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Entrevue
Manon Aubry
Eurodiputada de La France Insoumise y copresidenta del GUE/NGL

«La izquierda debe atender a los retos cotidianos de la gente»

Nacida en diciembre de 1989 en Fréjus (Var), Aubry representa a una nueva generación nacida tras la caída del muro de Berlín. Aporta su visión sobre la realidad de la alianza electoral de la izquierda francesa, la construcción de un nuevo orden político europeo y las ambiciones de progreso.

Manon Aubry, eurodiputada de La France Insoumise y copresidenta del GUE/NGL. (Iñigo URIZ | FOKU)

Ha participado en las jornadas organizadas en Iruñea por el grupo de La Izquierda Europea que copreside e hizo un paréntesis en su ajetreada agenda para atender a GARA. Rápida de mente y de oratoria, punzante en el pensamiento, no esquivó ningún tema. Aporta frescura y horizonte en debates que siguen dividiendo a la izquierda europea.

Antes de las legislativas muchos auguraban un escenario a la italiana para la izquierda francesa. ¿Qué ha pasado para que no solo desaparezca sino que irrumpa con esa fuerza?

Es una buena noticia. Hay una izquierda viva, fuerte, orgullosa de sus valores. Apostamos por hacer campaña con propuestas muy claras que respondieran a las preocupaciones inmediatas de la gente. Por ejemplo, bloquear el precio de los productos de primera necesidad, de la energía, la pasta o el arroz; aumentar el salario mínimo a 1.500 euros netos; cuestiones ecológicas muy concretas como la renovación térmica de las viviendas... También ha sido por nuestra fuerte implantación en los barrios populares y entre los jóvenes, donde hemos obtenido más del 50% del voto. La izquierda no puede existir si no se asienta sobre una amplia base popular, y eso es lo que hemos reconstituido. Convenciendo además a las clases medias de las ciudades, haciendo la síntesis, como decimos en Francia, entre «les prolos et les bobos» (proletarios y burgueses bohemios) con un programa de transformación social que no se diluye. Otro hecho histórico es que el Partido Socialista que gobernaba hace cinco años sacó un 1,7% de los votos en las presidenciales y La France Insoumise a la que pertenezco, que nació entonces, un 22%. Eso habla de un deseo de renovación que se expresó en el país.

También hay algo que rima en la historia, que condensa memoria: el Frente Popular antifascista de los años 30.

El paralelismo es justo. Como anécdota te diré que cerramos el acuerdo para constituir la NUPES (Nouvelle Union Populaire Écologique et Sociale) en la misma fecha que se creó el Frente Popular. La fuerza del Frente Popular y la NUPES se asienta sobre los movimientos sociales, en su día sobre los sindicatos, que eran muy fuertes; hoy lo son menos pero existe un movimiento asociativo, del que vengo, muy interesante. El segundo paralelismo es el riesgo del fascismo. Era así en los los años 30 y es así hoy. Hemos visto la reacción del espacio de Macron y de la derecha, que casi como en los 30, en los que se decía «mejor Hitler que el Frente Popular», repiten el esquema. Estamos siendo satanizados. Ayer [por el miércoles] se eligieron las vicepresidencias de la Asamblea Nacional y La République En Marche de Macron acordó con la derecha de Les Républicains y la extrema derecha dos vicepresidencias para el Rassemblement National de Le Pen. Eso nunca había pasado en nuestra historia.

NUPES no pasó a la segunda vuelta de las presidenciales por 80.000 votos. ¿No hizo de la necesidad virtud?

Es un acuerdo político en el sentido noble del término. Es durable y fuerte porque se basa en contenido político, en un programa de 660 propuestas. He participado en las negociaciones del acuerdo, duraron trece días y trece noches, no fue fácil, pero sí una gran ocasión de clarificar. Que el Partido Socialista acepte la jubilación a los 60 años, el aumento del salario mínimo, derogar leyes del trabajo impulsadas por François Hollande y que ponga en cuestión ciertas reglas y directivas europeas es algo extraordinario. Si hay sinceridad y voluntad, se puede; fuimos capaces de hacerlo entre cuatro tradiciones (LFI, socialistas, comunistas y ecologistas) sobre las bases de un programa común de ruptura.

El mapa político en el Estado francés aparece fragmentado en tres bloques, pero el sistema político de la V República se ideó para el bipartidismo.

