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Economía de guerra

La preocupación por la economía crece y los gobiernos están empezando a tomar medidas extraordinarias que no se corresponden con el discurso de la recesión. Las nuevas disposiciones están encaminadas a hacer frente a una situación de economía de guerra

Planta térmica de carbón en Alemania (Ina FASSBENDER | AFP)

Una vez finalizados los fastos de la cumbre de la OTAN en Madrid, todos los dirigentes europeos se ha volcado con la economía. Da la impresión de que una vez cerrado el frente de la guerra en el que se han puesto las bases para la remilitarización de Europa y para  mantener una confrontación a largo plazo con Rusia, toca centrarse en la gestión del desastre económico que han organizado, especialmente con una política de sanciones carente de sentido y de lógica.

El Elíseo fue el primero en filtrar la ley de poder adquisitivo que está elaborando y que será presentada al Consejo de Ministros en los próximos días. Esa norma incluye, entre otras cuestiones un apartado dedicado a la «soberanía energética» que otorga al Estado poderes sin precedentes para explotar las infraestructuras gasísticas francesas en caso de crisis de suministro.

La versión provisional del texto del proyecto de ley prevé la requisición de las centrales de gas, el llenado forzoso de las instalaciones de almacenamiento –en caso de no poder respetarse, los operadores de almacenamiento deberán constituir ellos mismos las existencias necesarias–, excepciones para acelerar la instalación de una terminal de importación de GNL en Le Havre y el reinicio de la central de carbón de Saint-Avold que fue cerrada de forma definitiva en marzo pero que espera volver a estar operativa a partir del 1 de octubre.

Planes similares ya han sido anticipados por países como Alemania y Austria. Además, Polonia, Italia, Holanda y Grecia se encuentran entre los primeros Estados europeos en tomar medidas para apoyar la electricidad producida con carbón. Sin embargo, algunos expertos ya han advertido de que el plan de apertura de las centrales podría verse amenazado, precisamente, por la escasez de carbón. A partir del día 10 de agosto no se podrá importar este combustible fósil de Rusia, que representa un 46% del consumo total de la UE, frente al 40% que supone el gas y el 27% del petróleo, según los datos de la propia Unión Europea. Otro ejemplo de la brillantez de los dirigentes europeos.

En este contexto, también se ha vuelto habituales las instrucciones para el ahorro de energía como las que ha hecho públicas el ministerio de Economía de Alemania, entre las que destacan «Duchas más cortas», «agua fría de vez en cuando», «sombra en lugar de aire acondicionado» y «el horno apagado antes de terminar la cocción para aprovechar el calor residual», etc.

Cambio en el discurso El texto de la nueva ley francesa justificaba esa excepcionalidad porque la falta de energía colocaría al país en una situación de «economía de guerra». Un concepto que describe perfectamente la situación creada por la decisión de la Unión Europea de involucrarse en una guerra no convencional contra Rusia, en vez de apostar por la desescalada y la diplomacia.

Pero el término ha debido de parecer demasiado duro porque a pesar de las decisiones que se están preparando, el discurso oficial ha tomado otro camino. Ahora la posibilidad de una recesión en otoño se ha convertido en la principal preocupación. Los portavoces oficiales la achacan a los altos costes de la energía. Seguramente, algo influirá también la intención del BCE de subir los tipos de interés para contener los precios, algo que, por otra parte, saben inútil.

Con este giro tratan de quitar hierro al porvenir al ser la recesión una consecuencia más o menos habitual del ciclo económico. Sin embargo, la clave de la actual coyuntura económica es precisamente esa situación de economía de guerra que recogía la justificación de norma francesa.

Economía de guerra La primera consecuencia que una guerra provoca suele ser la escasez de mercancías. En el caso europeo son productos energéticos, principalmente a causa de las sanciones impuestas a Rusia, pero también se pueden deber a la pérdida de suministro a causa de las acciones bélicas; o incluso a accidentes o averías por la presión suplementaria que se carga sobre los equipos para que produzcan más. Sea cual sea la causa, la escasez obliga primero a tomar medidas de ahorro y, en función de como evolucione la situación, los Estados pueden tomar otras medidas administrativas como las que ya están preparando para asegurar el suministro de los sectores que se consideran claves. El intervencionismo suele sustituir al mercado.

El reverso de la escasez suele ser el incremento de los precios que, a partir de ciertas cotas, suele provocar el control directo de los mismos por parte del Gobierno. Algo para lo que también se está preparando la Unión Europea que ya se ha dado cuenta de que en situaciones de tensión el mercado no hace sino exacerbar las tensiones.

Pero la economía de guerra tiene otros efectos que van más allá de los precios y el abastecimiento de productos esenciales. Las decisiones política del Gobierno suelen determinar hacia dónde dirigir los recursos del país, cuáles son las prioridades. Este impulso suele provocar que los intentos por cubrir ese déficit inicial conlleve escasez en otros sectores. Así, por ejemplo, la falta diésel para el ejercito puede llevar a que agricultores o camioneros se queden sin diésel para sus vehículos, lo que a su vez provocará que pueda disminuir la producción agrícola o que se retrasen las entregas de mercancías, etc. Las consecuencias suelen ser bastante difíciles de prever en toda su extensión, pero sin duda afectarán de forma significativa a toda la economía, modificando su fisonomía. Se dice que la guerra provoca una economía movilizada que se caracteriza por la escasez: el esfuerzo de tapar un hueco suele provoca nuevos déficits estresando a la economía en un movimiento que no termina nunca. Algo que limitadamente ya se ha experimentado durante la pandemia.

Cambio en la estrategia empresarial Si la escasez que genera una economía de guerra se prolonga en el tiempo, muchas empresas se verán obligadas a modificar sus estrategias productivas. Optarán por interiorizar procesos para intentar depender lo menos posible de suministros exteriores, siempre más vulnerables. Intentar hacer todo porque aunque sean menos eficientes, son más flexibles y se aseguran un suministro continuo de los componentes clave. En una economía en la que la especialización y la deslocalización han sido las principales estrategias, un cambio de estas características puede suponer un fuerte golpe. En todo caso, el cambio dependerá de la dependencia, de la duración del conflicto y de cada industria en particular.

No está claro si en otoño la economía europea entrará en recesión, pero de lo que no hay duda es que el impacto de la guerra será muy significativo. La escasez y los altos precios obligarán a tomar medidas administrativas, lo que pondrá todavía más en cuestión el modelo de libre mercado que la UE ha impulsado.
En este tipo de coyunturas son las clases populares las que más sufren la carestía de la vida y la escasez. No obstante, con el paso del tiempo todo el tejido productivo se resentirá. Hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre: nos han metido en una guerra y la situación económica reflejará será cada vez más esa guerra.