Zehar-errefuxiatuekin, acogida y protección con enfoque de derechos humanos
Tras 25 años, CEAR-Euskadi ha mudado de piel. Desde enero es Zehar-Errefuxiatuekin, con Arantza Chacón como directora. De larga trayectoria en la entidad, lamenta que la política se siga anteponiendo a los derechos humanos y alerta de la polarización de la sociedad.
Vinculada a la entidad desde 2001, Arantza Chacón afronta con ilusión y respeto estaba nueva etapa como directora de Zehar-Errefuxiatuekin. Respeto porque «nos queda mucho por hacer para que las personas refugiadas puedan sentirse acogidas», afirma a GARA en el encuentro mantenido en una de las sedes que la organización tiene en Bilbo. Junto al acompañamiento y asesoramiento a las personas que huyen de escenarios de violencia o son víctimas de violaciones de derechos humanos, «facilitar que estén en situación regular» es otro de los retos que se marcan tanto Zehar-Errefuxiatuekin como Chacón.
«Los papeles son fundamentales para poder vivir integrado en la sociedad y tener garantizados otros derechos», afirma. Pide que se hagan «estudios individualizados» de cada uno de los solicitantes de protección y «no tanto por países». Pone el ejemplo de Colombia, «uno de los países con un mayor número de personas solicitantes de protección internacional. Sin embargo, el 94% de las solicitudes son rechazadas porque se entiende que es un país en el que hay suficientes mecanismos de protección por parte del Estado. Se les deniega la protección de manera sistemática sin atender las casuísticas individuales».
Una denegación «paradójica» teniendo en cuenta que Colombia ostenta el ránking en homicidios de defensores de derechos humanos, sindicalistas y líderes sociales y donde ya han matado a más de 300 firmantes de la paz. Como parte de la Delegación de Observación de Derechos Humanos en el país latinoamericano, Zehar-Errefuxiatuekin visitó entre el 23 y 29 de enero varios departamentos colombianos y la capital, donde pudieron constatar un sustancial incremento de la violencia. «Se debe dar respuesta a esta situación y una de las herramientas que tenemos es la protección internacional, que la pueden pedir todas aquellas personas que puedan demostrar que en su país de origen están sufriendo una vulneración de derechos fundamentales ya sea por cuestiones de raza, de género, orientación sexual. Pero en vez de estudiar cada caso, se hace una lectura política de los derechos de las personas, y es ahí cuando entramos en contradicciones que cuestan la vida a las personas», asegura.
Dos exitosas experiencias de acogida
Como abogada, Chacón conoce muy bien los entuertos legales y jurídicos de la legislación en materia de protección internacional. También es testigo de las mochilas, sufrimientos y esperanzas de quienes llegan a Euskal Herria huyendo. Ha dirigido los centros de primera acogida Zuloaga Txiki, en Tolosa, y Larraña Etxea, en Oñati, este último con capacidad para entre 80 y 100 personas y que, en estos momentos, está al 100% de su capacidad. «Son una experiencia preciosa, que ponen de manifiesto la necesidad de acoger a estas personas. La calle mata; ésta nunca debe ser la respuesta. Todo aquel que llega solicitando protección internacional tiene aquí un primer lugar que les permite dormir, respirar, hacer un alto en el camino para preparar la entrevista de solicitud, un trámite muy doloroso porque tienen que revivir todas las violencias que han sufrido. Tener ese espacio les da seguridad. Desde Zehar queríamos hacer parte a la comunidad de esta primera acogida. El vecindario y las administraciones locales ofrecen mucho, pero también las personas que están residiendo en estos centros –subraya–. No es fácil, son muchas personas, cada una con una mochila y una sensibilidad diferente, pero es un reto muy bonito que demuestra que la cercanía, poner nombre y apellido a las personas es fundamental para la convivencia y dejar atrás los bulos de los que muchas veces nos dejamos empapar sin un juicio por detrás».
«El objetivo –continúa– no es solo proporcionar una primera acogida, sino que veamos que detrás de cada una de estas personas hay una historia. Es en la relación humana donde se ve que no es el color de la piel lo que nos marca. Zuloaga Txiki y Larraña Etxea han permitido generar esos vínculos. A nivel de convivencia son un ejemplo».
