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Molière y su Tartufo siguen de moda cuatro siglos después

Los humanos parece que no hemos cambiado tanto a la vista de que los arquetipos creados por los clásicos siguen dando en la diana siglos después. Jean-Baptiste Poquelin, el Molière padre de la comedia francesa, cumple 400 años y es más actual que nunca.

Uno de los ejemplares de la librería de la Comédie Française sobre Molière. (Bertrand GUAY | AFP)

Puede que una de las obras que más se vayan a interpretar este 2022 sea el ‘Tartufo’ de Molière, su obra cumbre y la que casi acabó con su carrera. No es de extrañar, porque en esta mordaz comedia del siglo XVII se denuncia la hipocresía de quien utiliza la bondad de los demás en su propio beneficio –para Molière, la Iglesia– y eso nunca  ha pasado de moda; de hecho, en todo el mundo y año tras año es una de las más obras interpretadas de este clásico indiscutible, uno de los grandes dramaturgos de todos los tiempos junto a William Shakespeare.

Bueno, aunque al teatro inglés le cueste tanto admitirlo, como denunciaba recientemente desde las páginas del diario ‘The Guardian’ su crítico teatral Michael Billington, quien se lamentaba incluso que «en la provinciana Gran Bretaña, el cuarto centenario de Molière parece que no se celebrará de forma clamorosa y vergonzosa».

En el Estado francés, por contra, este año  están celebrando a lo grande el aniversario. El pasado 15 de enero, cuatro siglos después de su bautismo (se desconoce la fecha exacta de su nacimiento), la venerable compañía parisina Comédie Française abrió este año conmemorativo con ‘Le Tartuffe ou l’hypocrite’, una versión recuperada de la original que fue prohibida por la Iglesia y censurada tras su primera representación en 1664.

Lo sucedido con Tartufo, convertido ya en los diccionarios en sinónimo de impostor, de alguna manera puede servir para conocer cómo era su autor y, a su vez, para reconocer en su figura a ese prototipo de comediante trasgresor, mal visto y despiadado crítico social de su época al que corresponde también su homólogo Shakespeare.

De hecho, como con Shakespeare, el actor –murió casi en escena, poco después de representar ‘El enfermo imaginario’; tenía 51 años– y dramaturgo francés ha sido objeto de todo tipo de conjeturas, leyendas e incluso mentiras históricas.

Por ejemplo, ha hecho falta que ‘Science’ publicara un estudio de dos investigadores del CNRS y la Ecole Nationale des Chartres para concluir, usando técnicas de lingüística computacional, que fue él quien escribió las obras que se le atribuyen. Pero es que el estudio es de 2019 y la polémica se remonta a 1919. Un siglo de dudas, desde que el escritor Pierre Louÿs lanzó la idea de que varias de las obras atribuidas a Molière las había escrito el dramaturgo Pierre Corneille.

Con la Iglesia hemos topado

Pongámonos en situación: año 1664, Jean-Baptiste Poquelin, de nombre artístico Molière, había conseguido convertirse en el autor fetiche del veinteañero rey Luis XIV, el Rey Sol. ¿Cómo un hijo de tapicero había conseguido llegar a alzarse como la máxima estrella cultural del momento en el Hexágono? Trabajando mucho, y pasando muchas estrecheces, con cárcel incluida.

Lo de Molière era amor por la escena: era un animal de teatro, porque actuaba, escribía sus propias obras y las dirigía. Con ‘Las preciosas ridículas’ se convirtió en un fenómeno de masas, en el autor preferido del rey –lo que le valió no pocas envidias– y en aquel 1664, cuando fue nombrado responsable de las diversiones de la corte, empezó también a recibir varapalos: su ‘Escuela de mujeres’ fue acusada de blasfemia y con ‘Tartufo’, su denuncia de la hipocresía religiosa, se completó el escándalo.

