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Entrevue
Unai Pascual
Profesor Ikerbasque en el Basque Center for Climate Change (BC3)

«La ‘normalidad’ no va a volver, en gran parte debido al cambio climático»

Glasgow acoge la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, pospuesta en 2020 por una pandemia que condiciona el contexto en el que se van a desarrollar los debates y articular los acuerdos. Unai Pascual expone las claves de una cita donde observa más incertidumbres que esperanzas. 

Unai Pascual, profesor Ikerbasque en el Basque Center for Climate Change. (Jaizki FONTANEDA I FOKU)

Río, Kioto, París… la lucha contra la crisis climática acumula varios hitos, pero no parece que hayan servido para atajar el problema. ¿En qué contexto llega la cumbre de Glasgow?

La cita de Glasgow llega en un contexto endiablado. Por un lado, porque estamos aún en una situación de covid y, sobre todo, con ansias por parte de los Gobiernos y diría que de la sociedad en general de tratar de volver a ‘la normalidad’. Y eso se está traduciendo en tratar de generar una dinámica económica parecida a la que teníamos antes. Ha habido una serie de inversiones públicas en Europa y en todo el mundo para tratar de recuperar ese crecimiento económico, que se está consiguiendo, pero a costa otra vez del clima y del medio ambiente.

En Euskal Herria sacamos el manifiesto “Euskal Herria post covid 19” para decir que ahora teníamos una oportunidad de oro para replantearnos las cosas y hacerlas de forma distinta a como las hemos hecho hasta ahora, pero se ha visto que no había una conciencia real de que podíamos aprovechar este momento. La prioridad era volver a esa «normalidad», y esto se ha machacado desde los medios de comunicación y en la sociedad ha calado mucho este mensaje, cuando sabemos sin embargo que ya estamos en un mundo posnormal, donde las complejidades son altísimas en todos los niveles. Cuando hablamos de cualquier problema, económico, social, político, ya estamos casi en una nueva era, y el cambio climático lo complica todo. Debemos darnos cuenta de que esa «normalidad» es un espejismo. No volverá, en gran parte por el cambio climático.

Por otro lado, desde hace meses estamos viendo cómo hay una escasez de recursos primarios para la industria, desde la crisis de los microchips pasando por la escasez energética. Vivimos un choque entre el empecinamiento en acelerar el metabolismo social asociado al crecimiento del PIB como mantra, y la realidad biofísica de un planeta que está llegando al límite para seguir ofreciendo muchos de los recursos que necesita un modelo insaciable, y por tanto insostenible. Por ejemplo, gigantes como China siguen construyendo nuevas plantas basadas en el carbón, En 2020, China construyó tres veces más plantas de carbón que todo el resto del mundo en conjunto. Y esto sabiendo que el carbón es uno de los combustibles fósiles más dañinos para el clima. Ese es el contexto mundial en el que llega la Cumbre de Glasgow. Como decía, una situación endiabladamente complicada.

El panorama no es muy halagüeño por tanto...

Alok Sharma, el político británico que va a ser presidente de la cumbre, ha venido señalando en los últimos días, en entrevistas concedidas a la prensa británica, que la probabilidad de conseguir una cita exitosa estaría en torno a un 60%. Eso lo dice quien tiene en sus manos tejer los acuerdos desde su presidencia; él es el anfitrión, una figura que tiene una importancia tremenda. Si esa persona dice que la probabilidad de éxito está en algo más del 50%, cuando en diplomacia sabemos que hay que ver la botella más que medio llena para poder por lo menos llenarla un tercio, pues nos da pistas de que el ambiente está bastante frío. Creo que el Gobierno del Reino Unido no ha hecho todo lo que podía desde el punto de vista diplomático para dar un empuje y colocar la cumbre, por lo menos en su comienzo, con un nivel de tensión suficiente para que los países llegasen a Glasgow con la ambición suficiente para dar el empujón necesario para colocarnos en la senda de una descarbonización tan urgente como necesaria. Por tanto, si cuando nos acercábamos a París en 2015 había un momento de casi euforia porque se veía un acuerdo en ciernes, porque se había hecho bastante trabajo diplomático de antemano, ese trabajo no se ha hecho para esta cumbre.

Pues la situación es cada vez más apremiante. De hecho, ¿podríamos estar cerca ya de un punto de no retorno?

Donde estamos realmente es donde dice Naciones Unidas, que a su vez se basa en lustros, décadas, de trabajo científico concienzudo a nivel global. Y esos trabajos científicos se reafirman en sus conclusiones. Ya estamos en más de 1,1 grados de calentamiento, nos queda muy poco para llegar a 1,5. ¿Esto qué supone? Supone que para no pasar de 1,5 grados a final de siglo tenemos que descarbonizar el modelo económico mundial para 2050, aunque luego hablaremos de por qué se está poniendo tanto énfasis en esa fecha. Para lograr esa meta hay que poner una senda muy clara de descarbonización, de modo que hay una ‘meta volante’, que sería en 2030. ¿Y para 2030 qué habría que hacer para no pasar de un grado y medio? Los científicos han dicho que el modelo económico se tendría que descarbonizar más o menos en un 50%. Y la realidad es que si agregásemos los compromisos que han adquirido la mayoría de los firmantes del Acuerdo de París, todos los que los han puesto al día, los cálculos nos dicen que el planeta todavía se estaría calentando 2,7 grados a final de siglo.

