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El Afganistán de los talibanes continúa en punto muerto

Un año después de la llegada del talibán, Afganistán jadea. Los «estudiantes del Corán» no avanzan debido a las pugnas internas, evidentes en la cuestión del cobijo al yihadismo y de los derechos de la mujer. Sin casi relaciones exteriores, el país permanece en un punto muerto económico.

Talibanes montan guardia en la mezquita Sakhi Shah-e Mardan, en Kabul, frecuentada por hazaras. (Daniel LEAL | AFP)

Es un funcionario anónimo del Ejecutivo y habla desde el corazón: «Los talibanes, como yo, y les aseguro que somos el 99,9%, no son atrasados. Queremos mejorar y abrirnos. Estoy decepcionado con este Gobierno. Hemos hecho muchas promesas a personas que no se han cumplido. No hemos dado más bienestar ni más libertad y derechos. Y la gente, como hizo con la ocupación de la OTAN, está esperando a ver qué pasa antes de tomar medidas», comenta en su oficina junto a un hermoso césped verde en el corazón del Ministerio de Relaciones Exteriores, en el distrito diplomático de Wazir Akbar Khan. «Si no ofrecemos resultados concretos acabarán rebelándose», augura.

«El problema son precisamente estos shuyukhs retrógrados –explica–, líderes religiosos que forman parte del consejo de toma de decisiones, bloquean cualquier reforma e influyen negativamente sobre Hibatullah Akhunzada, el Amir-ul-Mu’uminin (el líder de los creyentes). A veces me pregunto si están haciendo todo a propósito para destruir el Emirato Islámico. Son personas sin educación que tienen el poder y el derecho a decidir. Y por lo tanto, si este Gobierno no sigue la ley de Dios, la ley sharia, no puede llamarse Emirato. ¿Quién eres tú para decidir sobre la educación de un pueblo? La educación es la base», sentencia. Una crítica contundente y directa. Muy franca y que resume este primer año talibán.

Afganistán va a dos velocidades. Kabul experimenta una parálisis. En el resto no ha cambiado mucho

 

Ha pasado un año desde que los talibanes regresaron al poder. Afganistán jadea, viajando a dos velocidades diferentes. Kabul –el único lugar donde han comenzado a circular algunas influencias externas– aún sufre el legado del cambio y experimenta una situación de parálisis económica y social mientras lucha por acostumbrarse a los nuevos amos. Muchos talibanes no están preparados para la vida en la ciudad después de años en confinamiento solitario. Desconfían de todos. Tomará tiempo.

En el resto del país, en su mayoría rural, se sintió especialmente el colapso económico, aunque no ha cambiado mucho desde entonces. Es un Afganistán que vive en dos realidades distintas y que emerge de una guerra cada vez más lejana que ha sido sustituida por una situación de seguridad inimaginable para muchos afganos hasta hace poco tiempo.

En Kabul, como en el resto del país, la gente amanece cada vez más a menudo sin los recuerdos de la guerra, el miedo, las explosiones y las redadas que aterrorizan a todos desde hace casi 20 años.

Un control que parece estar cada vez más extendido, no solo en las carreteras, donde ahora se puede circular con seguridad, sino también a un nivel más profundo. Y a menudo esto conduce al abuso sobre la población.

Si la seguridad general es un verdadero éxito para el Afganistán de los talibanes, no todo es perfecto. Los ataques no han cesado, dada la presencia de grupos disidentes. Son hechos aislados, a menudo reivindicados por el Estado Islámico (ISIS) contra objetivos chiítas. Un ISIS cada vez más débil que, sin embargo, todavía tiene capacidad de infiltración.

Esto se ha convertido, por tanto, en una excusa para hacer desaparecer a mucha gente, según aseguran algunas fuentes: «Muchos han desaparecido acusados ​​de ser miembros del ISIS. En el norte del país y en Panshir, en cambio, una pequeña resistencia insignificante se mantiene bajo control, pero sigue teniendo ocupados a algunos vehículos talibanes».