Si bien la primera versión de la obra obtuvo la protección del rey, su sátira de los fanáticos católicos provocó la ira de la iglesia. En ese momento, las acusaciones de impiedad podían enviar a un dramaturgo a la hoguera, y ‘Tartufo’ fue rápidamente prohibido. Sin embargo, Molière  era rápido y reescribió ‘Tartufo’ para sugerir que su objetivo no era la religión o los verdaderos creyentes, sino la hipocresía de aquellos que fingen virtud. Era una versión en cinco actos en lugar de tres, y fue aclamada. Es la que nos ha llegado.

La versión original, la primigenia, es la que se puede ver hasta el 24 de abril en la Comédie Française, gracias a Georges Forestier, profesor emérito en la Sorbonne Université de París, y a su colega Isabelle Grellet, especialista en Molière. Si bien la obra de 1664 no sobrevivió, han usado un método que Forestier denomina ‘genética teatral’ para recrearla, basándose en fuentes de la época. El resultado es un Tartufo centrado en el antihéroe del mismo nombre, un mendigo religioso que es recibido en una familia acomodada, por sus anfitriones, Orgon y su esposa Elmire, y que utiliza la religión y la fe de los demás para sacar beneficio en su propio interés.

Tartufo es un hipócrita de manual, divertido... excepto en la versión que ha preparado Macha Makeïeff, la directora de La Criée, la compañía del Teatro Nacional de Marsella. Su ‘Tartuffe-Théorème’ –un juego con Molière y Pasolini– llega a Baiona a mediados de abril próximo. Makeïeff ha trasladado la historia a los años 50, como si fuera una auténtica película de cine negro.

Y Tartufo es también el personaje elegido, por ejemplo, por Ernesto Caballero para la versión actualizada que está protagonizada por Pepe Viyuela y que llegará al Teatro Principal de Gasteiz el 4 de febrero.

Lo cierto es que Molière vivió grandes éxitos y rotundos fracasos y tuvo que soportar duras críticas de la sociedad de su tiempo. Le acusaron de incesto, perdió el favor real y la Iglesia prohibió bajo pena de excomunión leer sus obras.

El 10 de febrero se cumple el aniversario del estreno de su última obra, ‘El enfermo imaginario’ (1673) que él mismo protagonizaba. En pleno éxito de su carrera, satirizaba la profesión médica a través del personaje de Argan, un hipocondríaco que trata de convencer a su hija de que abandone a su verdadero amor y se case con el hijo de su médico para ahorrar en gastos en salud. En la cuarta representación Molière sufrió en escena un agravamiento de la tuberculosis que padecía y murió días después. De él ha trascendido la superstición de no vestir de amarillo en escena, ya que se cree que era el color de su vestimenta.

Molière, como todos los actores, había sido excomulgado. Para aceptar la demanda del rey de darle sepultura, los cargos eclesiásticos pidieron que se le enterrara de noche en Père Lachaise con la sencilla inscripción de ‘Jean-Baptiste Poquelin, tapicero’ (el que había sido el cargo de su padre en la Corte). Pero se cree que en realidad sus restos fueron enterrados junto a los suicidas y los neonatos.

El autor cuyas obras sirvieron para crear el teatro catalán

Molière ha sido uno de los dramaturgos más traducidos al catalán, especialmente a principios del siglo pasado, por su condición de clásico universal.

Y como apuntaba Joaquim Sala-Sanahuja, profesor de Literatura francesa y traducción en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) en un reciente acto en el Ateneu Barcelonès, con las traducciones de las obras del dramaturgo francés, a partir de los años 20, lo que se buscaba era «crear un tipo de actor que pudiera interpretar obras como las que interpreta la Comédie Française y también formar al público en catalán. Porque no teníamos clásicos en catalán. Son traducciones pensadas para la escena, porque lo que se pretendía era crear un panorama teatral tanto para el público como para el propio sector».

Traducido a todos los idiomas, en euskara Juan Martin Elexpuru publicó en 2008, en la colección Literatura Unibertsala, ‘Tartufo’ y ‘Zekena’, y de 1951 data ‘Petan mihiku’ (‘El enfermo imaginario’, del sacerdote senperetarra Paul Guilsou.