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El reconocimiento del derecho a voto de la mujer cumple 90 años en el Estado español

El derecho a voto de las mujeres en igualdad con los hombres fue reconocido en 1931 por la II República española y quedó interrumpido, para ambos géneros, tras el golpe de Estado fascista de 1936. En el Estado francés hubo que esperar a 1944. Las sufragistas se pusieron en marcha a mediados del XIX.

Un hecho tan normal en estos días para una mujer como votar en unas elecciones no fue posible en Hego Euskal Herria hasta 1931. (Jon URBE/FOKU)

El 1 de octubre de 1931, el Congreso de los Diputados –del que formaban parte tres diputadas– aprobó el artículo 34 de la nueva Constitución de la II República, que reconocía, por primera vez en el Estado español, el derecho a voto de las mujeres en igualdad de condiciones con los hombres.

El voto femenino se aprobó con 161 votos a favor, 121 en contra y la abstención de 188 diputados, lo que celebraron con júbilo las militantes feministas de la Asociación Nacional de Mujeres que, horas antes, habían distribuido por los pasillos del Congreso octavillas con este mensaje: «Señores diputados: No manchen ustedes la Constitución estableciendo en ella privilegios. Queremos la igualdad de los derechos electorales. ¡Viva la República!».

En el debate participaron dos de las únicas tres congresistas del momento: Clara Campoamor y Victoria Kent. La tercera era Margarita Nelken, elegida en las filas del PSOE. Paradojas de este proceso por el reconocimiento de la igualdad jurídica y política, ellas habían sido elegidas parlamentarias en unas elecciones reservadas a los hombres que se habían celebrado el 28 de junio del mismo año.

También resulta significativo, para entender la pluralidad ideológica del movimiento feminista, que Kent (Izquierda Republicana) y Campoamor (Partido Republicano Radical) no compartían la misma estrategia sobre el voto de las mujeres, o más bien sobre el ejercicio del sufragio igualitario en aquel contexto político.

Y en el pleno defendieron posturas enfrentadas: Kent era partidaria de aplazar el derecho al voto de las mueres al considerar que su ejercicio, en esos momentos, favorecería a las formaciones de derecha que se oponían al nuevo régimen republicano, mientras que Campoamor sostenía que ya se había esperado demasiado: «Precisamente porque la República me importa tanto, entiendo que sería un gravísimo error político apartar a la mujer del derecho del voto», subrayó desde la tribuna.

La Constitución de la II República fue aprobada el 9 de diciembre de 1931 con el artículo que recogía que «los ciudadanos de uno y otro sexo mayores de veintitrés años tendrán los mismos derechos electorales con arreglo a las leyes».

El sufragio universal se ejerció por primera vez en el Estado español, y por ende en Hego Euskal Herria, en las elecciones de noviembre de 1935, en las que sumaron mayoría parlamentaria las formaciones de derecha y centro-derecha. En aquel censo electoral estaban registradas 6.800.000 mujeres.

Campoamor reposa en Donostia

La escultura de Clara Campoamor, obra de Dora Salazar, en Donostia. En el libro que lleva se lee «Una mujer, un voto». (Google)

Clara Campoamor tiene una estrecha relación con Donostia. Esta figura del feminismo nació en Madrid en 1888. Después de trabajar en varios comercios, en 1909 se presentó a una oposición y consiguió plaza como auxiliar femenina en el cuerpo auxiliar de Telégrafos del Ministerio de la Gobernación. Después de pasar unos meses destinada en Zaragoza, fue trasladada a Donostia, donde permaneció cuatro años.

Comenzó los estudios de bachillerato en 1920 y logró la licenciatura en Derecho en 1924, siendo la segunda mujer en formar parte del Colegio de Abogados de Madrid, un mes después de que lo hubiera hecho Victoria Kent.

Incansable militante feminista y por las libertades políticas, tras su relevante papel en el Congreso ya comentado no renovó el escaño en las elecciones de 1933 y un año después abandonó el Partido Radical. Posteriormente, solicitó la admisión en Izquierda Republicana, que le fue denegada. Su relato e interpretación de los hechos se puede obtener de primera mano leyendo su obra ‘Mi pecado mortal. El voto femenino y yo’.

Tras el golpe de Estado fascista partió al exilio, primero en Ginebra y luego en Argentina, donde vivió diez años. Regresó a Suiza en 1955, instalándose en Lausana, donde falleció en 1970. Sus restos fueron trasladados al cementerio donostiarra de Polloe por la familia Mons Riu, que los acogió en su panteón. Al parecer, Campoamor comentó que en esta ciudad había sido muy feliz y fue madrina de un miembro de esta familia.

Desde 2011 su figura de tamaño real esculpida en hierro parece caminar hacia la barandilla de la Concha, en la plaza Clara Campoamor, el espacio que se abre en el Paseo de la Concha frente a la Perla. La obra de la altsasuarra Dora Salazar Romo fue realizada por encargo de Emakunde, precisamente, con motivo del 80º aniversario del sugrafio universal en el Estado español. En el libro que porta se puede leer ‘Una mujer, un voto’.

En Euskal Herria, en fechas distintas

Una fotografía extraida de la obra editada en 2006 por Emakunde con el título ‘El voto de las mujeres cumple 75 años’.

División político-administrativa de por medio, el derecho al voto igualitario no llegó en la misma fecha al conjunto de Euskal Herria. Si en los cuatro herrialdes del sur se comenzó a ejercer en 1933, en el norte tuvieron que esperar otro decenio, ya que no se implementó hasta las elecciones municipales de abril de 1945.

En el Estado francés el voto universal fue otorgado por el Comité Francés de Liberación Nacional, el nombre oficial que recibió el Gobierno provisional de la República tras la expulsión de los nazis del Hexágono por las fuerzas aliadas.

Es decir, que no fue hasta finales de los años 1970, una vez agotada la Dictadura franquista en el Estado español, cuando todas las mujeres de Euskal Herria tuvieron reconocido el derecho a voto.

Las primeras sufragistas, a mediados del siglo XIX

El movimiento por el sufragio universal fue liderado por mujeres británicas y estadounidenses a mediados del siglo XIX. Como año simbólico se asume generalmente el de 1848, cuando se redactó la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, documento que recogió las conclusiones de una convección celebrada en julio de aquel año en esa localidad del norte del estado de Nueva York.

Este movimiento luchaba por el reconocimiento de todos los derechos políticos para las mujeres. tanto el de votar como el de ser elegida para todos los cargos públicos. Y fueron consiguiendo sus objetivos paso a paso.

El primer Estado que aprobó el voto femenino sin restricciones fue Nueva Zelanda en 1893, pero las mujeres no podían presentarse a las elecciones, lo que no consiguieron hasta 1919.

El Gran Ducado de Finlandia, todavía bajo el dominio del Imperio ruso, fue el primer país europeo en el que las mujeres ejercieron el voto, en 1907, y el primero del mundo en el que ocuparon un escaño en el parlamento.

La Revolución rusa llegó acompasada del reconocimiento de derechos en igualdad para los dos géneros y en 1917 el Gobierno provisional aprobó el voto universal.

Ese mismo año se promulgó el voto para todas las personas mayores de 21 años en Canadá.

En EEUU aún hubo que esperar a la aprobación en 1920 de la Decimonovena Enmienda a la Constitución, con una redacción un poco enrevesada: «El derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos al voto no será negado o menoscabado por los Estados Unidos, ni por ningún estado, por motivos de sexo».