Las relaciones talibanes no han mejorado mucho y económicamente la situación es mala
Nada funciona. «El Emirato Islámico de Afganistán quiere relaciones pacíficas y amistosas con la comunidad internacional», es el lema pintado en la puerta principal del Ministerio de Relaciones Exteriores en Kabul. Pero, en realidad, las relaciones políticas y económicas internacionales del Emirato Islámico Talibán no han mejorado mucho.

Económicamente, la situación es mala. Nada está funcionando, la gente no tiene dinero para comer.  Zirack Abdul Rahman, gerente de Shah Shahzada, la «bolsa» de valores de Kabul, asegura que «no podemos hablar de hambruna. Es una crisis económica que debe ser subsanada con la ayuda de la comunidad internacional, eliminando sanciones y reestructurando el sistema bancario».

Aunque las relaciones con terceros países como China y Rusia están mejorando, todavía queda mucho por hacer: «Necesitamos que EEUU libere y nos devuelva los 9.000 millones de dólares de nuestro tesoro para construir un nuevo Afganistán y que la política bancaria vuelva a ser la de antes», reclama Haji Zirack entre una y otra llamada.

Empleos, salarios y precios

Mucha gente ha perdido sus puestos de trabajo, a menudo creados por ONG occidentales, instituciones internacionales y el Ejecutivo anterior. Y no se crean nuevos. Salir de la adicción es difícil. Los salarios se han reducido a la mitad para todos y los precios han subido. Muchos no pueden conseguir suficiente comida debido a la escasa ayuda humanitaria.

Además, siempre está el problema de los 9.000 millones de fondos congelados por Washington, de los cuales, según el portavoz del ministro de Economía, Abdul Rahim Habib, «el 30% pertenecen a comerciantes afganos y no al Gobierno».

Parece que se está negociando un acuerdo, pero todo podría colapsar después de que EEUU matara al líder de Al-Qaeda, elevando la tensión bilateral. Pero lo cierto es que son las sanciones occidentales y el bloqueo de ese dinero los que están poniendo en riesgo la vida de millones de personas en Afganistán.

Un primer aniversario, pues, que no encuentra muchos puntos positivos para celebrar. Si la economía está fatal, los talibanes están inmersos en luchas internas que no les permiten avanzar tampoco a nivel político y social. Los clanes chocan en su seno por cuestiones políticas, como la protección al abatido líder de Al-Qaeda Ayman Al-Zawahiri, o sociales, como la educación de las mujeres y la apertura a las relaciones exteriores, y el país permanece en un punto muerto económico que parece cada vez más difícil de rectificar.

EEUU acusa a los talibanes de no cumplir los acuerdos firmados en Doha en 2020, y ellos hacen lo mismo. «Según las  cláusulas del acuerdo, acoger a miembros extranjeros peligrosos sería una violación, pero no a los afganos. Y, de hecho, Al-Zawahiri se habría convertido en ciudadano afgano», asegura una fuente dentro del Gobierno. Una toma de posición un tanto forzada que pone  de relieve las disputas internas dentro de los talibanes.

Derechos de las mujeres

Luchas de poder que no se detienen solo en la cuestión del cobijo a los yihadistas, sino que también abarcan temas sociales como los derechos de las mujeres, hoy siempre en el centro del debate. Las niñas de entre 13 y 18 años continúan excluidas de las escuelas (aunque en algunas provincias han vuelto) mientras que las universidades públicas y privadas han reabierto sus puertas a las chicas.

La educación femenina se ha convertido así en un cuestión de interés internacional, con la que Occidente chantajea al Ejecutivo afgano. Pero el asunto es mucho más complicado. Y como no hay una política clara al respecto –la decisión está en manos de cada provincia–, no parece ser un cuestión realmente cultural sino política en las altas esferas del Gobierno. Nada indica que los talibanes están en contra de la educación, pero personas influyentes están explotando la situación.

Un año después del 15 de agosto de 2021, cuando los talibanes entraron victoriosos en Kabul, Afganistán sigue errando en la nada total. El Ejecutivo talibán, aunque ha aportado seguridad y tranquilidad al país, está incumpliendo las promesas realizadas a la ciudadanía. Y sí, esto podría provocar levantamientos populares.