De bienvenida, racismo: historias de vida de personas migradas
Candela Radio y SOS Racismo Bizkaia han recogido en formato podcast las historias de vida de 21 personas migrantes que viven hoy en Euskal Herria. Testimonios de la cruda realidad en este Día Internacional.
El pensamiento racista y xenófobo europeo afecta a aquellas personas que, depende de cuál sea su origen, han decidido dejar su país y empezar en otro o se han visto directamente obligadas a ello. Las migradas a Euskal Herria también tienen sus historias de discriminación, colonización, falta de derechos o precariedad, y 21 de ellas han las contado en Candela Radio, con motivo del Día Internacional contra el Racismo y la Xenofobia.
Aichetu es del Sáhara occidental, nació en los campamentos de refugiados al sureste de Argelia y ya son doce años desde que dejó el territorio ocupado. Recuerda que la historia de Sáhara es la de la colonización y el exilio forzado, primero por parte del Estado español y después por Marruecos. Trabaja ahora como mediadora intercultural.
Vivió cuatro años en un pueblo de Teruel con su familia y después Aichetu vino a Euskal Herria. «Justo enfrente de mi colegio había una comisaría y nadie nunca me dijo ‘ten cuidado’; pero yo percibía eso. Entonces, siempre que pasaba por delante de la comisaría, sin querer, llevaba el miedo dentro. Pasaba por la otra acera para no cruzarme con ningún policía», relata.
Denuncia que los migrantes no gozan de igualdad de oportunidades porque, en parte, muchos de ellos han tenido que remontar todo un trasiego migratorio para comenzar en otro lugar. Y a veces, el racismo imperante hace que ese lugar no sea seguro, ni mucho menos cómodo. Ni siquiera la Universidad: «Me acuerdo que en una tutoría del Trabajo de Fin de Grado, en la Universidad, me topé con un tutor y sus comentarios eran: ‘Pero, ¿cómo eres así si eres de un país musulmán?’ Me empezó a contar mi propia historia, parecía que él era más experto que yo misma en mi propio recorrido. Y luego me soltó: ‘No eres como las de ahí. Te expresas bien, escribes bien’ Yo pensé que el hombre no sabía que me han colonizado bien. Que han hecho un trabajo estupendo colonizándome. Se lo iba a comentar, pero no lo hice. Un hombre de 60 años, catedrático de la universidad… no iba a cambiar un ápice de su pensamiento. No me extraña, porque las tribunas de las universidades son un reflejo de la hegemonía epistemológica y académica de este universalismo blanco racista».
Sin papeles, sin derechos
«Es complicado. Si no tienes papeles no tienes derecho a trabajar. Cuando yo entré aquí, conocí personas buenas. Pero ahora están como locos porque están en la calle, porque no tienen ninguna oportunidad».
Ahmed es marroquí y lleva tres años en Bilbo y forma parte de la plataforma Regularización Ya de Bizkaia. Recuerda que los primeros tres meses estuvo en la calle. Vino buscando un futuro, pero sin familia, ni dinero, ni papeles. Que es lo mismo que no tener derechos, subraya.
Los tres siguientes meses los pasó en el albergue de Altamira. Empezó a trabajar como chatarrero y lo sigue haciendo ahora. «Porque no hay ningún otro trabajo», dice.
Intentó conseguir los papeles. Ahmed habló con el juez: «Por favor, necesito una oportunidad. Vine aquí para buscar un futuro». Le dijo que tenía que esperar. Y tuvieron que pasar tres años.
Más para el inmigrante
Regina, de Monterrey (México), es maestra. Trabajó en su país durante 16 años, pero no pudo jubilarse allí, porque como renunció a su trabajo la borraron de la lista.
Cuando llegó a Bilbo, Regina trabajó de limpiadora, vendiendo libros, vendiendo casas, en el sector de marketing, dando clases particulares, cuidando niños. Ahora es pensionista.