¿Cómo es el día a día? «Hay unas normas de convivencia necesarias para que todos podamos funcionar. Un equipo acompaña el itinerario de cada solicitante, centrándose en su historia personal y necesidades, porque cada uno somos un mundo y gestionamos de manera diferente nuestras emociones. Algunas personas necesitan más tiempo para poder enfrentarse a la historia que van a tener que relatar, otras ven con mayor naturalidad tener que compartir el comedor o espacios comunes –remarca–. Intentamos que cada quien lleve su ritmo. Ese acompañamiento es esencial. Más allá de las mochilas emocionales que puedan traer consigo, si les brindas cariño y mimo, responden de manera positiva. Y tan importante es el equipo social como que las personas convivientes en el centro acojan a la nueva persona y se pongan en su lugar», explica. «La cultura africana, por ejemplo, está muy enraizada en lo comunitario. Más allá de que puedan discutir entre sí, para las cosas importantes nunca dejan fuera a nadie. Si ven que alguien está mal o que está comiendo solo, lo arropan. Ese sentido de comunidad ha marcado el espíritu del centro de Oñati porque los primeros en ser acogidos fue un grupo muy numeroso de personas africanas», señala Chacón.
Un binomio «difícil de separar»
Cree firmemente en el potencial que tiene el Derecho para «hacer posible que los derechos humanos sean una realidad. Los derechos humanos tendrían que ser el centro de la sociedad y eso desmarcaría otros enfoques y miradas que ponen más el peso en el color de la piel, en la religión, en las creencias. Con todo lo que les queda por avanzar y con todas las lecturas que debemos seguir haciendo con una mirada crítica, los derechos humanos deberían ser el pilar de las políticas públicas que se ejecutan y de cómo se organiza la sociedad. Esta es la clave».
Cooperación y derechos humanos, un binomio «imposible de separar». «Insisto, los derechos humanos y de los pueblos deberían de estar en el centro de los debates, eso marcaría que las sociedades se construyeran de otra manera», sostiene. Se muestra optimista respecto a los avances en derechos humanos: «Cada vez se hace una apuesta mucho más clara por los derechos humanos como criterio. Pero esto hay que recordarlo a cada rato; tenemos que mantener los logros conquistados, no nos podemos relajar nunca. Una compañera siempre me decía que estamos donde estamos porque alguien ha luchado durante mucho tiempo. No hay que dar por sentados estos logros, debemos seguir luchando y peleando por ellos. Queda mucho camino por hacer; muchas veces se supeditan los intereses económicos y partidistas».
«Fuimos exilio. ¿Somos refugio?»
En octubre del año pasado, CEAR-Euskadi organizó el seminario «Fuimos exilio. ¿Somos refugio? Un viaje a través de México y Euskal Herria». ¿Se nos olvida como sociedad que fuimos exilio? «Sí. Es cierto que a nuestros mayores les cuesta contar. Lo que comentaba antes, a veces hay que volver a abrir heridas que son dolorosas y se tapan para poder avanzar y en la creencia de que así se protege a las personas que queremos. Pero, eso a veces genera una falta de concienciación. Necesitamos esa memoria para poder entender ciertos procesos, desarrollar la empatía y ponernos en el lugar del otro –incide–. Yo misma, después de esas jornadas, fui a preguntarle a mi abuela por ciertos hechos. Ella me contó alguna cosa de la que yo nunca le había oído hablar, pero lo hizo de manera puntual. Hay que entender que para ellos es algo reciente, es su vida».
Entre los muros que deben sortear a día de hoy están la externalización de las fronteras, las restricciones en cuanto a movilidad y la propia pandemia, que «ha hecho que las personas que necesitan huir de las violencias no puedan hacerlo y estén retenidas en países con un alto nivel de conflicto o en situaciones intrafamiliares o sociales de mucha violencia». Otra de las secuelas que deja la pandemia es «la polarización de la sociedad. Observamos visiones muy encontradas, mensajes muy duros contra las personas extranjeras y mucho desconocimiento sobre las causas últimas que les obligan a huir –constata–. Hablamos del deterioro ambiental o del cambio climático, pero habría que explicar cuánto desplazamiento está generando, cuán ligado está a las políticas de empresas trasnacionales y cómo se está echando a muchos pueblos de su propia tierra. Debemos de difundir y explicar todas esas conexiones. No es algo que esté pasando lejos de nosotros, en la Amazonía, sino que afecta a muchas personas que vienen de países vecinos y que no están aquí porque eligieron venir, sino porque se vieron obligadas», recuerda.
«Quizás ahora no sea el momento de mayor receptividad de la sociedad para explicar todo esto, porque estamos cansados, se ha sufrido mucho económicamente… es un momento delicado para hacer una lectura más allá; eso es una de las cosas que nos está dejando la pandemia», remarca Chacón.