Se va Casado, el aznarista que fue acorralado por la ultraderecha y los rivales internos
El saliente presidente del PP se ha despedido del Congreso en un discurso solemne y principista que choca con el liderazgo que ejerció. Entre Vox y sus amigos convertidos en enemigos, su mandato al frente de la derecha española fue perdiendo fuerza hasta el suicidio político televisado.
«Él no hace una impostura, él realmente se cree lo que dice y se hace sus discursos», comentaba una fuente del grupo parlamentario a NAIZ hace mucho tiempo sobre Pablo Casado. En su entorno era visto como un ideológico convencido y que se creía su rol de defender los valores de la España conservadora.
Su despedida este miércoles del Congreso, de los partidos y de su grupo parlamentario ha mostrado eso. Quiso elegir la escena a pesar que los poderes fácticos y su propio partido le venían pidiendo hace días que se marchase. Quiso hacerlo con la solemnidad y parsimonia que creía merecer alguien que en pleno siglo XXI una vez enfrentó al presidente del Gobierno con la frase: «Se atreve a decírmelo aquí frente a los Reyes Católicos [en alusión a las dos columnas del hemiciclo con las figuras que representan a Isabel y Fernando]».
Así era el Casado político. Un joven que comenzó sus pasos políticos en los tiempos del padre del nacionalismo español moderno, José María Aznar. Embebido de esa retórica de unidad indivisible de España y de exaltación del pasado imperial, con ribetes modernos en comunicación, este joven palentino que cumplió hace pocos días 41 años fue construyendo un liderazgo que estuvo lleno de altibajos.
Ha tenido el gesto de acudir a su última sesión de control como líder de la oposición (no se sabe aún qué hará con su escaño ni con su futuro) para escenificar su despedida. En su pregunta no ha defraudado a su credo: ha defendido como un mantra el «pacto constitucional» como instancia superadora de las viejas enemistades y ponderado el conservadurismo español y europeo.
«Entiendo la política desde la defensa desde los más nobles principios, el respeto a los adversarios y la entrega a los compañeros», ha enfatizado, para cerrar su discurso con la frase de «todo para servir a España y a la causa de la libertad». Tras escuchar la respuesta de Pedro Sánchez, se ha retirado del hemiciclo con una ovación de pie de sus diputados y sin formular repregunta.
La presidencia de Casado la sitúan muchos casi en el orden de la casualidad. En su núcleo duro estaban curiosamente Teodoro García Egea e Isabel Díaz Ayuso
Al irse, lo han acompañado solo tres de los diputados del PP, sus únicos leales hasta el final, entre ellos el vicesecretario de Comunicación, Pablo Montesinos. Luego la portavoz Cuca Gamarra, antes de preguntarle a la vicepresidenta Calviño, ha dicho en nombre del grupo expresar el «agradecimiento» al servicio que dio el presidente.
Un liderazgo de claroscuros
La presidencia de Casado en el PP muchos la sitúan casi en el orden de la casualidad. La batalla central era entre Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores Cospedal. Pero un ambicioso treintañero que había sido dirigente de Nuevas Generaciones en tiempos de Aznar y que trabajaba como vicesecretario de Comunicación del PP estatal comenzó a organizar su participación en las primarias.
En aquel momento, Casado se dedicaba a ser responsable de coordinación de un grupo de dirigentes cachorros del partido que estaban dispuestos a participar de los platós y tertulias a pesar de todos los zascas que debían aguantar de parte de políticos y periodistas progresistas. No eran tiempos fáciles para ser militante del PP, especialmente en lo que hacía al asunto de la corrupción.
Del núcleo duro de aquel momento participaron el joven diputado por Murcia Teodoro García Egea (a quien conoció en el Congreso) y la periodista madrileña Isabel Díaz Ayuso, con quien había trabado una amistad personal en los tiempos de NNGG. Así comenzó la epopeya para ser la cuña entre Santamaría y Cospedal que, inesperadamente, acabó tras las primarias del PP con el ungimiento de Casado.
La obsesión desde el primer momento era lavar la cara del partido, que venía de la sentencia de la Gürtel y de más de seis años de gobierno con recortes, subidas de impuestos y luchas intestinas. Regeneración y transparencia era el dogma, con un giro a la derecha alejándose del pragmatismo poco ideológico de Rajoy. Vale recordar que los ánimos de la derecha española estaban aún muy influenciados por la DUI del Parlament de Catalunya que había ocurrido ocho meses atrás.
