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Merkel, la «chica de Kohl» que se emancipó gobernando

Tras 16 años liderando Alemania, la canciller Angela Merkel dejará su cargo. Al final de su carrera en el Ejecutivo brilla su personaje frente a la oscuridad de otros mandatarios. Detrás de este esplendor, sin embargo, queda una parálisis que afecta a la UE, a su país y a su partido, la CDU.

La canciller Angela Merkel a su llegada a la última reunión de Gobierno el pasado día 22 de setiembre. (Markus SCHREIBER/AFP)

«Sí, soy feminista», ha afirmado recientemente la canciller Merkel en una conversación con la escritora y feminista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. Sus palabras sorprenden porque hace cuatro años evitó posicionarse al respecto. Entonces veía el feminismo como una obra de Simone Beauvoir y de otras feministas, la cual no quería hacer suya. Más atrás, en un acto en 2013 dijo «quizás soy un caso interesante de una mujer en el poder, pero no feminista. Las verdaderas feministas se sentirían ofendidas si me describiera como tal». Un encuentro con la reina holandesa Máxima le hizo reflexionar y cambiar de posición, tal y como reveló la propia Markel en el reciente evento en el que participó en Düsseldorf junto a Ngozi Adichie.

«Fue la reina Máxima de Holanda la que abrió la puerta para mí, al decirme que, en lo esencial, [el feminismo] consiste en decir que los hombres y las mujeres son iguales, en su participación en la vida en sociedad, en la vida en general. Es en este sentido que puedo decir: sí, soy feminista», afirmó la líder alemana, quien reconoció que sus declaraciones anteriores han sido siempre «un poco tímidas. Ahora, mi opinión es más considerada. Creo que todos debemos ser feministas».

Anécdotas como éstas hacen brillar un poquito más la imagen de una persona que se autocontrola mucho. Hasta los propios alemanes califican de «seco» su humor. Con sus chaquetas ha creado tendencia, su forma de poner las manos es un gesto popular que en Alemania se conoce como «el rombo de Merkel». Hasta el candidato socialdemócrata a canciller Olaf Scholz lo usa para presentarse como su sucesor. Estas características tan personales configuran la imagen de una política que no ha dado material a la prensa amarilla, dejando a su familia fuera de los focos. Los escándalos políticos los protagonizaron otros.

El primero, el canciller Helmut Kohl. Después de la unificación alemana, su mentor necesitaba una mujer del este alemán para su gabinete. La hija de un sacerdote protestante que no había colaborado con la Stasi correspondía con ese perfil. En 1991 inició su carrera siendo ministra de Familia, en 1994 asumió la cartera de Medio Ambiente. Después de la derrota electoral de 1998, se descubrió la financiación ilegal de la CDU bajo Kohl. En 2000, el partido le dio la presidencia «a la chica de Kohl». No lo hizo por respeto sino porque cada nuevo detalle sobre la «caja B» podría acabar con la persona que dirigía la CDU. Merkel, líder del comité regional de Mecklenburgo-Antepomerania –el más pequeño, por cierto–, era prescindible.

Pero la nueva presidenta, que se distanció del Kohl, supo crear un equipo con otros outsiders que le ayudó a consolidar su posición. En 2002 desbancó al jefe del grupo parlamentario en el Bundestag, Friedrich Merz, para hacerse líder de la oposición. En 2005, Merkel fue elegida canciller, convirtiéndose en la primera mujer en lograr este cargo. Creó la segunda Gran Coalición con el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) desde 1966. En 2009 formó un bipartito con su aliado natural, el Partido Liberaldemocrático (FDP), para luego continuar con otras dos ediciones de la GroKo. A partir de 2010 tenía consolidada su posición dentro de la CDU, dejando fuera de juego a sus rivales. Quien no se sometía, se marchaba como Merz y otros que pasaron por una u otra puerta giratoria.

En estos 16 años ha demostrado un talento especial para neutralizar o marginar a compañeros de partido no afines a ella o a rivales políticos de otros partidos. Merkel se ha caracterizado por su capacidad de saber gestionar problemas, pero sin solucionarlos. Opera sin visión porque prefiere mantener el estatus quo. Eso la diferencia tanto del histórico canciller Otto von Bismarck –con quien le ha comparado un medio español recientemente–, como de su antecesor Schröder. El primero seguía un plan para convertir a su Prusia en un poder hegemónico en Europa dotándole con el II Imperio Alemán en el siglo XIX. Para ello Bismarck pasó por tres guerras y luego protegió al nuevo Estado con una inteligente política exterior que dejó aislada a su enemiga principal, Francia. Schröder quiso hacer de la UE –junto con París– un tercer poder global entre EEUU y Rusia.

