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Entrevue
Jonathan Martínez
Investigador y autor de ‘La historia oficial’

«Instaurar el pánico permite el control social y además resulta rentable»

Jonathan Martínez (Bilbo, 1982) es doctor en Comunicación, ha trabajado en el sector cinematográfico y colabora en diferentes medios como GARA, Público, EiTB o TV3. Acaba de publicar con Txalaparta ‘La historia oficial’.

Jonathan Martínez, en Donostia antes de presentar ‘La historia oficial’. (Maialen ANDRES | FOKU)

Jonathan Martínez ha prescindido de las notas a pie de página en su nuevo libro. Un extenso trabajo documental le ha permitido desligarse de relatos impuestos en episodios breves. “La historia oficial” se lee como una novela en la que los protagonistas son aquellos olvidados y relegados a los callejones oscuros de la historia, cuyos relatos entrelazados entre sí tratan de explicar fenómenos como el derrocamiento de Salvador Allende, el 11S, la Guerra del 36 o el auge y caída de Nicolás Maquiavelo. El investigador se encuentra de gira presentando su obra y recibe a GARA antes de su charla en Katakrak.

“La historia oficial” es el título de la película sobre la dictadura argentina. ¿Qué tiene que ver con su libro?
Es un título robado a la película, pero además es un título irónico sobre las historias únicas, los relatos oficiales que nos imponen, y este libro habla precisamente de todo lo contrario. De los fragmentos rotos, de las historias que no son contadas, de la gente que no tiene voz porque se la han arrebatado y de todas las personas que o están muertas o desaparecidas o simplemente no han sido escuchadas.

¿Por qué opta por reconstruir episodios colectivos mediante relatos individuales?
Durante un tiempo estuve recogiendo reflexiones y apuntes para un ensayo sobre el poder y el miedo. Pero cuando me vi en la obligación de presentar el borrador del libro, me encontré con que todo era muy aburrido. Creo que nuestra forma natural de recibir información son las historias. Es decir, podemos presentar cifras y estadísticas sobre un suceso histórico pero, detrás de todo eso, siempre hay una narrativa con algún personaje que se encuentra con algunas dificultades y las supera o no. Además, nuestra forma de contar siempre es ilógica, va saltando de un tiempo a otro; ahora te acuerdas de algo que has hecho esta mañana y después de algo que pasó hace 20 años. Quería que ese fuera el modo de natural de contar algo que normalmente se encuentra a través del ensayo.

A través de esos relatos explica capítulos de la historia reciente y no tan reciente. En todas ellas el hilo conductor es el miedo. ¿El miedo es, como dice, ese gran dictador que escribe la historia?
Sí. Creo que una reflexión sobre el poder y sobre su naturaleza nos lleva a la violencia. Todo el mundo entiende que la violencia es el último recurso del poder. Antes de llegar a la violencia, hay otros mecanismos como la amenaza de la violencia. El miedo tiene que ver con esa incertidumbre de no saber qué es lo que ocurrirá después. Cuando Maquiavelo da consejos a los gobernantes, se pregunta qué es mejor, si ser amado o ser temido. Dice que ser amado es bueno, pero que es mucho más eficaz que te teman. En nuestros días, las políticas represivas sirven para instaurar esa pedagogía del terror en la población.

¿Cualquier episodio que genere pánico colectivo genera también sumisión?
Es conocimiento de psicología de masas. En un momento de choque y desconcierto colectivo, es mucho más fácil para la clase dominante instaurar medidas que en una situación de normalidad no aceptaríamos. Ese choque puede ser una guerra, un atentado o una pandemia. Cualquier momento en el que se obligue a la gente a mantener el pie tras las filas. Y en ese momento, solo hay una historia, la historia oficial. Todas las pequeñas historias o matices que se quieran aportar son descartados y quienes las cuentan son condenados como traidores.

El culmen de esa doctrina del shock en la historia reciente ocurre tras el atentado contra las torres gemelas. ¿Cómo ha cambiado el mundo desde entonces?
Hay un paréntesis histórico que comienza con el 11S y termina con la llegada, de nuevo, de los talibanes a Kabul. Ese paréntesis de 20 años nos ha llevado a una reflexión: se nos impuso un falso dilema entre la libertad y la seguridad, de modo que fuimos capaces de renunciar a muchos derechos civiles y humanos a cambio de una falsa garantía de certidumbre. Hay una frase que dice George Bush y habla del mundo de después de la caída del muro de Berlín: «Hemos vivido 10 años sabáticos, ahora por fin tenemos un nuevo enemigo al que enfrentarnos». ¿Qué ocurre cuando los talibanes llegan a Kabul? Que ese nuevo enemigo desaparece y coincide en las fechas con la invasión rusa. Ya tenemos un nuevo enemigo construido que permite mantener a la población unida bajo una única historia.

