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La Navarrería, esencia de Iruñea a la sombra de la fuente que fue un árbol

Enclavada en el corazón de Alde Zaharra de Iruñea, la Navarrería combina la esencia de casa con la foránea a la sombra de la fuente que fue un árbol, en un enclave donde afilar el colmillo y engrasar el gaznate es un auténtico placer, especialmente en sanfermines.

Comida y bebida para todos y todas a la sombra de la fuente de la Navarrería. (Iñigo URIZ/FOKU)

La Navarrería encarna a la perfección la doble alma de Iruñea, la más rancia e impregnada por el olor a incienso frente a la más progresista y con efluvios a cigarrito de la risa.

Como si fuera un enorme cuadrilátero, en un extremo surge la catedral con su complejo y el Arzobispado como bastión de la inquebrantable fe católica, otorgando billetes directos al cielo. Y en el otro rincón de tan particular ring, se levanta un generoso puñado de templos del buen comer y mejor beber en el que se concentra la gente que aspira a terminar en el infierno, porque allí está la peña más divertida.

En el centro y como quien ejerce de árbitro, surge la fuente de la Navarrería, icono de la zona a pesar de que ya no resulta imprescindible para abastecer de agua a los vecinos como antaño. En ese mismo lugar, hace siglos aparecía un frondoso olmo, el zugarrondo en euskara que durante tanto tiempo dio nombre a la plaza.

La estructura de piedra que sustituyó al desaparecido árbol se hizo mundialmente famosa al convertirse en particular reclamo de los sanfermines por ser utilizada por algunos foráneos como improvisado trampolín desde el que lanzarse al vacío para poner a prueba su temple y la resistencia de los brazos de los receptores.

La moda parece haber decaído, o al menos ya no es tan masiva como hace un tiempo, así que la fuente sigue siendo ese lugar en el que apoyar un pote o un plato lleno de fritos al que se aproxima la chavalería como una bandada de hambrientas palomas.

Como si fuera una especie de faro, a su alrededor se arremolinan los parroquianos de los cercanos lugares de culto de las bebidas espirituosa, donde las estanterías aparecen repletas de variados licores listos para pasar revista, como cristalinos soldados que esperan firmes el momento de entrar en batalla vaciándose en los vasos de los clientes.

Variada flora y fauna sanferminera en Navarrería. (Idoia ZABALETA/FOKU)



Pero no solo de bebida vive el ser humano y la oferta gastronómica también es de lo más rica, con renombrados fritos y platillos exclusivos del lugar, y que llegan a generar visitas concretas para paladear esa delicia en concreto.

Y para completar el cuadro, no pueden faltar ritmos de todo tipo que llegan a hacer que se arranque hasta el personal más veterano, que reverdece laureles mientras se esfuerza en no derramar el líquido del vaso.

Todos estos ingredientes, con la guinda de los sanfermines, es lo que ofrece la Navarrería, que en su papel de depositaria de las esencias festivas, celebra por todo lo alto San Fermín Txiki, llevando a setiembre un trocito de las fiesta grandes. Pero luego llega el Carnaval, el Día de Alde Zaharra, la Korrika y otros eventos que son la excusa perfecta para pasar un buen rato en el triángulo de piedra que dibuja la plaza.

Entre el batiburrillo de gente que se aglomera en el lugar, se mezcla el personal foráneo que se acerca a la zona para conocer sus entresijos y que recuerda a los visitantes que desde hace siglos pasaban por la zona siguiendo la ruta de la llamada Rúa de los Peregrinos, es decir, la actual calle del Carmen.

Es muy posible que por esa particular gatera se hayan colado los aires que refrescan una ciudad que en la mayor parte del año huele a cerrado, a pesar de que durante nueve días parece vivir en una bacanal sin fin. Los sanfermines no dejan de ser un maravilloso espejismo de la Iruñea más real, pero, a lo largo del año, si algún lugar se asemeja a la ciudad que llega a ser en julio, ese oasis es la Navarrería.

El personal foráneo también disfruta de este particular txoko. (Idoia ZABALETA/FOKU)