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Entrevue
Cristi Puiu
Cineasta

«La superioridad moral es un síntoma inequívoco de estupidez»

Nacido en Bucarest en 1967, fue uno de los primeros realizadores en poner sobre el mapa el nuevo cine rumano con películas como ‘Aurora, un asesino muy común’ o ‘Sieranevada’. Acaba de estrenar ‘Malmkrog’, adaptación de un ensayo de finales del XIX del filósofo y teólogo ruso Vladimir Solovyov.

Cristi Puiu, fue uno de los primeros realizadores en poner sobre el mapa el nuevo cine rumano. (NAIZ)

​De entre todos los directores que dieron fama y proyección internacional al cine hecho en Rumanía hace más de tres lustros, acaso sea Cristi Puiu el más radical, el menos convencional. Sus películas constituyen auténticos desafíos no solo debido a su larga duración sino a los rigores que muestra a la hora de diseccionar la naturaleza del ser humano colocando a sus protagonistas en medio de escenarios que denotan su falta de autonomía para controlar su propio destino.

En este sentido, las películas de Puiu muestran a unos personajes encerrados en un bucle del que les resulta imposible salir. En ‘Malmkrog’, el director lleva al extremo estos planteamientos.

​En todos sus largometrajes anteriores había una voluntad por retratar las tensiones sociales de la Rumanía de hoy. ¿Qué le llevó en esta ocasión a hacer un film ambientado en otro país y en otra época?
A mí me gusta asumir riesgos en cada película que hago; en este sentido, ‘Malmkrog’ es mi primera obra de ficción rodada en un idioma distinto a mi lengua materna y ambientada en una época que no he vivido. Fue una especie de autoimposición considerando que el cine, y el arte en general, es un terreno propicio para investigar y cuestionar ciertas realidades. En este sentido, asumí este trabajo buscando el modo de cuestionar e interpretar un texto ajeno, un texto que, además, tiene una naturaleza filosófica, no narrativa.


Lo que sí tiene en común ‘Malmkrog’ con sus películas anteriores es esa naturaleza kafkiana, en la que aparecen  unos personajes en bucle cuyos diálogos y conductas, lejos de hacer avanzar el relato, constituyen un elemento de inacción.
Sí, es algo premeditado y obedece al deseo de mostrar nuestra incapacidad para huir de nuestro propio destino. Vivimos en la fantasía de que tenemos capacidad de decidir sobre nuestro futuro, de que está en nuestras manos que las cosas cambien, pero no es así. En ‘Malmkrog’, esa casa en cuyas habitaciones se desarrolla la totalidad de la película me brinda la oportunidad de mostrar hasta qué punto todos esos personajes viven en un mundo cerrado, en un espacio rodeado de muros. Esa casa es una metáfora no ya de nuestro mundo sino de nuestra naturaleza ya que todo aquello que vivimos es lo que sucede única y exclusivamente dentro de nuestras cabezas. Es un conflicto parecido al que vivía el protagonista de mi película ‘Aurora, un asesino muy común’.
 
Ese vivir encerrados en sí mismos hace que los personajes rara vez exhiban sus emociones. De hecho, en muchas secuencias se posicionan no ya de espaldas al resto de personajes sino al propio espectador.
La verdad es que cuando escribo un guion y, después durante el rodaje, rara vez tomo en consideración las expectativas del público o el modo en que este va a recibir a mis personajes. En este sentido tampoco es que le de mucha importancia a la posición que estos ocupan en el plano en relación con el espectador ya que me parece una convención teatral bastante estúpida. A Miles Davis, en una ocasión, le trataron de arrogante al señalar que en sus conciertos daba la espalda a los espectadores y él contestó: «No estoy dando la espalda al público sino que estoy mirando de frente a la música». Es una reflexión que hago mía cuando dirijo una película; no tienes que tener en cuenta al público sino la dramaturgia que estás desarrollando.
 
Pero convendrá conmigo que esa opción de representación puede generar que el espectador no se sienta concernido por lo que se le está contando.
Al contrario, yo creo que potencia el misterio. Hacer cine va de invitar al espectador a un espacio privado donde tiene lugar el desarrollo de una historia. La cámara dirige su mirada a ese espacio concreto y, en este sentido, el cine es el arte de retratar la intimidad. En la ficción esos momentos íntimos no pueden captarse en directo, como en el documental, sino que tienes que construirlos, recrearlos.
 