«Yo sufrí mucho, porque en el 78 casi no había gente extranjera. Fue difícil adaptarme. Al clima, llovía muchísimo; al sitio, porque estaba muy contaminado, no era lo que es ahora, salían las ratas como gatos. No encontraba gente mexicana, no conocía a nadie. Era el ambiente. Mis cuñados o cuñadas me preguntaban si sabía poner la lavadora y mis sobrinas que a ver por qué no llevaba trenzas», cuenta Regina.
Sufrió un aborto durante su primer embarazo. Como no tenía el servicio de residencia, tampoco constaba en la Seguridad Social. «Pues tenía que ir a médicos particulares», recuerda.
El relato de Regina, como el de todas las personas que han participado en el proyecto conjunto de Candela Radio y SOS Racismo Bizkaia, confirma que el racismo y la xenofobia atraviesan de manera estructural las vidas de las migrantes, privándolas de los derechos más básicos o condenándolas a un trato paternalista e infantiloide.
«Muchas conocidas vienen ya con un trabajo apalabrado, pero tienen muchísimos problemas para alquilar un piso. Aun teniendo un sueldo bueno. ‘No, pero eres mexicana, o boliviana, ¿cómo sabemos que tú vas a pagar?’ La vivienda está muy difícil. Para todo el mundo, pero más para el inmigrante», remarca esta mexicana que reside desde hace 44 años en Euskal Herria.
Legal para servir, ilegal para lo demás
Lillyam tuvo que tolerar muchas faltas de respeto y explotación porque el señor que la empleó le prometió que a los tres años le haría el contrato. «Lo único que esperaba era que al finalizar esos tres años pudiera volver a ser tratada como el ser humano que soy. Porque cuando nos machacan tanto hay personas que olvidan que somos seres humanos. El contrato de trabajo era para mí muy importante para sentir que en este país se me iba a respetar».
Viene de Nicaragua, lleva tres años en Euskal Herria y es contable. Aquí ha estado trabajando en labores de hogar y cuidado de niños. Supo desde un principio que sería muy difícil trabajar en su campo, en la contabilidad.
«Empecé a trabajar para un padre recién divorciado, por decirlo así, que tenía dos niños. En un plazo aproximado de nueve meses a un año se convirtió en un trabajo para cuatro niños y dos adultos, porque el que era mi empleador encontró una nueva pareja con otros dos hijos. Sí se puede decir que era el Salario Mínimo Interprofesional, pero no era el salario que me correspondía, porque mis horas de trabajo superaban las ocho horas al día. Además, no tenía los fines de semana de descanso que normalmente las personas locales tienen en sus trabajos», ha explicado.
Por fin, en noviembre del año pasado, Lillyan cumplió los tres años en su trabajo. Le pidió el contrato laboral a su empleador, quien se tomó un mes para responderle, hasta que finalmente le propuso que, a cambio del contrato, firmara un documento que decía que no había habido ninguna relación laboral entre ellos en los últimos tres años. Se negó: «Fue una explosión total, porque estas personas me atacaron verbalmente diciéndome que si no firmaba ese documento yo me iba a ir presa o que me iban a deportar a mi país. Era una intimidación total. Yo no caí en el juego porque estaba bastante informada. No firmé. Ellos, a la semana, decidieron despedirme de la manera más vil, porque tuve una hora para recoger las cosas que tenía en esa casa».
Tampoco le quisieron dar los papeles del finiquito ni del despido, alegando que era una persona «ilegal». «Yo, con mucho valor, le dije: ‘Entonces me estás diciendo que, como yo estoy ilegal en este país, tú me estás despidiendo ilegalmente. Irónicamente, me tiene trabajando en su casa y en ese momento no soy una persona ilegal porque le estoy sirviendo. Pero para despedirme sí soy una persona ilegal», cuenta la nigaragüense.
Con la ayuda de diversas asociaciones, Lillyam pudo «tomar cartas en el asunto» y ahora está exigiendo que le paguen todo lo que le deben desde el día en que la despidieron y reconozcan su relación laboral. Quizás así pueda conseguir los papeles.