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Los públicos o la nada


La cultura en vivo, la que se celebra en abierto, ya sean en salas, auditorios o plazas, necesita de la presencia de personas a las que llamamos públicos para identificarlos como esa otra parte esencial del propio acto. Cada individuo que se coloca frente a un espectáculo lo completa en su cabeza y le da sentido, lo interpreta y lo archiva en su memoria o lo olvida. ¿Por qué no se habla más de los públicos? No es retórica, la edad media de los públicos es muy elevada. Y es algo que se mantiene en el tiempo, que crece y es una mala señal.

¿Cómo se puede interesar a los jóvenes en cuestiones tan importantes como el teatro, la danza o la música? Por las experiencias existentes en otras culturas, es en la infancia donde se deben iniciar, y a ser posible teniendo en su currículum escolar asignaturas de artes escénicas, música, artes visuales y plásticas. Lo que parece más difícil es conseguir por publicidad o impacto mediático una conversión de los jóvenes digitales en aficionados a lo vivo, tangible, que se huele y que necesita el esfuerzo de desplazarse a un lugar en un horario específico.

Tratarlos como clientes o consumidores nos lleva a una situación delicada. Así que parece más que urgente volver a pensar en los públicos. En todos los públicos, especialmente los no existentes. Compartir las vivencias con los públicos. Hacer cómplices de las programaciones a los públicos.