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La morgue y el hospital de Jarkov, el pulso de la tragedia

Los civiles y militares, también rusos, muertos a consecuencia de los combates triplican la capacidad del depósito de cadáveres de la segunda ciudad más importante de Ucrania. Los sanitarios del Hospital Nº4 hablan de operaciones por heridas de guerra nunca vistas.

Cuerpos civiles y de soldados yacen amontonados en la morgue de la ciudad de Mykolaiv, junto al mar Negro. (Bulent KILIC | AFP)

Yurii Kravchenko, jefe del Departamento de Medicina Forense de la provincia de Jarkov, atiende a GARA a las puertas de una de las cuatro morgues de la segunda ciudad de Ucrania en importancia tras la capital y una de las más afectadas por los combates entre las tropas de Kiev y Moscú. En la gran puerta corredera de la entrada hay varios carteles donde se advierte de la prohibición de tomar fotografías.

Contrario a dejarnos entrar inicialmente, el primer intercambio de preguntas y respuestas se produce en la calle junto a la puerta principal por la que únicamente acceden los trabajadores y los familiares de los fallecidos. «La gran mayoría de las muertes que tenemos son naturales, de ataques al corazón, por ejemplo», indica el médico forense, para añadir posteriormente que tienen frigoríficos para una capacidad de 40 féretros y que ahora hay 150 cuerpos almacenados en el patio exterior del complejo. Hay algo que no cuadra en su explicación.

Voluntarios cargan un cadñaver en Mala Rogan, al este de Jarkov.

Sin balance oficial de muertos

Desde el inicio de la invasión rusa el pasado 24 de febrero, ambos bandos han sido muy reacios a dar balances oficiales de militares y civiles muertos, y la actitud de Yurii Kravchenko va en esta línea. «Tenemos orden del juez de solo practicar autopsias a los militares. Las estamos llevando a cabo en una carpa que tenemos en el patio del complejo. A los civiles simplemente les hacemos un documento de defunción para que los familiares puedan enterrarlos», detalla.

A medida que la conversación avanza, el médico forense comienza a desgranar algunos detalles que permiten entender la magnitud de la tragedia en Jarkov, ciudad de mayoría rusófona ubicada 490 kilómetros al este de Kiev y a tan sólo 30 de la frontera rusa, en la que solo quedan la mitad de sus 1,4 millones de habitantes. «Tenemos un problema de saturación, pero aun no estamos al nivel de Mariupol», admite el facultativo encargado de las 18 morgues de la provincia en las que trabajan 360 personas. «No hay suficientes manos, sobre todo para enterrar a la gente que no tiene familia», cuenta a pie de calle.

Un hombre camina junto a un edificio destruido por las bombas en Jarkov. (Aris MESSINI/AFP)

«Guardamos los cuerpos diez días para ver si viene algún familiar a hacerse cargo. Pasado ese tiempo, comenzamos el proceso para enterrarlos. Cuando comience el calor el tiempo de espera se reducirá a tres días», apunta Kravchenko. «De momento, las personas no reclamadas por su familia las enterramos en una tumba independiente. No como en Mariupol que se hace en fosas comunes», subraya el forense.

El responsable provincial de las morgues explica que más allá de las muertes consecuencia directa de los bombardeos y combates, muchos fallecimientos también tienen relación con la delicada situación que vive Jarkov. «El estrés, los infartos y la falta de atención primaria y medicación», están detrás de muchas muertes. «También tenemos cuerpos de soldados rusos y los tratamos según los Convenios de Ginebra. Los conservamos y los llevamos a Kiev donde son examinados y después son transportados en un camión refrigerado hasta Rusia», señala el facultativo.

Antes de zanjar la entrevista, y tras insinuar que esconden algo al negar el acceso a la prensa, Yurii Kravchenko da su brazo a torcer y nos deja acceder al patio exterior de la morgue con la condición de no tomar ninguna fotografía y que la visita no se extienda más de cinco minutos. Y tras la puerta, la muestra más fehaciente de la crueldad de la guerra en Jarkov.