En el Estado español también se ha vivido esa doctrina del shock mediante «políticas antiterroristas». Usted también se centra en historias muy crudas sobre la tortura.
El Estado español tiene su propia agenda represiva y su agenda del shock. Pero no por casualidad las políticas de ilegalización y la doctrina del “todo es ETA” se fortalecen después de los atentados del 11S. Había una conciencia global de que había que luchar contra el terror y cada estado identifica el terror a su manera. Tampoco es casualidad que algunos episodios de tortura que se producen en 2002 coincidan en el tiempo con la apertura de Guantánamo, ese agujero negro de los derechos humanos.

Sin desvelar parte del libro, en un episodio habla sobre William Randolph Hearts y su papel en el conflicto con el gobierno colonial español, el cual marcó un punto de inflexión en la historia de la propaganda. ¿Qué papel han jugado los medios en apuntalar la historia oficial?
La prensa amarilla nace en esa época pero a través de Randolph Hearts se descubre la capacidad performativa de la prensa. La prensa no informa solo sobre lo que ocurre sino que además crea noticias. Algo que aparece en los titulares se convierte inmediatamente después en un motivo de debate y modifica nuestra forma de pensar y actuar, y también la de los poderes públicos. Cuando se habla de cuarto poder, muchas veces lo hemos idealizado pensando que la prensa está para controlar al poderoso, cuando en realidad suele ser una pata fundamental de ese poder. Instaurar el pánico en la gente no solamente permite ejercer el control social, sino que además es muy rentable. En este caso, en el libro se explica ese maridaje entre la implementación del libre mercado y las doctrinas del terror.

Guerra, crisis, auge de la extrema derecha… En su obra habla de episodios pasados pero los escenarios se asemejan bastante a los que vivimos hoy.
En realidad, como el ser humano, las sociedades y la historia son cíclicas, y conocer algunos episodios de nuestro pasado nos dan algunas pistas de hacia dónde nos encaminamos. En estos tiempos actuales de incertidumbre, de problemas económicos, hay una posibilidad de revuelta social liberadora pero también hay una posibilidad de que ese hastío social se encamine hacia políticas autoritarias. Esa es la deriva que estamos viviendo en Europa.

Hemos hablado del miedo, pero la derrota también cobra protagonismo. Es una historia escrita por los vencidos.
Creo que hemos hecho un patriotismo de la derrota y la hemos convertido en una bandera que nos permite tener una dignidad que los vencedores nunca podrán soñar. Esta investigación me ha ayudado a entender el concepto de víctima. Durante muchos años, hemos visto en los medios cómo la palabra víctima tenía unas connotaciones exclusivas y quienes podían acceder a esa ética era una minoría exclusiva. De pronto, tenemos que darnos cuenta de que tener familiares desaparecidos, represaliados, perseguidos, asesinados por esa pedagogía del terror de la Guerra Civil nos convierte en víctimas. Pero no lo decimos para dar pena, lo decimos para tener conciencia de quiénes somos y para saber a dónde queremos llegar.

Usted también es protagonista del libro, o más bien su abuelo y su tío abuelo desaparecido en la Guerra del 36. ¿Ha sido duro destapar esa historia?
Cuando llego al capítulo del atentado contra las Torres Gemelas, me doy cuenta de que en aquellos días mi abuela se estaba muriendo. Creo que mientras el mundo se desmoronaba, también lo hacía mi infancia. Es más fácil explicar lo colectivo desde lo personal, y a partir de descubrir quién eres tú trazar círculos concéntricos a través de las personas que te han rodeado porque eso te permite obtener un mapa más claro de la memoria de nuestro país. La memoria no es una labor individual sino colectiva, pero hay que poner nombre a nuestros protagonistas. Esto ha sido un intento de poner nombre a quienes nunca lo tuvieron.

Cuenta que desde los 19 años quería ser escritor, pero en su libro incide en el miedo a escribir. ¿Lo ha superado?
No [ríe]. Se habla del miedo ante la página en blanco, pero lo que hay siempre es un miedo ante la mente en blanco. Para mí es muy importante la conciencia de la muerte. La vida se acaba y querer hacer algo antes de que termine es lo que nos permite expresarnos. Por eso hay una tensión entre lo que amamos y lo que tememos. En la escritura, en el arte, en la música y en la poesía es donde se encuentran esos dos polos. Pero el miedo a escribir nunca se supera.