En realidad hay cuatro bloques, no hay que obviar al bloque de la abstención, que es el mayoritario. ¿La política va a estructurarse en los bloques de Macron, Le Pen y Melenchon? No tengo la bola de cristal. Si esa fragmentación dura, será incompatible con las instituciones de la V República que fueron diseñadas para organizar la vida política entre dos bloques, mayoría y oposición. La situación es inaudita. Es la primera vez que un presidente pierde las legislativas justo después de su elección y no tiene mayoría absoluta. Nadie sabe cómo va a gobernar Macron. Nuestro país no conoce el escrutinio proporcional, la pluralidad de ideas, da todo el poder al presidente y a su gobierno. Tendremos que aprender un parlamentarismo que no ha existido y viene bien porque reivindicamos un cambio institucional hacia un régimen parlamentario, hacia una vida democrática más representativa de lo que piensa la gente. Sobre los votantes de la extrema derecha, hay una parte que son fachas, revisionistas y racistas, pero no todos. También están los «fâchés pas fachos» (indignados no fachas) de las clases populares. Nuestro reto es demostrarles que Rassemblement National no es la solución, que es una forma de traición social. Que tengan tantos diputados va a ayudar a ilustrarlo. Por ejemplo, tras la decisión del Tribunal Supremo de EEUU con el aborto se ha abierto un debate sobre la necesidad de proteger ese derecho, y diputados de Le Pen han dicho que es un genocidio. Esa es la realidad de lo que son.

¿Cómo ve la cuestión de la autonomía estratégica de Europa y una hipotética arquitectura de seguridad sobre el eje París-Berlín-Moscú?

Para la izquierda es prioritario responder a los desafíos cotidianos. No cuestionar tanto con quién vamos a estar alineados sino cómo llegar a final de mes. Nos equivocamos cuando creemos que las cuestiones internacionales estructuran el pensamiento político propio. Formo parte de una generación nacida tras la caída del muro de Berlín, que ha madurado con los desafíos ecológicos y sociales más que con otros temas. Yo la Guerra Fría la aprendí en los libros de historia. En ese contexto, creo que la nueva generación de la izquierda debe salir de ese bucle, de elegir un bloque u otro. EEUU, Rusia o China, no hay que elegir a ninguno. Claro que hay que construir autonomía y considerarles como interlocutores. Claro que hay que denunciar la guerra de Putin, pero si al final queremos terminarla hay que sentarse en la mesa con él. Pero no creo que Rusia deba convertirse en un socio privilegiado.

¿Cuáles son las prioridades de la izquierda europea? Para los cínicos, ir de derrota en derrota hasta la victoria final...

Que jamás nadie evite, que nunca seamos inhibidos de nuestra ambición ecológica y social. Hay que darse la posibilidad de desobedecer ciertas reglas europeas si están en contradicción con el proyecto sobre el que hemos sido elegidos. Por ejemplo, debemos invertir masivamente en energías renovables si queremos ser independientes y sobrepasamos el 3% del déficit. Esa regla debe ser cuestionada de raíz; es más, nadie la respeta. Queremos comedores escolares que se aprovisionen con productos de proximidad, pero está prohibido por la regla europea de la libre concurrencia. Hay que salir de un modelo de libre cambio para ir hacia otro proteccionista. Esta semana la UE firmará un acuerdo de libre comercio con Nueva Zelanda, el mayor productor y exportador de leche del mundo. Qué sentido tiene traer leche desde la otra punta del planeta cuando nuestros productores no pueden dar salida a su stock y no llegan a vivir de su producción. Ninguno. Ese tipo de prioridades deben articular la identidad de la izquierda europea.

Para la izquierda son tiempos de incertidumbre, pero no hay margen para el fatalismo.

Para mí el gran desafío de la izquierda, aún en el año 2022, es combatir el famoso TINA (There Is No Alternative); es una batalla cultural, demostrar que se puede de otra forma, sin dar regalos fiscales a los más ricos, que es posible redistribuir la riqueza y que la economía funcionará mejor... Ese el reto que nos espera. En Francia hemos demostrado que partiendo de la voluntad de la gente y de los movimientos sociales se puede construir fuerza. Aún no hemos ganado, pero no estamos tan lejos. La vía está abierta, hemos generado esperanza, tenemos que estar a la altura de esas expectativas. Soy optimista de la razón, que diría Gramsci. Es eso o ir directos contra el muro. No tenemos otra opción que luchar.