Queda historia bajo los pies y enormes ganas por descubrirla
Praielaitz, Zaldua o las termas de Arkaia son algunos de los yacimientos más fructíferos de Euskal Herria y que, por lógica, más trabajos requerirán en los próximos años. Pero no los únicos. No todo está descubierto. Todavía hay quien sigue pistas en busca de nuevos hallazgos.
Hay que correr para no quedarse sin plaza para excavar en los campamentos de verano de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Hay más ganas que plazas y financiación. El verano es la época donde cientos de personas aprovechan sus vacaciones para trabajar en distintos emplazamientos arqueológicos que requieren de muchas manos pues se sabe que resta mucha historia por desenterrar. Los periodistas, de habitual y con buen criterio, suelen centrarse en estas excavaciones. Pero no toda la arqueología se hace así y no todo está descubierto. Todavía hay quien busca filones nuevos.
Andion Arteaga y Mikel Arlegi siguen la pista de unos neandertales que aparentemente habitaron la cueva de Abauntz, en Ultzama. Investigaciones de los años 90 encontraron en aquel lugar restos de industria lítica musteriense. Es decir, herramientas de piedra que por el tipo de mineral y las técnicas con las que fueron trabajadas apuntan hacia los últimos neandertales de Euskal Herria.
Arteaga responde a las preguntas de GARA desde Atapuerca, donde trabaja para su tesis doctoral en el yacimiento de la Gran Dolina tras acabársele la última beca. Tanto para ella como para Arlegi, el de Abauntz es su primer proyecto propio, la primera excavación que dirigirán. Planean acometerla en octubre y esto no es lo habitual. «Normalmente se excava más en los veranos, por eso es más fácil que nos presten materiales si lo retrasamos un poco», confiesa Andion.
«Se excava más en los veranos, por eso es más fácil que nos presten materiales si lo retrasamos un poco», confiesa Andion.
La suya no será, con todo, una tarea pequeña. Confían en reunir a 12 o 14 especialistas para la excavación, que probablemente provengan de distintos países. Tampoco investigarán en un lugar cualquiera. Esta cueva es famosa por las piedras grabadas con animales y, sobre todo, por el mapa de Abauntz, que pugna por ser uno de los más antiguos de Europa. Se trata de una de esas piedras grabadas en la que, en lugar de animales, parece dibujada a vista de pájaro la zona circundante, indicándose ríos y accesos a algunas zonas.
Arlegi y Arteaga no regresan 30 años después a la cueva a ver si pasaron algo por alto los anteriores equipos de investigación. Su plan es viajar en el tiempo, cosa que los arqueólogos logran excavando. La cultura magdaleniense, cuando se grabó el mapa, abarca entre el 15.000 y el 8.000 a. de C. El proyecto por el cual han obtenido el permiso será para explorar el estrato del musteriense, que se ubica entre el año 125.000 y el 40.000 a. de C.
«La mayoría de yacimientos de este tipo que hay en Nafarroa están en superficie, por lo que resulta muy difícil poder contextualizarlos. El hecho de que se encuentre en posición estratigráfica dentro de una cueva significa que podemos hacer reconstrucciones paleoambientales, etc. y comprender cómo vivían, se organizaban…», explica Arlegi.
El tesoro que ansían son huesos. La aparición de huesos humanos permitiría vincular esas piedras trabajadas, esa industria lítica, con aquellas personas que las crearon. De tal forma, confirmarían sin género de dudas que en Abauntz estuvieron algunos de esos últimos neandertales y no humanos que aprendieron sus técnicas.
Los huesos se conservan mejor en cuevas que a la intemperie. En el estrato musteriense han aparecido algunos de oso. No se ha determinado si pardo o cavernario. Tampoco está claro quién habitó primero Abauntz, si los osos o los humanos.
La vida en el mesolítico
Mikel Beorlegi sí trabajará en superficie. Ha sido rascar apenas siete centímetros de tierra apartando chapas de cervezas y cocacolas para plantarse en pleno mesolítico, hace unos 4.000 o 5.000 años, según sus cálculos (la acidez del terreno le está complicando las pruebas de datación). Se trata de un profesor de Historia del Arte recién jubilado que, durante la pandemia, se dedicó a rastrear Araba en busca de estructuras de la Edad de Piedra. Dio con unas cuantas bastante deterioradas, removidas, hasta que por «suerte» –dice él– llegó a la Fuente de la Leze.
«Dimos con los restos de la cabaña el año pasado. Los hallazgos parecen mesolíticos», advierte el profesor que nunca dejó de lado su pasión por la arqueología. En ese lugar se adivinan muros de barro y han aparecido nueve calces de los postes que sostenían el tejado.
