Cómo afrontar la resaca
Tras sucesivas olas que tenían una fuerza insospechada, así puede ser el año 2022: como una resaca. Como la corriente que regresa mar adentro tras haber alcanzado la orilla. Si no calculas bien su potencia, si no tienes amarres, te puede engullir. Como mínimo, puede darte un buen susto. Y nunca sabes qué fuerza tendrá la siguiente envestida. Sin ir más lejos, nadie se esperaba esta última ola del covid-19, no al menos con la potencia expansiva que ha demostrado la variante ómicron.
Este año también podría ser como el malestar generado por la ingesta desmedida de alcohol o comida. Es despertarse desnortado y dolorido. Resaca es lo que queda tras el acontecimiento. Como cuando una ola pasa por encima a unos incautos que han ido a sacar una foto. Cuando alguien despierta en un sofá ajeno. 2022 apunta a todo ello.
En este escenario, tengan las sucesivas olas forma de sindemia, pandemia o endemia, ¿qué somos los vascos y vascas? ¿Cómo se sitúa nuestro país? ¿Somos el coche arrastrado por la riada? ¿Somos los impenitentes juerguistas? ¿El puente que queda milagrosamente en pie? ¿Qué amarres tenemos?
Cuando la marea ha subido tanto como en esta crisis, resistir quizás no sea suficiente. Hay que tener una actitud proactiva y buscar alternativas. Cuando menos, hay que pensar en hacer las cosas de otra manera. Llamar «nueva normalidad» al programa para retomar al precio que sea la «vieja normalidad» no parece una buena estrategia para estos tiempos convulsos. A los dos años del primer impacto, estábamos sobre aviso. El contraste entre la mediocridad política y la aportación de la comunidad científica vasca en la pandemia es esclarecedor.
Ojalá este sea el año de sacar la cabeza y de coger aire. Hoy, 31 de diciembre de 2021, todo parece desbordado. Recomponer el desaguisado de la falta de previsión y necedad mostrada por los responsables institucionales vascos en esta ola nos va a llevar al menos un tercio del año entrante. Es un tiempo que teníamos que haber invertido en reconstruir y que nos han condenado a gastar en resistir. Por soberbia, por desidia, porque no da… Quién sabe por qué.
Las alternativas a la decadencia o descomposición del sistema vendrán marcadas por valores potentes, como la solidaridad y la justicia, y serán viables solo a través de actividades humanas cooperativas, como la ciencia y la política. Nunca hay que despreciar el carácter espiritual del ser humano, su naturaleza simbólica, pero de esta marejada no se salva uno rezando, ni a dioses viejos ni a nuevos. Una cosa es ser crítico y otra la obcecación ególatra. Desconectarse de la ciencia es castigarse a vivir en un lugar más inhóspito y peligroso.
Frente a la ideología del individualismo, la clave está en leer, escuchar y debatir en serio, sin trampas. En hacer y hacerlo bien, en base a buenos modelos. Tenemos la fortuna de vivir en un país en el que las actitudes ejemplares, las luchas y los compromisos vitales han sido comunes. Pensar en esos sacrificios voluntarios, compartidos y disciplinados, que no ciegos, es la mejor manera de tenerse a raya a uno mismo. Casi nadie es tan importante.
En la resaca de la fase histórica anterior, hay que lograr la liberación de presos y presas, el máximo posible, todos y todas, cuanto antes. Quitando lo mayor, porque la injusticia no arregla injusticias.
Dicen los que saben que, si te arrastra la marea en la playa, lo que hay que hacer es precisamente ir mar adentro y luego buscar la forma para regresar. Este plan contradice la intuición general, que es nadar contra la corriente e intentar llegar a la orilla como sea. Eso, dicen, nos llevaría a agotarnos y ahogarnos. Claro que para eso hay que tener el conocimiento y la lucidez necesarias. Y saber nadar, o al menos flotar.
Un año más, en esta edición especial de fin de año, la redacción de GARA se propone levantar la cabeza de los hechos del día y mirar un poco más allá. No buscamos adivinar el futuro, sino plantear escenarios, analizar procesos, ver tendencias, marcar agendas y favorecer cambios que sirvan para mejorar la vida de las personas y de la sociedad vasca.
Siempre que se pueda, hay que celebrar estar vivas. Porque no estaba garantizado. Como personas, como comunidades, como pueblo. Muchos pronosticaron nuestra desaparición. Por antiguos, por ilusas, por pequeños, por taradas, por pobres, por innecesarias, por inferiores… Está en nuestras manos seguir anulando esa profecía.
Pensar en el futuro supone medir fuerzas, trazar caminos, construir instrumentos y alianzas. Hay que tomar decisiones recordando lo aprendido, lo que hemos ensayado, lo que ha funcionado y lo que no. Hay que ser más. Hay que escuchar lo que dicen los que saben y adivinar lo que saben los que callan.
Por supuesto, nunca hay que olvidar que el objetivo no era sobrevivir, sino la libertad, la igualdad y la justicia. Nuestra responsabilidad al respecto recae sobre lo que hagamos con nuestro país, con la gente que vive y trabaja, que quiere vivir y trabajar en Euskal Herria. Hay que cuidarla, hay que cuidarse. Nuestra responsabilidad es lo que hace nuestro país con este planeta y para las siguientes generaciones.
El que no quiera salir mejor de esta, puede rendirse o empecinarse. El resto, deberá mantener la dirección y el sentido, deberá recordar constantemente los objetivos y renovar sus compromisos. Y respirar hondo. Porque si algo está claro es que, en la corta vida de un ser humano y en la larga historia de una nación, la marea nunca deja de subir y bajar.