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Retardar medidas, una mala idea para el planeta y para el soberanismo

La consejera Arantxa Tapia, el día en que se adoptó el plan de la CAV, rápidamente superado por el estatal. (IREKIA)

Es terrible ver que el mundo que hemos conocido se cae a pedazos mientras en Euskal Herria aguardamos al pulso entre el Gobierno del PSOE y el PP a cuenta de un decreto de ahorro energético tan discreto y poco ambicioso que ya se habla de que deberá ser endurecido en invierno. Es aún más desesperante ver a las autoridades de la CAV sumarse a semejante ceremonia de la confusión para retrasar lo posible medidas que, si no se toman ahora de forma voluntaria, pueden tener que imponerse de mala manera más adelante.

Partidismo español y autonomismo se dan la mano para enredarlo todo y desviar el foco de atención. Este no es un debate competencial, como coinciden en señalar Ayuso y el Gobierno de Urkullu, sino un debate sobre nuestro futuro, que debe ser urgentemente reconstruido. Flaco favor le hace a la propia causa de la soberanía el reivindicarla para adoptar medidas retardistas que van a repercutir para mal en la lucha contra la crisis climática y en la vida de la gente.

Quizá sea necesario repasar los dos hechos más básicos sobre los que urge actuar. Primero, la guerra de Ucrania no es la causa última del precio de los hidrocarburos; la invasión de Putin y las tensiones entre Rusia y Europa han acelerado un proceso que venía de antes –acuérdense de Iberdrola vaciando pantanos hace un año para aprovechar que la electricidad estaba ya cara– y han puesto al viejo continente ante la evidencia de que depende de unos recursos que no tiene y que cada vez son más caros y difíciles de obtener.

Esa carencia es de un calibre descomunal en Bizkaia, Gipuzkoa y Araba, donde existe una dependencia energética exterior del 90,3%, cuando la media de la UE es del 54,9%. Nafarroa, que produce más electricidad con renovables que con hidrocarburos, es un claro ejemplo de los límites actuales de la llamada transición energética: aunque la cuota de renovables en la producción de electricidad sea más que aceptable, el consumo de electricidad no es más que el 21,5% del consumo de energía final. Más del 70% sigue proveniendo de la quema de gas, petróleo y carbón, que son importados en su totalidad.

Así pues, con guerra de Ucrania o sin ella, los límites físicos del planeta, cada vez más evidentes, imponen una reducción del consumo de hidrocarburos. Esto es así en todo el mundo, pero en Euskal Herria, donde no se extraen estas materias primas, resulta si cabe más urgente. Es en este contexto en el que toca hablar de soberanía.

Segundo, la lucha contra una emergencia climática que este verano se nos ha hecho más evidente si cabe, impone también reducir urgentemente consumos superfluos de hidrocarburos. Estas medidas no pueden retardarse más, porque no se pueden poner todos los huevos en la cesta del desarrollo de nuevas tecnologías como la del hidrógeno, todavía en pañales y con sus propios peligros –o cuanto menos incógnitas– asociados.

Cerrar la puerta cuando hay un aire acondicionado encendido, poner un tope a la climatización y apagar escaparates y luces inútiles es una mínima parte de lo que va a tocar hacer para encarar tanto la emergencia climática como el paulatino agotamiento de las materias primas sobre las que se sostiene el modelo socioeconómico que conocemos.

Que la concepción más rancia del autonomismo, aliada con un PP echado al monte, no sirva de bomba de humo para retrasar medidas urgentes y de sentido común. Cuanto más se demoren, más abruptas serán y mayor impacto tendrán sobre las clases populares.