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La Cumbre y Ezkaba, de símbolos de crueldad a espacios de memoria y dignidad

El fuerte de Ezkaba, en Iruñerria, y el palacio de La Cumbre, en Donostia, pasarán a ser considerados espacios para la memoria en virtud del acuerdo alcanzado por EH Bildu con el Gobierno español que permitirá aprobar la Ley de Memoria Democrática. 

Homenaje anual a los presos fallecidos en la fuga de Ezkaba. (Iñigo URIZ | FOKU)

La Cumbre, símbolo de la crueldad y el cinismo del Estado español

Cuando en 2003 el Gabinete de José María Aznar abrió el camino para declarar bien de interés cultural la Villa Cumbre de Donostia, en el extenso expediente que acompañaba a la propuesta de la Subdelegación del Gobierno español no se hacía ninguna mención a las brutales torturas que en ese mismo inmueble se infligieron a Joxean Lasa y Joxi Zabala justo veinte años antes.

Secuestrados por guardias civiles a las órdenes del ya finado Enrique Rodríguez Galindo, los dos jóvenes fueron trasladados a la que era residencia oficial del Gobernador civil de Gipuzkoa, en aquellas fechas Julen Elgorriaga, donde fueron machacados durante varios días hasta que sus captores, los uniformados y los encorbatados, decidieron trasladarlos a la localidad alicantina de Busot. Allí fueron tiroteados y arrojados a una fosa, donde tardarían casi dos años en ser hallados y diez más en ser identificados. Ya era 1995.

La cal viva en la que fueron enterrados Joxi y Joxean pretendía borrar la huella de aquel crimen de Estado, igual que la ausencia de cualquier referencia al mismo dos décadas después, en el informe de la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales, buscaba borrar su memoria. ¿Cómo casar belleza y tortura?

Sin embargo, no es este un pueblo que olvide, y aunque sus dueños se han cuidado muy mucho de abrir la más mínima rendija al recuerdo, como muestra la prohibición en 2014 de rodar varias escenas del film “Lasa y Zabala” en su interior, la sola mención de La Cumbre todavía causa estremecimiento en Euskal Herria. Tan profunda es la herida.

Una movilización de víctimas de la violencia del Estado ante el Palacio de La Cumbre, donde fueron torturados Lasa y Zabala. (Imanol OTEGI/FOKU)

Morada de ministros franquistas –el propio dictador se hospedaba en el Palacio de Aiete, a pocos metros, en sus visitas estivales–, y del ahora emérito Juan Carlos de Borbón la víspera de que parlamentarios de HB le cantaran el “Eusko Gudariak” en Gernika, La Cumbre también se utilizó para reuniones preparatorias y como residencia de ministros y altas personalidades durante la primera presidencia española de la Unión Europea, en la que Donostia acogió Consejos de Ministros de Industria y Justicia. Era 1989 y todavía estaba reciente el martirio que habían padecido los refugiados tolosarras en ese mismo lugar. Imposible mayor cinismo.

Ese edificio con nombre de cima y alma de catacumba lleva un siglo siendo una pica española en suelo vasco, un «bien de interés cultural» que paradójicamente representa la incorregible ausencia de cultura democrática del Estado español, que simboliza su crueldad, sadismo y desfachatez.

La cesión de su titularidad al Ayuntamiento, además de atender a las demandas de los vecinos de Aiete, es un primer paso para revertir su negra historia y para ponerle nuevos cimientos, si no al edificio, sí a la sufrida tierra que lo acoge.

Ezkaba, el terrible penal de la mayor fuga de Europa

Construido con unos fines militares defensivos para los que nunca llegó a ser empleado, el fuerte de Ezkaba es recordado por su condición de penal dantesco en tiempos de la guerra del 36 y por haber sido escenario de la mayor fuga de Europa.

La cumbre del monte que con su cercana presencia domina Iruñea ha albergado diferentes inmuebles a lo largo de su historia, como una ermita y una basílica dedicados a San Cristóbal, y un castillo en el siglo XIII. Pero la estructura más imponente levantada en el lugar es el fuerte edificado tras finalizar la Segunda Guerra Carlista.

Cuarenta años de obras Su construcción se prolongó durante más de 40 años, entre 1878 y 1919, y supuso dinamitar la parte superior del monte para edificar una estructura de tres pisos en el interior de la montaña. A pesar de su finalidad netamente militar, diez años después se convirtió en penal, lo que obligó a construir dependencias carcelarias y las de la guardia.

Tras la sublevación militar de julio de 1936, en sus instalaciones se llegaron a hacinar en condiciones dantescas cerca de 2.500 presos políticos. El 22 de mayo de 1938, 800 de esos reclusos protagonizaron la mayor fuga de Europa al escapar del fuerte después de que un reducido grupo de presos se hiciera con el control de la instalación.

Enteradas de lo sucedido, las autoridades franquistas organizaron una auténtica caza del hombre, de tal manera que más de 200 fugados fueron abatidos. De todos los escapados, tres consiguieron cruzar la muga.

Con el final de la Segunda Guerra Mundial, el fuerte fue cerrado como penal y pasó a ser depósito de municiones, hasta que fue abandonado por el Ejército español en 1987.