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La vuelta al cole


Con la vuelta de las vacaciones comienza ese periodo en el que uno se cuestiona lo que tiene alrededor; se cuestiona el trabajo al que tiene que volver, se cuestiona el cuerpo que tiene, se cuestiona, incluso, las relaciones sentimentales, se cuestiona la propia vida. Una consecuencia de todo esto viene cuando dejamos, después de casi tres meses, a las propias hijas e hijos en la escuela. En ese momento, no son pocos los que comienzan a mirar la escuela con mirada crítica, más aún en este momento en el que su vuelta queda todavía condicionada por la situación sanitaria.

Aunque sea una comparación manida, no por ello es innecesaria; los centros educativos escandinavos nos adelantan, en lo que a su arquitectura se refiere, por décadas. La historia de hoy nos habla de una revolución social, y de la manera en la que el diseño flexible y adaptable puede soportar los cambios en la sociedad y en la manera de estudiar. Esta vez, vamos 70 años atrás en el tiempo y nos fijamos en un ejemplo paradigmático: la escuela Munkegaard, obra absoluta del danés Arne Jacobsen, y en la ampliación y modificación que la también arquitecta danesa Dorte Mandrup realizó en 2009.

Comencemos la historia por Jacobsen; nacido en Copenhague a principios del siglo XX, ya había pasado cuatro años estudiando albañilería, y otro tantos de arquitectura, cuando se estableció por su cuenta. La Segunda Guerra Mundial hizo que tuviera que emigrar a Suecia, precisamente cuando comenzaba a desarrollar un lenguaje acorde con las nuevas vanguardias europeas del Movimiento Moderno.

Después de la guerra, del mismo modo que en otras muchas partes de Europa, el baby boom y la falta de instalaciones propició la construcción de muchos equipamientos públicos, como escuelas. El Movimiento Moderno era idóneo para ese tipo de trabajo; se centraba en espacios modulares, estandarizados, y ampliables. En 1950, Jacobsen se encontró con la tarea de diseñar una escuela al norte de Copenhague, en Gentotte, para nada menos que 1.000 alumnos. El reto consistía en construir algo parecido a una escuela pequeña, con la escala de una escuela grande.

La solución que inventó se convertiría en un arquetipo, estudiado y repetido desde los 50 hasta nuestros días, y establecería una pequeña revolución en la arquitectura de la enseñanza; dispondría unas aulas con un tejado quebrado, haciendo que una claraboya metiera luz a mitad de la clase. Además, el edificio entero sería colocado en planta baja, y entre aula y aula se pondrían pequeños patios, que compartirían las aulas. La escuela se abriría como un tapiz, teniendo un gran contacto con el terreno, y permitiendo el contacto con la naturaleza circundante.

Sociedad del Bienestar. La escuela de Munkegaard se convirtió en la primera escuela de una sola planta de Dinamarca, y pronto granjeó fama mundial a Jacobsen. La base de su éxito era múltiple, pero en gran parte se debía al esfuerzo del arquitecto por hacer un diseño total: lámparas, sillas, pomos, mesas, barandillas… todo estaba dibujado por el danés. Era parte del esfuerzo de una nueva concepción de lo social, la llamada Sociedad del Bienestar, para conseguir un espacio más humano para la enseñanza. El diseño total llegaba a extremos inéditos en la época, como por ejemplo los planos de estudio de cantidad de luz disponible en cada sala, con curvas fotométricas rudimentarias.

Esa culminación del diseño escandinavo pasó a ser un edificio catalogado, y tuvo que pasar mucho tiempo hasta que el gobierno danés diera el visto bueno para realizar una ampliación. La elegida para liderar el proceso fue la arquitecta danesa Dorte Mandrup, que del mismo modo que el propio Jacobsen, que era albañil antes que arquitecto, tiene estudios en múltiples campos como la escultura, la cerámica o la medicina.

Si en los años 50 la máxima era permitir que el alumnado viviera en un edificio sano, ventilado y luminoso, el reto de la educación de hoy en día se basa, además de en todo lo anterior, en la necesidad de tener espacios mixtos, que permitan la agrupación en grupos de trabajo por proyecto. El problema residía en que el gobierno danés obligó a hacer una intervención subterránea, para respetar la naturaleza del edificio original. ¿Solución? En el patio delantero se crea una nueva ala subterránea, con varios patios de luz, de grandes dimensiones, que iluminan la zona inferior. Una solución de compromiso, tal vez contraria al espíritu original del edificio, pero que se realiza a la perfección, proporcionando un espacio de juego y unión polivalente y funcional.