Atentado contra el pensador panruso Dugin y conjeturas
La muerte en atentado de la hija del filósofo panruso Alexander Dugin es uno de esos sucesos que anuncian consecuencias, algunas imprevisibles. Y no solo porque todo apunta a que el objetivo de la bomba-lapa en su coche era el propio ideólogo del eurasianismo.
Más allá de conjeturas, el hecho de que alguien haya intentado matar a uno de los pensadores más reputados del neoimperialismo ruso y, por tanto, a una de las voces académicas más autorizadas –y extremas–, para justificar la invasión de Ucrania, de cuyo inicio se cumplen mañana seis meses, es una casualidad que no pasa desapercibida.
Coincide en el tiempo además con una sucesión de explosiones en instalaciones militares y estratégicas rusas en Crimea que, tras el silencio oficial, Moscú no duda ya en denunciar como sabotajes ucranianos, tesis que, nunca oficialmente, asumen responsables políticos ucranianos desde Kiev.
Sea cual sea el modus operandi de estos últimos, diversas fuentes aseguran que, en cualquier caso, sería muy difícil, por no decir imposible, que Ucrania, a través de comandos o con algún tipo de bombardeos, tenga la capacidad de atacar al Ejército ruso en su retaguardia, no solo en la estratégica península con capital en el puerto de Sebastopol, sino en regiones fronterizas como Belgorod, sin la ayuda de los servicios secretos occidentales.
Esta ayuda, que tiene su correlato en el suministro de armamento a Kiev, sobre todo anglosajón y estadounidense, ha sido palpable desde el inicio de la guerra, cuando el Ejército ruso perdió en poco más de un mes a casi una decena de generales y altos mandos en operaciones y ataques sospechosamente certeros por parte de la resistencia ucraniana.
El hundimiento del Movska, la joya de la corona de la Marina rusa, y que obligó a esta a alejarse cientos de kilómetros de la costa ucraniana, aligerando así la presión de un posible desembarco en Odesa, fue la muestra de esa colaboración entre el señalamiento de objetivos vía satélites y los lanzamisiles ucranianos.
El atentado coincide asimismo con informaciones sobre extrañas explosiones en territorios controlados por Rusia como Sochi (capital de Abjasia), la última el mismo sábado en un almacén del aeropuerto. Más allá de que haya o no haya relación alguna entre todos estos hechos, entre sus intencionalidades o circunstancias, y sin obviar el efecto multiplicador que ejercen las redes sociales, más en este contexto bélico, no hay duda de que se está instalando una suerte de neurosis en Rusia que el atentado contra Dugin no hará sino alimentar.
Su entorno no duda en apuntar directamente a los servicios secretos occidentales, que habrían adiestrado a comandos ucranianos para matar a Dugin. Este fundó en los noventa junto con el escritor Eduard Limonov el Partido Nacional Bolchevique y defiende una suerte de restauración fascista de la tradición de la Rusia imperial zarista mezclada con la nostalgia por el peor legado que dejaron los 70 años de Unión Soviética (el autoritarismo estalinista)
Teniendo en cuenta que la explosión tuvo lugar en plena región de Moscú, aceptar esa hipótesis supondría asumir que los saboteadores ucranianos pueden llegar, siquiera con atentados, al corazón del poder político ruso. Lo que lleva a algunos a sugerir la responsabilidad de la oposición rusa.
No parece, en principio, que la baqueteada oposición al presidente Putin tenga capacidad para patrocinar semejante acción desestablizadora. Otra cosa es que quien la ha llevado a cabo o la ha ordenado, haya querido mandarle el mensaje de que es posible convertir en objetivo a alguien tan señalado en el panorama ideológico-político ruso.
Finalmente, no faltan quienes aluden a una operación de bandera falsa y rescatan para ello a las crecientes diferencias entre Dugin, defensor de la anexión total de la Novorrosiya (bautizada así por el zarismo y que comprendía la mitad central-oriental de la actual Ucrania) y un Putin al que acusa de excesivamente tibio a la hora de optar por la guerra total.
Sin obviar esas diferencias, conviene recordar a su vez que el inquilino del Kremlin bebe de esa restauración ultraconservadora que defienden pensadores como Dugin y tampoco se ve muy claro que le interese exacerbar con acciones como esta los sentimientos de esos sectores irredentistas que ven en el neoeurasianismo anti-occidental la razón de ser de Rusia.
Otra cosa es que pueda responder a tensiones internas, que indudablemente haberlas haylas, en el entorno de las élites políticas y económicas rusas, indudablemente tensionadas tras seis meses de guerra, de sanciones y de presión occidental.
Más allá de todas las elucubraciones, el atentado pone el foco sobre lo convulso de la situación, no solo por la guerra en Ucrania sino por la evolución ideológica, si no deriva, de una Rusia que algunos como Dugin, disidente en tiempos de la URSS y por aquel entonces confeso neonazi, ven como la Tercera Roma, y cuya misión cuasidivina pasa por acabar con Cartago (Occidente), desde Dublín a Vladivostock.