De él Merkel heredó una EU paralizada y la intervención en Afganistán. Las tropas alemanas seguirían «defendiendo la seguridad de Alemania en el Hindukusch», como dijo su ministro de Defensa Peter Struck (SPD) en 2002, si el presidente de EEUU Joe Biden no hubiera ordenado de manera sorprendente el repliegue de sus unidades.

Ahora la UE pasa por una profunda crisis: El Brexit le ha dejado sin una potencia nuclear; Polonia está a punto de ser expulsada. Respecto a Rusia, Merkel apoya las sanciones por la anexión de Crimea, al tiempo que mantiene el gasoducto Nord Stream 2, construido por empresas rusas y alemanas. Después de haber sido espiada por la NSA, EEUU pasó de la categoría de país «amigo» a la de «socios», pero no redefinió la relación con Washington. Tampoco lo hizo con Madrid, aunque, en 2018, la Policía alemana detuvo a petición de la española al president catalán Carles Puigdemont. La Cancillería zanja cualquier debate al respecto con su mantra de que Catalunya es «asunto interno de España».

Las simpatías internacionales hacia Merkel bajaron con la crisis de Grecia en 2009. Para salvar el euro, impuso su política de austeridad en toda la UE. El «rescate» le separó de la CDU. Quienes reivindicaban el acuerdo de no hacerse cargo de la deuda de otro Estado miembro crearon la entonces euroescéptica Alternativa para Alemania.

Tras la catástrofe nuclear de Fukushima, en 2011, Merkel dio otro giro de 180 grados, esta vez en política ecologista, diciendo adiós a la energía nuclear. A partir de entonces se explicaron los malos resultados del SPD y de los Verdes ecologista. Al mismo tiempo se empezaba a tensar su relación con la CDU. Pero volvió a ganar en 2013 con un SPD cada vez más débil. Entonces alguien empezó a llamarle despectivamente «Mutti» (amatxu).

Dos años más tarde, “Der Spiegel” la llamó «madre Angela» por abrir las fronteras alemanas a más de un millón de refugiados. Su decisión agrietó la UE porque no había sido consensuada, pero creó una percepción positiva de su figura a nivel internacional. Esa impresión aumentó ante un maleducado Donald Trump y or su habilidad negociadora. En 2020 logró en último minuto que Hungría aprobara el paquete de ayuda de 1,8 billones de euros para hacer frente a las consecuencias económicas del covid.

Su fama internacional es diametralmente opuesta a su relación con la CDU. En 2018 Merkel evitó un golpe interno en su contra, dejando la presidencia y descartando otra candidatura a canciller. Dejó su cargo a Annegret Kramp-Karrenbauer, de su núcleo de confianza. Pero un año más tarde, quedó claro que la nueva tarea le quedaba muy grande a la exministro presidente del País de Sarre.

La pandemia alargó la lucha interna en la CDU hasta 2021. Que la ganara el ministro presidente de Renania del Norte Westfalia, Armin Laschet, no fue obra de la canciller que se había alejado de su partido. Su distanciamiento lo verbalizó, involuntariamente, en su última rueda de prensa antes de las vacaciones parlamentarias. Cuando le preguntaron dónde pasaría la noche electoral, se le escapó que estaría «en contacto con el partido cercano a mí». Si Laschet pierde el gobierno, no será por Merkel. En los últimos días de campaña, la canciller ha aparecido en público con él, cumpliendo con su deber de militante. El problema no es ella, sino el candidato en sí y sus asesores.

Esta semana un negacionista ha matado de un disparo en la cabeza a un estudiante que trabajaba en una gasolinera porque supuestamente no quería ponerse la mascarilla. «Invitamos a cada uno a dejar eso», reaccionó Laschet lacónicamente ante este asesinato. Paralelamente, su equipo ha sacado un video electoral con una secuencia en la que un negacionista confronta al político. Una voz en off defiende que hay que hablar «justamente con quienes tienen un opinión crítica». ¿Hablar con negacionistas y ultras violentos que han convertido a Merkel en su enemiga número uno? En sus manifestaciones muestran horcas que llevan también el nombre de la canciller.

Aún así Merkel lidera con ventaja el ranking de los políticos alemanes. La herencia que deja es una CDU que, como el SPD, ha perdido su base ideológica, su horizonte político y que carece de personal adecuado. La estima que le tiene la CDU se verá en si la nombra presidenta de honor, tal y como lo hizo con Kohl en 1999. Antes de iniciar otra etapa en su vida, Merkel tendrá que seguir gobernando en funciones hasta que el Bundestag vote a su sucesor.