Para la labor de regeneración de las estructuras del partido y la búsqueda de nuevos liderazgos (ello se vio muy plasmado en las papeletas para las generales de 2019) Casado eligió a su mano derecha, García Egea. La exportavoz Cayetana Alvarez de Toledo recuerda en su último libro, en el que relata sus meses al frente del grupo parlamentario, que el propio presidente del PP le admitió que le había entregado «todo el poder» del aparato al dirigente murciano.
Con Egea, Casado acabó desarrollando una simbiosis política de tal dimensión que lo llevó a infringir una de las máximas de todo manual de gestión de partidos: el secretario general dejó de ser un fusible reemplazable para oxigenar el liderazgo. Resistida su partida hasta el final, la salida de Egea ha acabado significando la inexorable despedida de Casado.
El estilo un poco macarra y guerrero de Egea fueron la huella de la Ejecutiva ya saliente del PP. Durante estos cuatro años sobraron las filtraciones en los medios sobre las disputas internas y las quejas para con la cúpula estatal, a la que muchas veces se la señalaba como aislada o poco receptiva de consejos. Ellos contra todos.
Su estrategia no logró oxígeno en éxitos electorales. Castilla y León salió mal y para qué mencionar la reforma laboral
Paradojas del destino, el conflicto con su amiga y gran apuesta para la renovación en Madrid, Díaz Ayuso, fue lo que acabó devorando su liderazgo, que no encontró oxígeno en éxitos electorales. La estrategia de Castilla y León salió mal, los resultados en Catalunya peor y para qué mencionar la votación de la reforma laboral.
Por la calidad de los sucesos, no sería exagerado creer que la verdad absoluta de lo ocurrido sólo lo saben Ayuso, Egea y Casado. Las reuniones las tuvieron ellos a solas y luego, en los hechos, todo ha sido filtraciones, hasta el viernes pasado. Viendo la cronología, queda a libertad del votante creer si el problema real fue la ambición de Ayuso por presidir el PP madrileño o lo que ganó fue el pánico de Génova al fenómeno ayusista en las encuestas y, ante eso, comenzar a azuzar con el pago recibido por el hermano de la presidenta.
Lo cierto es que el liderazgo de Casado ya venía golpeado no solo por sus decisiones sino también por un acoso y derribo de la ultraderecha de Vox, que hasta le obsequió una moción de censura para acorralarlo más a él que a Sánchez. El ascenso del partido de Abascal fue unos pocos meses después del de Casado (por las autonómicas andaluzas de fines de 2018). Luego la irrupción brutal en las generales y el sorpasso en Catalunya. La pinza entre Vox y Ciudadanos y más tarde la batalla dialéctica por el electorado de derechas (muy radicalizado en esta fase histórica) fueron una pesadilla para Casado.
«Él no es esto que muestra, sino una persona más moderada y centrada fuera de cámara», dijo hace poco Pablo Iglesias de Casado
Pero no faltan los que juzgan que lo hizo mal. Muy permisivo con la ultraderecha, llegando a pactos de investidura y legislativos con ellos, quiso mantener el dique en lo que hacía a coaliciones de gobierno. Ese rechazo (entre otras cosas porque eso le provocaría el rechazo de muchos de sus socios europeos del PPE) también fue un elemento que detonó su final.
También Casado lo hizo mal porque se zambulló en el argot de la derecha radical y todo el PP entró al trapo. «Él no es esto que muestra, es una persona más moderada y centrada cuando se lo escucha fuera de cámara», dijo hace poco el exvicepresidente Pablo Iglesias, que por cuestiones familiares pudo conocer mejor a Casado.
El ya casi exlíder del PP llevó la crispación verbal a límites que nunca había conocido el conservadurismo democrático, con insultos a Sánchez, abuso de descalificativos hacia el soberanismo y en temas delicados como ETA. Fue un bucle del que no supo salir y siempre pareció ir a más.
Companys y Altsasu
Con los independentistas siempre tuvo una especial animosidad. «Golpistas» o «herederos de ETA» fue algo que salió de su boca y de sus dirigentes en forma constante. Meses antes de ser ungido presidente del PP ya había demostrado su talante con Carles Puigdemont, al decir antes del referéndum del 1-O que «podía acabar como su antecesor en el cargo Lluís Companys». También se dio el gusto de agitar las aguas en el bar Koxka de Altsasu, donde se produjo el altercado entre jóvenes y dos guardias civiles. Sin pudor, grabó allí una entrevista con el cuestionadísimo y desprestigiado periodista Eduardo Inda.
Su etapa llega al final produciendo la peor crisis interna del PP en sus cuatro décadas y sin poder siquiera acabar su mandato, que concluía en julio. Un desenlace precipitado e inesperado tanto como su comienzo. Casado ya no pilota más esa convulsa, compleja y casi siempre ingrata nave llamada la derecha española.