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Entrevue
Francisco Lloret
Ecólogo, autor del libro ‘La muerte de los bosques’

«La actividad humana ha hecho más vulnerables los bosques»

Los bosques están desapareciendo a un ritmo vertiginoso. Aunque nacen nuevos, la pérdida de masa forestal a causa del cambio climático y otros factores humanos es alarmante. Así lo señala Francisco Lloret, catedrático de Ecología en la UAB y autor de ‘La muerte de los bosques’ (Arpa Editores).

Francisco Lloret, catedrático de Ecología de la UAB. (ARPA EDITORES)

El título de su libro, ‘La muerte de los bosques’, revela una gran preocupación. ¿Estamos ante algo irreversible?

Siempre ha habido períodos de incendios y otras situaciones devastadoras. La novedad es que, desde este nuevo siglo, se ha percibido una disminución alarmante de masas forestales donde antes no se habían producido. Esto ocurre especialmente en el centro de Europa, donde la pérdida de grandes extensiones está afectando la industria de la madera, pero también en áreas más pequeñas, como es el caso del Estado español.

¿Cuáles son las causas?

Influyen las etapas de sequía asociadas al cambio climático. Y, sumado a ello, las plagas de escarabajos y otros insectos que cogen los árboles más débiles y se establecen durante una o dos generaciones, o la presencia de bosques en sitios profundos donde el sol no entra y escasea el agua. Finalmente se trata de una combinación de factores que tienen como nexo común el calentamiento global.

¿La acción humana ha sido clave para llegar a este punto?

Hay que entender que los bosques siempre han sido sujetos a nuestra actividad. Ya desde el Neolítico, cuando los quemábamos para las pasturas, se ha intervenido en ellos, de manera que sus estructuras están condicionadas por el uso que hacemos en sus superficies. Lo que ha ocurrido es que, con las transformaciones sociales del siglo XX, el campo se ha despoblado y sus habitantes se han concentrado en las grandes metrópolis, y esto ha hecho que disminuya la presión sobre los bosques, que con el tiempo han crecido y acumulado gran cantidad de combustible. Mayoritariamente, son bosques jóvenes que tienen de media entre 50 y 60 años. Pues bien, a causa de una dinámica socioeconómica a escala glocal basada en la emisión de gases de efecto invernadero, con el consiguiente cambio climático, en estos bosques han estallado unos incendios nunca vistos.

«En los Pirineos, en particular en la zona de Navarra, se observa que las consecuencias del cambio climático no están siendo bien compensadas»

¿Condicionar su evolución es negativo o puede ser necesario en algunos contextos?

Dependerá de la intensidad con que se haga y si, como ecosistemas vivos que son, permitimos que los bosques conserven su complejidad. Eso exige que sean resilientes; es decir, que tengan la capacidad para resistir las crisis climáticas, para lo cual han de contar con varias especies, pues siempre habrá alguna que aguantará las sequías, las grandes precipitaciones u otros episodios. Así, en el caso de padecer alguna agresión o que durante un año reciban agua de las lluvias, los árboles tendrán reservas y podrán aguantar. Por contra, si las actuaciones les restan biodiversidad, los convertirá en vulnerables y, en consecuencia, no podrán adaptarse a las alteraciones y serán proclives a desaparecer. De ahí la necesidad de evitar que se maximicen algunas de sus potencialidades o servicios. Hay que balancear bien los usos que hacemos de ellos.

Las políticas extractivistas en el sur global están maximizando una de sus potencialidades con efectos nocivos.

Es un ejemplo clarísimo, pues persiguen levantar bosques de eucaliptos o plantar aceite de palma con el fin de que los árboles crezcan a gran velocidad y proporcionen gran cantidad de madera y otras materias primas. Pero, por contra, estos monocultivos conllevan una gran deforestación, que a la vez es causante de los incendios, pues la naturaleza pierde sus zonas húmedas y nutrientes, se seca y esto le expone a situaciones climáticas bruscas o progresivas.

¿Así pues, si intensificamos una potencialidad, las otras se resienten?

Exacto, de ahí la importancia de tenerlo en cuenta, pues los bosques son un activo cada vez más apreciado para las sociedades urbanas. No solo porque captan los gases de efecto invernadero de las ciudades. También desarrollan un papel cultural y cumplen una función terapéutica por la cual nos hemos interesado especialmente las últimas décadas.

¿Qué otros perjuicios puede causar la pérdida de bosques?

Destacaría el desplazamiento de comunidades y la pérdida de identidad cultural. Y es que, según varios estudios, la destrucción de biodiversidad natural está estrechamente relacionada con la desaparición de la diversidad lingüística y étnica que reúnen a su alrededor. Insisto: cuando se quiere maximizar el rendimiento de un bosque, hay que analizar las repercusiones que eso tiene.

«La clave radica en preservar la biodiversidad de los bosques y acompañarlos en su transición hacia un nuevo entorno climático»

¿Incorporar especies puede ser un buen remedio para garantizar las cadenas tróficas y frenar la muerte de las zonas boscosas?

La clave es hacerlos sostenibles. Y esto equivale a conservar su capacidad de establecerse, arraigar y adaptarse a los nuevos entornos, que a raíz del cambio climático serán muy diferentes a los actuales. De hecho, ya se percibe que, con la actual tendencia, a los bosques tropicales, subtropicales y, en menor medida, los templados, boreales, mediterráneos o abetales, les será muy difícil mantenerse al no haber agua proveniente de las precipitaciones para regarlos. No quedarán ni los arbustos ni sus suelos, lo que nos obligará a poner en valor los matorrales. De todas formas, más que hablar de extinción, afirmaría que los bosques se transformarán y tendrán una nueva morfología, de acuerdo con el nuevo entorno climático.

¿Cómo serán en el futuro los bosques de Euskal Herria?

En los Pirineos, dónde la mayoría de bosques son abetales, y en particular en la zona de Navarra, se observa que ya están sujetos a la variabilidad de temperaturas altas y precipitaciones derivadas del cambio climático que no están siendo bien compensadas. Habrá que estar muy alerta, pues gradualmente irán perdiendo su función de conservar el equilibrio del ecosistema y, obviamente, el papel de patrimonio cultural y ecológico.

¿Qué medidas pueden tomarse para revertir ese proceso?

Algunas ya se pueden aplicar, como gestionar el agua disponible y preservar los suelos, conservar las especies que mejor se adapten a situaciones que cambian aceleradamente o favorecer los ciclos naturales que dan pie a nuevos individuos. Son intervenciones que, en algunos casos, tendrán que ser necesariamente muy intrusivas, en especial en los bosques cuya recuperación exige un tiempo inasumible o pérdidas de servicios básicos. Pero eso sí: nunca decantando las medidas hacia un lado u otro –ni en favor del monocultivo ni para la plantación solo de fruteros–, y partiendo de la base de que cada receta es única. No se puede replicar la misma en todos los sitios, sino que deben ajustarse al legado biológico y sociocultural de la zona en que se interviene.

¿Aún y así, no cree que el problema demanda un cambio sistémico que pase por un nuevo modelo productivo y de desarrollo?

La clave radica en preservar la biodiversidad de los bosques y acompañarlos en su transición hacia un nuevo entorno climático. Pero es evidente que, si queremos recuperar el bienestar y no llegar al colapso, habrá que acabar con la explotación de los combustibles fósiles, ir hacia fuentes de energías más limpias y racionalizar el consumo.