuevo talento.
El año pasado, sin ir más lejos, una tal Dea Kulumbegashvili llegó con su magistral primer largometraje, “Beginning”, y con él venció. En casi todos los huecos a los que se podía optar en el palmarés. Un escándalo, una -justísima- barbaridad. En fin, que a certámenes como este también se les debería pedir esto: tener afinado el radar respecto a las nuevas olas que están por llegar. Y precisamente así, como un aviso que tiene algo de profético, empieza “As in Heaven”, carta de presentación de Tea Lindeburg, quien después de un dilatado recorrido en la dirección de cortos y de series televisivas, se atreve con su primera «prueba de fuego» para la gran pantalla.
La secuencia inicial es una inmejorable declaración de intenciones: una perfecta encapsulación de las virtudes estéticas y espirituales de un film que pretende dejar marca, tanto en la esfera sensorial, como en la que tiene más que ver con los asuntos del alma. Una chica pasea despreocupadamente por un campo de trigo; por un mar dorado que debe su agradable color a la dulce manera en que le baña la luz del sol. Un paraje y una estampa bucólica, idílica… que no tarda en descubrirse como una escena dantesca. La chica se divierte con la flora: arranca un diente de león, y cómo no, lo sopla para que sus finas hojas salgan despedidas.
Y así sucede, solo que estas se arremolinan en el aire, hasta crear una nube. Literalmente. Algo anda mal: de repente, el rojo entra en escena. Una mancha de dicho color cae en el hasta entonces inmaculado brazo de la chiquilla. Y cuando hemos querido darnos cuenta, todo (ella, el paisaje, el cielo, el mundo entero) ha quedado impregnado. Una cortina de sangre cae desde el cielo, y por supuesto el espectáculo es abrumador; da tanto vértigo que dan ganas de caer de culo al suelo. Y sucede esto, y despertamos de lo que resultaba ser un sueño. O a lo mejor se trataba de una pesadilla premonitoria.
Una duda mortificadora se instala en la mente de Lise, joven protagonista de esta función, una niña de apenas 14 años que vive en una granja danesa del siglo XIX, y que no conoce otro mundo, por mucho que su espíritu pre-adolescente la empuje a, por lo menos, intentar salir de él. En el horizonte está la promesa, todavía lejana, de ir a la ciudad; de encontrar allí una nueva vida. Lo que pasa es que el presente está marcado por urgencias que deben ser inmediatamente atendidas: resulta que la madre de la chiquilla está a punto de volver a dar a luz, y en dicho proceso, la pobre se debate entre la vida y la muerte.
Habemus conflicto: entre los anhelos más personales (y por supuesto, intransferibles) y aquello que los demás nos piden. Son, para empezar, las incompatibilidades entre la infancia y el mundo de los adultos. “As In Heaven” adapta una novela breve de Marie Bregendahl volcando el peso del punto de vista sobre sus jóvenes protagonistas. En más de una escena, las niñas espían a las mujeres, y las segundas se cruzan en el camino de las primeras sin reparar en ellas. Como si estas fueran invisibles, como si, en efecto, no pintaran nada en este mundo.
A partir de inquietudes con fuerte calado religioso (resuenan en la memoria algunos de los clásicos del maestro Carl Theodor Dreyer), Tea Lindeburg se pregunta sobre la relación que establecemos con el mundo; sobre cómo intentamos desencriptar sus insondables misterios a partir de las migajas que nos deja el destino. La reacción airada de ese adulto, la creencia de que los fantasmas son lo que queda de la gente que murió con asuntos todavía por resolver, los sueños tan-tan vívidos, que a la fuerza tienen que anticiparnos lo que va a golpearnos… las misteriosas señales que Dios, nuestro Señor, deja desperdigadas por todos los sitios.
“As In Heaven” luce en todo momento como un prodigio de la técnica. Las texturas granuladas de sus imágenes en 16mm, dotan de vida propia las secuencias que transcurren con el impresionante telón de fondo de la luz que preside «la hora mágica». La filmación preciosista de Lindeburg se siente a gusto en ese momento en que no se sabe si el día empieza o si termina; en ese estado en el que los sentidos a lo mejor perciben el mundo real, o a lo mejor ya nos hablan desde el reino de lo onírico. Dudas en la percepción que al mismo tiempo reflejan y se ven magnificadas por la falta de respuestas ante grandes preguntas con respecto a la fe, al tránsito de la niñez a la edad adulta… a la vida, en general.