Así, lo que se intuye y la excavación está confirmando hallazgo tras hallazgo hasta la fecha, es que allí vivía gente que desconocía aún las técnicas de alear los metales y se manejaba con sílex piedras afiladas. Las paredes de aquel hogar serían de adobe y el tejado iría cubierto por ramajes y hojas, sujetos a los postes. ¿La forma? Pongamos, por ahora, que oval o redondeada. Al final de la campaña se sabrá mejor.
Lo que ya ha aflorado en la superficie es media circunferencia de muros y calces de un diámetro considerable, casi seis metros.
Lo que ya ha aflorado en la superficie es media circunferencia de muros y calces de un diámetro considerable, casi seis metros. Hay que seguir adelante para ver si el círculo se cierra de forma regular o se estira para hacer el habitáculo aún mayor.
Además de perimetrar la cabaña y su magnitud (que ya da para que vivan allí varias personas, aunque probablemente no todo el año), la ambición del equipo de arqueólogos es encontrar elementos que ayuden a entender cómo vivía aquella gente. Dar con sus herramientas, su cerámica y, con algo de suerte, confirmar si tenían algún tipo de ganado con el que subsistir. Beorlegi así lo cree.
Todo, hasta lo aparentemente nimio, tiene su valor. Una zona con la tierra más apelmazada apunta hacia el uso de esteras para hacer más cómodo el suelo, o indica que la zona estuvo más transitada. Restos de hollín ayudarán a entender la distribución, la cerámica servirá para determinar la potencia calorífica de los hornos y los restos de polen pueden dar pistas de la cubierta o sobre si, en aquella época, la vegetación era diferente.
«Este es un lugar hermosísimo. Ahora se usa como merendero. Aquí se grabaron algunas escenas de la película “Irati”. Tiene muy cerca el agua. Es probable que en aquella época también fuera un sitio estupendo y que por eso lo eligieran», sugiere el arqueólogo.
Tras la pista de campamentos romanos
Paseando por el raso de Lezaun, Antxoka Martínez, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, dio con lo que para un ojo menos curtido parecerían clavos rotos. Él supo reconocerlos como clavos que usaban los soldados romanos para reforzar las suelas de sus sandalias. La arqueología militar romana es su especialidad. Esas tachuelas son una de las mejores pistas para perseguir a los ejércitos de roma.
No es extraño, explica Martínez, que los soldados romanos cruzaran la sierra de Urbasa cresteándola por el raso en lugar de seguir el curso de ríos o rutas más cómodas. «El camino más seguro va por los altos. Es mucho más difícil que te sorprendan, porque ves a mucha distancia y las posibilidades de una emboscada se reducen. Sabemos que la columna prinicipal del Ejército romano en Cantabria cruzó por todas la cimas», comenta.
No es extraño, explica Martínez, que los soldados romanos cruzaran la sierra de Urbasa cresteándola.
A través de la ortofoto, Martínez ha dado con un espacio cerca de allí con forma rectangular, imperceptible a simple vista y que encaja con un campamento romano de campaña. «Lo que voy a hacer es confirmarlo. En los campamentos de campaña no se encuentra gran cosa, porque viajan con poco equipaje, pero existe una metodología concreta y si allá acamparon, lo sabré», afirma. En ese caso, avisará al servicio de Patrimonio para su catalogación y, en consecuencia, para preservarlo de futuras obras o expoliadores.
Su compañero Mattin Aiestaran, por su parte, ha bajado del poblado vascón de Irulegi hasta otro de esos rectángulos que aparentaba ser un campamento romano jamás excavado. Ha tenido éxito a medias. Dio con unas defensas con sillares que confirman que es uno de aquellos campamentos y que, además, fue uno de envergadura. Pero la evidencia que ansiaba, algo que permitiera relacionarlo con el incendio que arrasó al poblado de Irulegi, sigue sin aparecer. Ha habido mucho saqueador en Aranguren.
Un vínculo entre ese campamento y el incendio de Irulegi podría ayudar a saber si ardió en la guerra entre los optimates de Sila (y Pompeyo) y los populares de Mario (y Sertorio), como a priori se ve más probable. O bien si fue asaltado en la guerra posterior entre Pompeyo y César, que es la hipótesis menos probable.
Los vascones de Irulegi debieron ir con unos o con otros (bajo dominación romana aquellas guerras fueron un ‘o conmigo o contra mí’). No se ha aclarado el bando por el que optaron. La diferencia entre una y otra guerra es de 20 años. Y 20 años, según se mire, son un parpadeo. O, al menos, eso parece si se tiene en cuenta que, de principio a fin de este reportaje, de neandertales a romanos, han pasado como mínimo 40.000 años.