Eso está muy muy lejos de 1,5 y también muy lejos de dos grados, que es el límite más conservador en el corazón de acuerdo de París. Sabemos que un calentamiento global promedio de 2 grados conllevaría unos efectos devastadores para el planeta, y por tanto para la humanidad. Y a partir de ahí sería un desastre a todos los niveles. Y estamos yendo hacia ese desastre. Los compromisos políticos que se están poniendo sobre la mesa por parte de todos los países son menos que insuficientes.

 

«A partir de dos grados de calentamiento global promedio sería un desastre a todos los niveles, y vamos hacia ese desastre»

Dice que centrarse en la fecha de 2050 tiene un motivo...

La fecha 2050 es clave. La ciencia lo tiene claro. Es el punto en el cual el debemos conseguir la descarbonización para poder limitar el calentamiento global en no más de 1,5 grados. Pero solo hablar de 2050 es peligroso. Políticamente hay una presión para que los países prometan que para 2050 van a descarbonizar sus economías. Estamos hablando de descarbonización neta, y aquí hay dos puntos muy importantes. Por un lado, cada vez se pone más énfasis en la descarbonización neta, ser neutral en carbono. En vez de decir  ‘vamos a descarbonizar totalmente’, se dice: ‘sabemos que el mundo va a tener que seguir emitiendo C02, metano, etc., entonces busquemos absorber esas emisiones residuales, vamos a utilizar los ecosistemas terrestres sobre todo para que capten ese carbono’. Y aquí tenemos la gran pregunta, ¿Eso cómo lo vamos a hacer? Porque se prevé que se necesitaría por lo menos el área equivalente a dos Indias para reforestar, aforestar, etc. ¿Esto a nivel mundial dónde se hace? La aforestación y reforestación pueden ser partes de la solución, pero si no se hacen bien pueden tener un enorme impacto sobre las poblaciones locales. Y si aforestamos con especies de crecimiento rápido los riesgos de incendios brutales, como tenemos prácticamente todos los años en Estados Unidos o Australia son muy altos.

Esa es una estrategia de mucho riesgo. Y el otro sistema que se está tratando de impulsar es la geoingeniería, tecnologías que todavía están muy lejos de poder decir que son eficaces, y más aún a gran escala. Por tanto, esta idea de la descarbonización neta tiene esa trampa. Neto significa que ese C02 residual que seguirá quedando habrá que captarlo, pero para nada se puede asegurar científicamente que se puede hacer o que se pueda de forma inocua. 

Por otra parte, cuanto más lejos pongamos la meta más fácil es tomar compromisos, porque los políticos de hoy en día no van a ser fiscalizados por ello. De aquí a 2050 quedan tres décadas, esas personas probablemente no estarán, y las generaciones futuras lo único que harán será decir qué estúpidos fuimos al poner una meta tan a largo plazo. Por eso es importante hacer hincapié en la ‘meta volante’ de 2030. Creo que en Glasgow va a haber mucha retórica sobre 205, y eso es peligroso porque es una manera de diluir compromisos; estos tienen que ser de cara a 2030. Ahí es donde vamos a poder medir si la botella que veamos al finalizar la cumbre el día 12 va a estar medio llena o medio vacía.

Que EEUU y China, que representan casi el 45% de las emisiones, asumieran un papel tractor, responsable, sería clave para el éxito de la cita, ¿no?

Sí, EEUU, como uno de los países históricamente más responsables del cambio climático, y China, como el actual mayor emisor de CO2. El año pasado tuvieron reuniones bilaterales  y se generó una especie de esperanza de que iban a ir de la mano a Glasgow, de que iban a dar un impulso casi definitorio para que el efecto dominó funcionase y que la ambición del resto de países fuese la necesaria. Pero vemos que China está echando jarros de agua fría, y esto no ayuda. No solo no ayuda directamente porque sean los mayores emisores, sino por un efecto de contagio negativo para el resto de los países, y además propicia la excusa para que los demás no muestren la ambición necesaria. Es normal poner el foco en países tan claves, pero no puede ser una excusa. Aquí cada cual debe mirarse en el espejo. Igual que en la era Trump la mayoría de los países, incluida la UE, dijeron que independientemente de lo que hiciera Trump iban a hacer sus deberes, ahora habrá que decir que independientemente de lo que haga China vamos a seguir haciendo nuestros deberes. Pero este tipo de discurso no se oye ahora. Se necesita una bisagra para que EEUU y China avancen de la mano, pero hoy las relaciones entre ambos no son las mejores, ni mucho menos, y eso lo complica.