Amontonados en dos largas hileras, los 150 cadáveres que mencionaba el forense –la mayoría civiles– atestiguan la virulencia de los ataques rusos sobre los barrios residenciales y dan fe de la ferocidad de los combates a las puertas de la ciudad. Pese a estar al aire libre y aunque algunos cuerpos están embolsados en sacos de plástico, los malolientes féretros esperan sobre el asfalto a que algún familiar venga a hacerse cargo. De lo contrario, serán enterrados sin nombre y sin nadie que les dé el último adiós.

Cirugías nunca vistas

«He estado presente en operaciones que nunca había visto. Son situaciones estresantes y moralmente muy duras», explica Natalia, jefa de enfermería de la Unidad de Cirugía Traumatológica del Hospital Número 4, el tercero más grande de Jarkov. «Recuerdo un paciente que llegó aquí por su propio pie después de recibir un disparo que le había entrado por el costado y le había salido por el recto. Ha sido una de las operaciones más difíciles en las que he participado. También me impresionó mucho una persona que perdió el cuero cabelludo por culpa de la metralla», detalla la sanitaria.

Natalia cuenta que durante los últimos días de febrero y primeros de marzo faltaban camas en la UCI y era frecuente practicar amputaciones de dedos y piernas. A pesar de que los bombardeos rusos continúan y los combates entre ambos ejércitos en las proximidades de Jarkov también, la despoblación de los barrios cercanos al frente y el éxodo de la mitad de los habitantes han contribuido ha disminuir la cantidad de civiles heridos. En este sentido, Natalia explica que sólo un tercio de las 900 camas de que dispone el centro médico están ocupadas.

La responsable de enfermería detalla que una red de voluntarios coordinada por la Administración ucraniana hace posible que los medicamentos lleguen a los hogares de los civiles, evitando así muchos desplazamientos «De momento, en el hospital tampoco hay carencia de medicinas», subraya.

«Los primeros días de guerra, los aviones rusos hacían vuelos rasantes cuando estábamos en medio de una operación y no sabíamos cómo reaccionar», señala la enfermera de una unidad en la que antes de la guerra había 35 trabajadores y ahora solo quedan 10. La sanitaria comenta que, aunque el hospital no es un objetivo militar, ha habido hasta cuatro bombardeos muy cercanos por la proximidad de una gran antena de telecomunicaciones. «Cuando eso ocurre, bajamos al refugio y también llevamos a los pacientes».

La jefa de enfermeras explica que trabajan en turnos de 96 horas para minimizar el peligro que suponen los desplazamientos. «Después de trabajar cuatro jornadas seguidas, tenemos dos días libres», apunta Natalia, quien como muchos otros sanitarios se ha instalado con su familia en el hospital por seguridad. En una habitación de la misma planta de la Unidad de Cirugía Traumatológica, la enfermera comparte espacio con su marido y su perra Trinity.

«Algunos compañeros han perdido sus casas por los bombardeos o porque su localidad ha quedado bajo ocupación rusa. Ante esta situación, la dirección del hospital permite que nos instalemos aquí con nuestras familias porque teme quedarse sin trabajadores», comenta la sanitaria. Es el caso de Oxana, su marido e hijo Andrei de 7 años, quienes llevan tres semanas viviendo en el centro sanitario porque su barrio es objetivo de los ataques. «Mi hijo tiene mucho miedo y aquí nos sentimos seguros. Mi marido sale para hacer frecuentes visitas a su madre y Andrei ahora comienza a querer dar algún paseo en los alrededores del hospital», explica la enfermera del equipo de Natalia..

La enfermera Oxana y su hijo Andrei, en la hacitación nº4 donde vive la familia desde hace tres semanas. (David MESEGUER)

La responsable de enfermería añade que en las dependencias hospitalarias han atendido a tres soldados rusos heridos. En este sentido, cuenta que está especialmente dolida por la reacción de algunas compañeras rusas que vivían al otro lado de la frontera y que desde el pasado 24 de febrero han dejado de ir a trabajar. «La propaganda está haciendo bastante daño en muchas relaciones familiares y de amistad. Mis compañeras no me creen cuando les explico que mi barrio está constantemente siendo atacado», concluye entristecida Natalia.