La actitud de los personajes de la película, con esos ejercicios de esgrima verbal desde los que buscan negarse los unos a los otros, confieren a ‘Malmkrog’ una lectura política en clave bastante contemporánea. ¿Lo percibe usted así?
Supongo que sí. No es algo premeditado por mi parte. En ningún momento he tratado de hacer con esta película un film político, sino filosófico. Pero entiendo que, queramos o no, el mundo en el que vivimos te obliga a tomar partido. Hoy en día resulta imposible ser apolítico y, desde ese punto de vista, asumo que la película pueda suscitar ese tipo de lecturas.
 
Me refería sobre todo a esa autosuficiencia desde la que se expresan sus personajes a la hora de hablar sobre cuestiones como la guerra o el concepto de civilización poniendo a Europa en un plano de superioridad moral…
No, pero ahí no buscaba reforzar esa conexión política con la actualidad sino mostrar un proceso histórico. Deducir que ese tipo de discursos están en la génesis del momento crítico que parece estar viviendo la idea de Europa es pura especulación. Puede que la aristocracia europea siempre haya vivido con ese sentimiento de superioridad respecto a otras civilizaciones, pero si lo ha hecho es como un mecanismo de autodefensa que define no solo a la aristocracia sino a nosotros mismos como ciudadanos. La superioridad moral es algo que tiene que ver con la naturaleza humana, con esa arrogancia que nos es tan propia y que resulta un síntoma inequívoco de estupidez y eso no es algo que se dé únicamente entre los europeos sino que se manifiesta en todas partes del planeta. Las propias religiones contribuyen a implantar un sistema de creencias que va en esa dirección, en arrogarte una superioridad moral. Sin embargo, yo las únicas personas superiores a las que he conocido en mi vida son aquellas que tienden a ponerse a sí mismas en el último lugar de su lista de prioridades. Personas que viven entregadas al prójimo.
 
¿No le parece un acto un tanto subversivo rodar una película tan compleja y tan profunda en una época donde lo que parece demandarse son fórmulas simples y un tipo de cine ‘de evasión’?
Puede ser, de hecho algunas personas ya me lo han dicho, que debido al tema que trata la película, a la austeridad de la puesta en escena y a su duración, ‘Malmkrog’ más que una película constituye un auténtico desafío. Pero mi intención no fue la de desafiar al espectador sino la de desafiarme a mí mismo en un intento por conferirle un valor a las ideas de Vladimir Solovyov. Dicho desafío consistió en combinar el pensamiento de este autor como escritor y filósofo y mi propia interpretación de sus textos. Y he de decir que estoy muy contento con el resultado logrado. Asumo que se trata de una película difícil pero parte de unos textos muy interesantes y creo que los actores hicieron un trabajo extraordinario. Puede que dentro de unos años haya gente que considere mi película una basura, espero que no, pero lo cierto es que esta pandemia ha cambiado nuestros hábitos y cuando nos acercamos a una película o a una obra de arte lo hacemos desde unas exigencias que tienen más que ver con nuestra experiencia como consumidores que con el placer de contemplar y de reflexionar.
 
Usted fue de los primeros directores rumanos en lograr reconocimiento internacional y parece que la cinematografía de su país sigue pujante a tener de galardones como la reciente Concha de Oro que obtuvo Alina Grigore con ‘Blue Moon’. ¿Siente haber abierto camino?
Mis películas puede que lo hayan abierto. Yo, como director, no tengo la sensación de haberlo hecho. Hace tiempo me ficharon para dar clases de dirección de actores en una Escuela de Cine y lo dejé porque la visión del cine que tenían allí no coincidía con la mía y preferí impartir mis propios talleres. Alina, de hecho, fue alumna mía. Pero a lo que voy es que el cine rumano está alumbrando obras de todo tipo, algo natural si atendemos a que nuestros cineastas tienen sensibilidades diversas y que, en una sociedad global, estamos abiertos a influencias de todo tipo. Sin embargo, parece que haya un estándar de calidad en lo que respecta al cine rumano solo por el hecho de que, a partir de un cierto momento, los festivales más prestigiosos pugnaron por contar con alguna película rumana en su selección. ¿Eso es algo positivo? Sinceramente, no lo creo. Pienso que únicamente se trata de una tendencia, de una moda, y eso no beneficia ni al cine rumano, ni al cine europeo, ni a ningún cine porque parece que lo único que legitime la calidad de una película sean los premios, el reconocimiento, las alfombras rojas… Muchos de mis colegas, no todos afortunadamente, están más interesados en alcanzar la fama y la gloria que en el propio cine. Yo soy muy crítico con eso, me parecen dinámicas perversas.