¿Fijar el distinto grado de responsabilidad de los países a la hora de hacer frente al cambio climático volverá a ser uno de los puntos fuertes de la cumbre?

Esta es una piedra angular de todas estas negociaciones año tras año. Los países del Sur global, los más pobres, exigen que haya una financiación para que puedan descarbonizarse y para que puedan adaptarse al cambio climático, porque tienen muy pocos recursos para adaptarse a los cambios que ya se están dando. En 2009 se adoptó en Copenhage un acuerdo donde se decía que cada año se transferirían 100.000 millones de dólares desde los países ricos a los países pobres. Todavía estamos muy lejos. Según los últimos informes, hasta ahora los compromisos de financiación llegan a 80.000 millones, todavía queda un buen trecho para los 100.000 millones, y hay que pasar de los compromisos a los hechos. Hay retos muy importantes y los países del sur van a dar la batalla en este campo. El Norte global debería condonar parte de la deuda externa de los países pobres para que puedan invertir sus recursos en adaptarse al cambio climático.

En ese contexto endiablado que citaba al principio, el margen de actuación de esos países más vulnerables es menor...

Sí, muchos de estos países, para poder entrar en una senda de crecimiento económico vuelven al modelo anterior, que es sobre todo de exportación de materias primas, un modelo económico que se ha ido gestando a partir de la Segunda Guerra Mundial. Es un modelo neocolonial donde el Sur global sigue siendo la factoría del mundo, pero también el lugar de origen de las materias primas para su transformación, para la generación de productos y servicios de las cuales el valor añadido más importante se lo lleva el Norte global. Y esto lo vemos con todos los minerales, con los comodities agrícolas y también con los combustibles. Ahí vemos que la necesidad de los países empobrecidos de entrar en la senda de crecimiento está pasando por volver a ese modelo de exportación de materias primas, pero eso lo que hace es imponer una gran presión sobre la naturaleza y sobre el medio ambiente, en un contexto además de cada vez mayor escasez de recursos naturales para mantener ese metabolismo económico a nivel mundial. El tema de la financiación va a ser el gran debate en la Cumbre de Glasgow.

El precedente de la pandemia y el modo en que se ha gestionado, por ejemplo, el reparto de las vacunas, no permite ser optimista sobre ese compromiso.

En caso de las vacunas, donde el Norte sigue haciendo acopio de ellas mientras en el Sur global faltan, es algo totalmente irracional. Entre otras cosas, porque las nuevas variantes del virus seguramente van a surgir en el Sur y nos van a afectar a nosotros, no sabemos si las vacunas que tenemos ahora nos van a servir o habrá que crear otras. Estamos en un mundo con un modelo económico imperante donde el Sur global cada vez lo va a pasar peor, tanto por los embates del clima como desde el punto de la salud, porque van a venir más pandemias. Pero el Norte no va a tener un escudo para protegerse. Todo está estrechamente relacionado, y si no le damos una solución integral cada vez lo vamos a pasar peor.

 

«En la sociedad hay responsabilidades compartidas, pero también diferenciadas. No todos somos iguales ni tenemos los mismos recursos»

Es verdad que la pandemia lo ha ocupado todo estos casi dos años, pero es evidente también que los temas medioambientales y, en concreto, la crisis climática cada vez tienen más peso en la sociedad. En un contexto tan inquietante, ¿la conciencia social es el clavo al que nos debemos agarrar?

Sin concienciación social no hay solución. Es condición necesaria, aunque no es suficiente. Porque igual que a nivel de Naciones Unidas cuando se habla de responsabilidad compartida de todos los países frente al cambio climático se matiza que esas responsabilidades son diferenciadas entre ricos y pobres, aquí estamos hablando de lo mismo: no podemos meter en el mismo saco a toda la sociedad como si todos tuviésemos la misma responsabilidad. No todos somos iguales, no todos tenemos los mismos recursos.

Por otro lado, esa concienciación, si bien es necesaria, no va a ser suficiente si no la trasladamos a la presión política. Es cierto que sobre todo las nuevas generaciones están mucho más sensibilizadas, porque ven que ya están siendo afectadas y que se van a ver más afectadas en su vida. Y no lo quieren aceptar, lo ven totalmente injusto, y seguramente van a dirigir su mirada a aquellas opciones políticas que esto lo expresan de una manera más clara y más honesta.

Y de la concienciación a los cambios de hábitos todavía queda por recorrer un trecho muy grande. Hay como una disonancia cognitiva, en el sentido de que entendemos el problema, también sabemos lo grave que es y sabemos que debemos actuar, pero todavía no somos lo suficientemente consecuentes.
Podemos hacer muchas cosas a nivel individual, pero creo que el liderazgo político e institucional debe ser el motor para llevar a cabo esos cambios. Sin un liderazgo claro, la sociedad lo tiene más difícil para actuar. Esa dinámica de presión de abajo a arriba debe complementarse con una dinámica de liderazgo de arriba a abajo. Necesitamos tanto liderazgo institucional como presión social.